De choques diversos y otros problemas económicos
Las últimas semanas han vuelto a contemplar una nueva etapa de la crisis financiera internacional, con epicentro en Estados Unidos. Con ella emergen de nuevo los fantasmas de una situación muy compleja, tanto para la economía de ese país como para el nuestro. Y ello, porque nuestro tejido productivo se encuentra sometido a un amplio conjunto de choques, externos e internos, mucho más severos de lo que cabía esperar a principios de año.
En el ámbito interno, la crisis inmobiliaria continúa al galope, profundizando el inevitable ajuste, como la suspensión de pagos de Martinsa Fadesa ha puesto de relieve. Como he comentado desde estas páginas, poco es lo que puede hacerse para estabilizar, en el corto plazo, esa caída. Esta obedece a razones estructurales, de excesos de oferta de las empresas, con una deuda del sector de la construcción e inmobiliarias que supera los 400.000 millones de euros y endeudamiento muy elevado de los hogares.
Además, la confianza de los hogares, el segundo de los choques que estamos sufriendo, continúa en caída libre. Medida ésta según la Comisión Europea, el registro de junio de 2008 (de -38) es el más bajo de la serie histórica iniciada en 1985. Y con unas expectativas de los hogares tan deprimidas, poco puede esperarse del consumo en el corto plazo. Aunque ahí hay alguna esperanza. Una reciente encuesta ponía de manifiesto la asimetría entre la percepción de la situación económica general (más del 45% de los hogares la consideraba que era mala) y la personal (un porcentaje similar destacaba que su posición era buena).
Vendría muy bien que esa dualidad acabara trasladándose a una mejora de la confianza. Pero con lo que viene del exterior es, ciertamente, difícil. Como lo será el negativo impacto de la pérdida de riqueza inmobiliaria que comienza a producirse: por cada 100 euros de disminución, cabe esperar, en los próximos años, una detracción del consumo de 3 o 4 euros.
Por último, y también en el frente interior, la caída de la Bolsa añade más tensión a la pérdida de riqueza de hogares y empresas, dificultando su capacidad de endeudamiento, en unos momentos en que ésta es ya muy precaria.
En nuestros propios pecados encontramos la penitencia. Y los excesos del boom de la construcción, y el deterioro que su hundimiento está comportando, los estamos ya pagando en forma de brusco frenazo de la actividad, y no sólo residencial, pérdidas de empleo y, en especial, disminución de la riqueza neta.
A esos impactos internos hay que añadir los que proceden del exterior. Y ahí la nueva etapa de la crisis financiera americana comienza a definir un proceso que pinta cada vez peor. Y que se asemeja, también cada vez más, a la situación nipona de los noventa. Y si bien es cierto que el sector público de Estados Unidos está razonablemente endeudado (para los parámetros occidentales), con una deuda pública cercana al 70% del PIB, no lo es menos que Japón se situó, a finales de los noventa, con un endeudamiento situado por encima del 150% de su PIB. Y ello implicó, como no podía ser menos, una rebaja de la calidad de esa deuda en los mercados internacionales. Por tanto, aunque teóricamente Estados Unidos puede acabar con un gran plan de salvamento de su sistema financiero, a través de un importante aumento de deuda pública, no es menos cierto que eso presionará sobre los tipos de interés y sobre el dólar, dificultando la solución que se busca. Además, América es un país que necesita ahorro del resto del mundo, cosa que no sucedía con Japón. Pero sea cual sea la solución en el medio plazo, ahora, para nosotros, es la sequía de los mercados de crédito europeos lo que más nos afecta.
Finalmente, desde el flanco de la crisis energética y alimentaria es de donde podrían proceder las primeras buenas noticias de este complejo panorama. Pero hoy, las expectativas de una caída notable del precio del crudo, respondiendo a la debilidad de la demanda, quedan obscurecidas por las tensiones geopolíticas de Oriente Medio. Esperemos, por el bien de todos, que la gira del candidato Barack Obama a esa zona haya contribuido a calmar las ansias israelíes de dejar zanjada la amenaza de Irán antes de las próximas elecciones americanas. En esta hipótesis, con un crudo más allá de los 200 dólares/barril, una llamarada inflacionaria y una recesión profunda serían sus inmediatas consecuencias.
Parece que todos los demonios se han escapado de la botella del genio, amenazando nuestro futuro inmediato. En el corto y medio plazo, la absorción de ese amplio conjunto de choques de oferta y demanda, todos ellos en el mismo sentido recesivo, va a ser lenta y penosa. Más allá, la digestión de los excesos de endeudamiento de los hogares y de las empresas del sector inmobiliario va a necesitar, también, un periodo largo. La década prodigiosa terminó. Nos esperan años difíciles.
Josep Oliver Alonso. Catedrático de Economía Aplicada de la Universidad Autónoma de Barcelona