Suspenso en eficiencia energética
España consume 41.000 barriles de petróleo por cada 100 millones de dólares de PIB, más que Reino Unido, Alemania, Italia o Francia, que han logrado compaginar el crecimiento de la riqueza nacional con la reducción de las necesidades de crudo.
La reciente escalada del precio del petróleo -aún es un 60% más caro que hace un año- ha resucitado viejos debates: el estado anticuado de la infraestructura de distribución, la fuerte carga impositiva en la UE, la energía nuclear, la búsqueda de fuentes alternativas y, en mucha menor medida, la eficiencia energética, una asignatura en la que España suspende y de forma mayúscula.
España, que depende casi por entero del exterior en materia energética, consume 41.000 barriles de petróleo por cada 100 millones de PIB. La cifra es superior a la de todos los grandes de la UE: Reino Unido (22.000); Alemania (26.000); Francia (27.000) e Italia (30.000). Con todo, el ratio español de eficiencia es mejor que el de países como EE UU (54.000 barriles por cada 100 millones de PIB); Japón (42.000), Holanda (49.000) o Canadá (60.000).
El cálculo está hecho tomando el PIB en dólares corrientes, según las cifras del Fondo Monetario Internacional (FMI). El dato está algo distorsionado por el hecho de que el euro se ha apreciado nada menos que un 70% frente al dólar en el curso de los últimos cinco años. Pero cualquier otra medida que se emplee arroja datos similares. Utilizando la paridad de poder adquisitivo en dólares constantes, España tiene una relación de consumo de crudo y PIB de 43.000 barriles, frente a los 28.000 de Reino Unido, los 31.000 de Alemania, los 34.000 de Francia o los 35.000 de Italia. Con esta corrección, quienes ganan en racionalidad energética son países de alto crecimiento como China (41.000 barriles) e India (33.000 barriles), favorecidos por su todavía precario nivel de vida. Sin ella, estos países gastan el doble que España, entre 80.000 y 90.000 barriles.
La cotización del Brent ha pasado en una década de 16,5 a 113 dólares, una subida del 590%
En 30 años, la economía española ha reducido un 60% el petróleo necesario para crecer
En una década, la cotización del Brent, crudo de referencia en Europa, ha pasado de 16,52 dólares por barril (159 litros) en los que concluyó 1997 a los 113 dólares que rondaba este viernes. Pero la verdadera trayectoria alcista comenzó a finales de agosto de 2005, cuando el huracán Katrina devastó el golfo de México y puso en evidencia la fragilidad y la situación obsoleta de las infraestructuras de suministro para el consumo de petróleo mientras las economías emergentes mostraban una cada vez mayor demanda de crudo. A partir de ahí, el oro negro comenzó a correr hasta acariciar los 150 dólares hace apenas un mes. El ajuste posterior ha aliviado un poco la presión del crudo, pero las perspectivas de oferta y demanda siguen apuntando a una dinámica de precios elevados para las próximas décadas.
Hasta comienzos de este año, la economía mundial había logrado compaginar crecimiento con el encarecimiento progresivo de la energía. No se puede olvidar que ha tenido lugar el mayor periodo de expansión global del último medio siglo. Fue el estallido de la crisis financiera hace ahora un año y la subsiguiente sequía del crédito la que ha convertido en insoportable la escalada del petróleo.
España ha conseguido crecer más que ningún otro gran país de la UE y más que EE UU o Japón, pero lo mismo se puede decir de sus necesidades petrolíferas. Esto da una idea del perfil de crecimiento nacional. El PIB, en términos constantes y en euros, ha crecido un 39,3% en 10 años. El gasto en petróleo, un 16,94%, de acuerdo con las estimaciones realizadas por la petrolera británica BP, que cifra en 1,615 millones de barriles al día el consumo nacional de crudo. En el mismo camino, las cuatro primeras economías europeas también han conseguido crecer, pero rebajando además el consumo de oro negro tanto en términos relativos como absolutos.
Llama la atención el caso de Alemania, el país comunitario que ha hecho una apuesta más decidida por la energía solar, que ha recortado sus necesidades de petróleo un 17,9%. Italia emplea un 11,6% menos; Japón, un 8,57%; Francia, un 4,81% y los británicos, un 2,58%. Se da la circunstancia de Reino Unido es, de entre las grandes economías del mundo, la que menos crudo precisa para producir una unidad de PIB.
España también pierde contra el mayor consumidor del mundo, EE UU, cuya economía creció entre 1998 y 2007 casi el triple de lo que aumentó el gasto en carburante. A favor de España hay que decir que las cosas han mejorado mucho. En 1977, la cantidad de petróleo necesaria para generar el equivalente a 100 millones de dólares de riqueza era de algo más de 100.000 barriles. Eso implica que hoy se utiliza un 60% menos de combustible, si bien varios países de la UE todavía llevan ventaja. El promedio de la Unión es de 36.000 barriles por cada 100 millones de PIB; el promedio dentro del área euro es ligeramente superior: 39.000 barriles. El resultado es que en ambos casos España gasta más que la media.
Aún así, los cambios son patentes. No es lo mismo periodo 1997-2002, que el lustro posterior. En 2002, el PIB español en términos constantes, descontados los efectos inflacionarios, y en euros era de 582.146 millones, según el FMI. Un incremento del 17,13% en cinco años. En petróleo se había pasado de 1,29 millones de barriles diarios a 1,526, un 10,5% más. En 2007 el PIB constante ascendió a 692.505 millones de euros. El aumento de riqueza del 18,95% sobre 2002. Las necesidades de crudo se elevaron a 1,615 millones de barriles diarios, un 5,8% más. El saldo de la década es que España ha transformado su tejido empresarial y ha sido capaz de aumentar su riqueza 2,3 veces más que su consumo de petróleo.
La relevancia de China y Rusia
En contraste, otros países en una fase económica más embrionaria también han sabido hacer bien sus deberes. Es el caso sobre todo de Rusia, donde la riqueza aumentó 14,6 veces más que la utilización de petróleo en el periodo 1998-2007. La pujanza de China es considerada como la responsable del avance meteórico de la cotización del petróleo, que en seis años y medio de subida se ha revalorizado prácticamente un 500%. Si bien es cierto que el consumo de crudo en China ha crecido un 86% en la última década, lo que ha servido para que su PIB se haya más que duplicado, también es verdad que la demanda global ha aumentado un 17,9% en el transcurso de estos 10 años y que la oferta lo ha hecho en una cantidad similar. Durante la huelga del sector autónomo del transporte, que tuvo lugar a comienzos de julio, volvió a plantearse la reducción de los impuestos como medio para aliviar la factura del petróleo. La carga fiscal representa entre el 40% y el 50% del coste de los carburantes, mientras que en EE UU es del 26%. Pero el tema que no se estudió con detenimiento fue el de la racionalización del gasto.
Quizá la raíz del problema se encuentre en que entre los años cuarenta y los setenta, el precio del barril estuvo por los suelos, merced a un acuerdo suscrito entre Arabia Saudí y EE UU al término de la Segunda Guerra Mundial. Esto derivó en una carencia crónica de inversiones en las instalaciones de exploración, bombeo, refino y distribución de crudo, así como en una falta absoluta de pedagogía sobre un uso sensato del preciado mineral fósil.
Precisamente, la Agencia Internacional de la Energía (AIE) fue creada en 1974 con el objetivo de vigilar los intereses energéticos de los países de la OCDE e impulsar unas pautas más sensatas en el empleo de hidrocarburos. Fue la enseñanza extraída de la guerra árabe-israelí del Yom Kippur (octubre de 1973), que provocó un encarecimiento del barril superior al 800% en el transcurso de la década de los setenta.
La nueva crisis del petróleo tiene nuevos componentes que la dotan de un carácter más estructural. Si hace 30 años se trataba de un problema de oferta, ahora el asunto principal es la demanda. El coste disparado del barril no ha derivado en una llamada generalizada al ahorro, sino en propuestas como la explotación a gran escala de las reservas naturales que yacen bajo Alaska y el Ártico, o experimentos como los biocombustibles, las arenas bituminosas o el carbón licuado. Es decir, más suministro, pero no menos consumo.
Se corre el riesgo de que el reciente y rápido ajuste del precio del barril (un 22% en un mes) aparque el floreciente debate acerca del ahorro energético. Sin embargo, y teniendo en cuenta que la previsión aceptada en el mercado es que sólo quedan reservas para 40 años, hay algunos datos demográficos a valorar. La ecuación entre habitantes y uso de petróleo revela que si China gastase tanto como EE UU (una población de 1.314 millones frente a poco más de 300), su consumo rebasaría los 89 millones de barriles diarios, en lugar de los 7,85 que precisa ahora. La AIE calcula que el consumo mundial es hoy de 86,4 millones de barriles. Ni existe, ni hay previsión de que algún día pueda llegar a haber en el planeta una cantidad suficiente de petróleo como abastecer a China en el supuesto de que el gigante asiático llevase un tren de vida americano. El ahorro energético se presenta no como una virtud o una actitud recomendable, sino como una necesidad imprescindible.