¿Quién es aquí independiente?
Una de las cuestiones que puso en negro sobre blanco las vergüenzas del mundo financiero después de la crisis de 2000 fue la falta de independencia, tanto en el análisis de valores por parte de los departamentos de las entidades de inversión como por parte de los auditores que debían verificar las cuentas. La banca se beneficiaba del negocio generado por las entidades que analizaba, y las auditoras prestaban servicios de consultoría. Ambos estaban incentivados a llevarse bien con las empresas.
Ahora ha sucedido algo similar con las agencias de calificación financiera, vapuleadas después de la crisis crediticia por su incapacidad para predecir los riesgos asociados a determinadas emisiones de deuda titulizada sobre hipotecas de baja calidad. Unas emisiones que, en muchas ocasiones, gozaban de la máxima calificación crediticia. El estallido de la crisis ha revelado los cuantiosos ingresos que este tipo de emisiones suponían para las firmas de calificación, un incentivo quizá no tanto como para falsear sus análisis, pero sí para forzar, presuntamente, los modelos de predicción de riesgos a fin de que las emisiones cumpliesen los criterios para tener alta calificación.
Nadie parece librarse de esta falta de independencia. La capacidad del mundo financiero para generar burbujas y la facilidad que tienen éstas para generar dinero a su alrededor hace prácticamente imposible que una parte vinculada al sistema no se beneficie de forma directa o indirecta. Y donde hay beneficio hay un potencial conflicto de intereses.
El único elemento que teóricamente se puede mantener al margen de los intereses que mueve la ruleta bursátil es el poder de los reguladores o supervisores. Y eso ya es suponer mucho. Quizá demasiado. Con el añadido de que la inexistencia de fronteras abre la puerta a que las operaciones que se mueven en la frontera de lo permitido puedan migrar a jurisdicciones poco o nada supervisadas.