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Columna
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El legado de Generali

En una subasta cuando un favorito abandona está haciendo un gran favor a sus contrincantes. No así en la carrera por el negocio de seguros de RBS, de la cual se ha apeado Generali. Según fuentes conocedoras de la situación, la aseguradora italiana se plantó ante los 7.000 millones de libras que el banco británico está pidiendo para su división, la cual incluye Churchill y Línea Directa. La retirada de la italiana puede hacer sonar las sirenas de alarma entre los accionistas de las competidoras.

Cierto que elimina obstáculos para el resto de apostantes. Generali estaba pendiente de pretendientes mucho más serios que Berkshire Hathaway, con la tímida apuesta de Warren Buffet por la aseguradora, de cuya puja se retiró hace dos semanas. De hecho, Generali hizo público su deseo por RBS, con el que llenaría un amplio vacío en su cartera europea y avanzaría rápidamente con su entrada en los seguros directos.

Pero si Generali no puede justificar las demandas de RBS, ¿quién puede hacerlo? La aseguradora ha salido relativamente bien parada de la crisis crediticia. Su valor bursátil goza de buena clasificación. Tiene una caja para momentos de guerra por valor de 5.000 millones de euros, 1,4 veces contenido en su valor, un 20% de prima sobre sus competidores europeos, y subiendo.

Sea quien sea el ganador, con los términos económicos que exige RBS, puede llevarse un caramelo amargo. Así, el servicio financiero de Switzerland Zurich, que se ha quedado como líder indiscutible en la puja, puede obtener algunas sinergias en la operación. Sus acciones también gozan de una buena clasificación. Pero el riesgo es que RBS, al que se le ha recriminado que pagara en exceso por su parte en ABN Amro el pasado año, podrá utilizar la subasta para endosarle este sobrecoste al ganador de la puja por su división de seguros. Por Mike Verdin

El error de los Rockefeller

Las dinastías de grandes negocios en EE UU pueden haberse acabado recientemente -con el clan de la cervecera Busch, tal vez el próximo en venderse-. Pero por fortuna no todas han desaparecido. El jefe de ExxonMobil, Rex Tillerson, está aprendiendo rápido, muy a su pesar-. En su reunión anual, 73 de los 78 descendientes adultos de John D. Rockefeller -el hombre cuya Standard Oil engendró Exxon- votarán a favor de dividir el papel de presidente y consejero delegado.Desafortunadamente para los accionistas, esta buena práctica de gobierno corporativo ha sido envuelta en un confuso paquete. La resolución es sólo una de las cuatro que los miembros de la familia Rockefeller han pedido a los otros accionistas que adopten. Las otras tienen propuestas medioambientales que el equipo gestor, con bastante razón, considera hostiles a su tarea.Por tanto, y no por primera vez, un movimiento para otorgar al consejero delegado de una gran corporación de EE UU más libertad de acción para gestionar las operaciones de la compañía -y un presidente independiente merece la supervisión de los accionistas- es visto como un intento hostil de remover al presidente de su puesto.Es el mensaje equivocado. Los inversores podrían votar la división, pero puede que quieran enviar una amable nota a Tillerson felicitándole por todo el tiempo extra que puede dedicar ahora a buscar petróleo y a producir beneficios para su propio fin. Por Rob Cox

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