Société Générale levanta la cabeza
Société Générale se ve, efectivamente, diferente después de haber perdido 9.000 millones de euros -básicamente la cantidad combinada de los golpes asestados hasta ahora por la crisis de las subprimes y las operaciones inautorizadas del ahora infame Jérôme Kerviel-. El beneficio neto ha caído un 63% este año y no es motivo de orgullo. Pero los últimos beneficios del banco francés son quizás el indicador más claro hasta la fecha de que se está abriendo camino fuera de la situación de emergencia.
Los datos del segundo trimestre muestran aún la extensión del daño de este año. El antaño fabuloso brazo corporativo e inversor de SocGen que constituía una tercera parte de sus rentas, ha sido puesto en su sitio. Sólo aportó el 12% de los ingresos netos del banco en el segundo trimestre. El banco tuvo que añadir 1.200 millones en concepto de provisiones, que eufemísticamente llama 'ítems no recurribles', como si expresara el deseo de que, en realidad, no vuelva a ocurrir. La pregunta que resta es si SocGen, que durante el último año ha tardado en contabilizar sus activos, ha hecho limpieza en su balance para ponerse sobre un trazado más firme.
Sin embargo, la nueva dirección de SocGen, que tomó posesión tras la debacle de Kerviel, también ve algunos rayos de luz entre las nubes. Concretamente, la potencia de su franquicia minorista ha sido una fuerza estabilizadora. El banco gana ahora dos tercios de sus rentas en banca minorista-dentro y fuera de Francia- y servicios financieros. Aunque en esos negocios haya sido golpeada por la desaceleración global, ha demostrado ser bastante resistente. Fuera de Francia, SocGen opera en mercados emergentes fuertes como África del Norte y Europa del Este. Hasta la división corporativa e inversora del banco parece estar lista para recuperar su pericia en valores de renta variable.
Todo esto puede implicar a corto plazo un consuelo para los accionistas que suscribieron la cuestión de los derechos sobre los 5.500 millones de SocGen en marzo y perdieron un 16% de su inversión antes de que los mercados se animaran con las noticias del segundo trimestre. Viene claramente un periodo de convalecencia. Pero al menos la dirección del banco tiene estadísticas para mostrar que intenta de verdad pasar la página desastrosa de la primera mitad del año. Por Pierre Briançon
El fracaso de Thatcher
Hace mucho tiempo, la electricidad era considerada un monopolio natural. Formaba parte de la sabiduría popular el que la producción energética, la distribución y las ventas debían ser ofertadas por una sola organización, propiedad del Gobierno o estrechamente regulada por él. En Gran Bretaña, esta sabiduría se fundió en el calor blanco de la revolución de Thatcher. La industria fue liberalizada, privatizada y vuelta a regular en un caos de acrónimos.Los antecedentes no son estimulantes. Gran Bretaña ha pasado de la autosuficiencia en gas y petróleo a una serie de crisis. Hace sólo dos años, el fracaso en reconocer la velocidad a la que estaba cayendo la producción de gas llevó a una pelea por importar suministros. Las fuentes de energía alternativa se han quedado estancadas en los planes normativos. Lejos de beneficiar a los consumidores con facturas de combustible asequibles, un mercado supuestamente competitivo gobierna sobre algunos de los precios más elevados de Europa.Parte de todo esto podría haber sucedido de todas maneras. El alza mundial de los precios energéticos ha sorprendido a casi todo el mundo. Es comprensible, e imperdonable, que la autocomplacencia sobre el abundante flujo de gas natural oscurezca la necesidad de instalaciones para el almacenamiento del gas. Y unos precios energéticos más altos llevan a tarifas más elevadas. Pero no todo es culpa de los acontecimientos. La industria eléctrica británica está cada vez más concentrada en un puñado de grupos integrados, justo lo que la liberalización tenía que evitar. Al mismo tiempo, los propietarios privados han tardado en enfrentarse con las necesidades de infraestructura, como una red de suministro nacional que almacene fuentes de energía dispersas.La quiebra del acuerdo entre EDF -la utility controlada por el Gobierno francés- y British Energy -propietario de la mayoría de las plantas nucleares británicas- es la última señal de que la política de Thatcher está fracasando. En este caso, unos pocos inversores privados fueron capaces de rescatar la política nuclear del Gobierno. Los reguladores deberían poder equilibrar intereses públicos y privados en el corto y medio plazo. Pero desde el momento en que el Gobierno no puede implementar una política a largo plazo y el sector privado tiende al monopolio, se necesita urgentemente un camino mejor. Por Michael Prest