La crisis entra en la escena política
La crisis económica ha entrado en la escena política con el encendido debate que ayer ilustró el pleno del Congreso de los Diputados, pese a la resistencia numantina del presidente del Gobierno a pronunciar esas simples seis letras que definen simplemente 'un cambio radical y brusco de la marcha de la actividad productiva' que ni él niega, aunque sea echando mano de sucesivos eufemismos, e imputándolo al empedrado internacional. Si la campaña electoral esquivó el escenario que se avecinaba, los datos de los últimos meses no dejan lugar a dudas: hay una crisis económica en toda regla, de similar envergadura a la que en 1992 y 1993 encadenó cuatro trimestres de caída del PIB y destruyó un millón largo de empleos. A los consumidores, inversores, empresarios y ciudadanos sólo le interesan las soluciones que paren la sangría, restablezcan la confianza y garanticen el crecimiento sólido y estable. Lo demás son mítines, discursos vacíos y diarios de sesiones gastados en salvas.
La cotización a la Seguridad Social del mes de junio, así como el avance del desempleo, ilustra como ningún otro dato en qué punto está la economía y cuán necesitada está de decisiones presupuestarias y normativas, consensuadas a ser posible, para revertir el rumbo. De ser el indicador más resistente a la crisis y haberse convertido en unos de los pocos que se mantenían hasta ahora en positivo, alimentando la creencia ilusoria de que las finanzas de la Seguridad Social eran inmunes, ha pasado a registrar la primera caída desde 1994. Por tanto, la crisis ablanda lo más duro, y bien estaría revisar los escenarios presupuestarios generales y los del sistema de protección en particular para hacer las reformas indoloras.
Los planteamientos de Rodríguez Zapatero aportaron pocas novedades sobre los expuestos en el CES sólo hace unos días, y que todo el mundo considera insuficientes. æscaron;nicamente la solemnidad del Congreso le empujó a hacer un renovado recuerdo de sus compromisos electorales y una defensa de los 'trabajadores, los pensionistas y los ciudadanos con rentas más bajas', a los que convirtió en 'la razón de ser de este Gobierno', y que da pistas de por dónde pueden ir los consensos con los interlocutores sociales. Otra cuestión es si ése es el camino para restablecer la confianza de empresas y consumidores, ahora bajo mínimos.
El líder del Partido Popular, Mariano Rajoy, tendió la mano al presidente para consensuar reformas, aunque no las explicitó en la tribuna, porque 'nadie tiene que pagar el pato de nuestras diferencias'. El grupo nacionalista de Convergència i Unió aportó también ideas para oxigenar la financiación empresarial, y en ambos casos el Gobierno recogió el guante en términos parlamentarios. Ahora sólo falta poner negro sobre blanco y darle valor normativo.
Todas las iniciativas juntas no tendrán la suerte de devolver la confianza a la gente de un día para otro, porque las expectativas se mueven lentísimamente. Pero si llevan el sello del consenso y remueven las rigideces en todos los mercados (trabajo, distribución, energía, agua, suelo), con más cambios normativos que presupuestarios, elevarán el crecimiento potencial de la economía para cuando el estado de ánimo de los agentes económicos se haya recuperado.