Respuestas sin imaginación
En qué se parece una construcción dejada sin terminar en Madrid de otra en las mismas condiciones en New Jersey? ¿Y el cierre de una empresa de alta tecnología en Dublín al de otra que corra la misma mala suerte en California? Si usted, lector, encuentra importantes similitudes a primera vista, destiérrelas porque, según los ministros de Economía de la Unión Europea (Ecofin), son sólo un espejismo.
Para esos ministros, reunidos en Niza el pasado viernes y sábado, el impacto de las actuales turbulencias financieras es completamente diferente a uno y otro lado del Atlántico. Y requiere, por tanto, una solución diametralmente opuesta a la adoptada por el Tesoro y la Reserva Federal estadounidenses.
El Ecofin y el Banco Central Europeo (BCE) no quieren ni oír hablar de estímulos fiscales ni de recortes de tipos de interés para frenar la caída del crecimiento en España, Alemania, Reino Unido o Irlanda. Esas medidas, dicen, serían contraproducentes en unas economías mucho menos flexibles que la de EE UU. E incluso dudan de que sirvan para recuperar a largo plazo la alicaída economía estadounidense.
Los europeos prefieren conformarse con dejar actuar los llamados estabilizadores automáticos, es decir, un aumento del gasto público cuando cae la actividad económica. El ejemplo más claro es el de la persona que pierde su trabajo y, además de dejar de cotizar, comienza a cobrar el desempleo. La fe de los ministros en ese bálsamo se basa en dos razones. Una, bien fundada, en que a diferencia de EE UU, en Europa los estabilizadores automáticos suponen una importante inyección de capital. La segunda, cuando menos dudosa, en que la recesión no amenaza a la economía europea y, por tanto, no hacen falta grandes planes de choque.
Esta complacencia del Ecofin y el BCE quizá se deba a un mero contagio de la placidez reconfortante de Niza. Pero, por desgracia, parece más bien un garrafal error de cálculo que se suma a otros anteriores. Las autoridades económicas y monetarias de la UE tienden a minusvalorar sistemáticamente la importancia de los vasos comunicantes entre las dos orillas del Atlántico. Lo hicieron a raíz del estallido de la burbuja tecnológica y del traumático 11-S. Y rozaron el ridículo al considerar las subprime como un problema interno estadounidense para descubrir, poco después, que los bancos europeos, que los ministros y banqueros regulan y vigilan, habían engullido millones de títulos hipotecarios contaminados.
Ahora que el planeta afronta una crisis de nuevo cuño y de dimensión, todavía, incalculable, los ministros mantienen el guión habitual a favor de la moderación salarial, la disciplina fiscal y las reformas estructurales. Las tres recetas son necesarias y no harán daño a la economía europea. Pero cabe preguntarse si serán suficientes en un momento de creciente incertidumbre e imparable caída de la mayoría de los indicadores de confianza. Tal vez la única explicación de la pasividad del Ecofin haya que buscarla en ese elemento: los ministros no quieren reaccionar con aspavientos para no aumentar la inquietud. Esperemos que su intuición teatral sea acertada.