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Columna
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Crisis alimentaria y desarrollo agrícola

La crisis alimentaria originada por la escalada de los precios de los cereales es una oportunidad para impulsar el desarrollo agrícola, especialmente en África, destaca el autor. Y a este progreso deben contribuir, en su opinión, los biocarburantes, con más inversión y niveles de precios rentables

Josep Borrell

El mayor aumento del precio de los alimentos desde la revolución verde de los setenta ha producido graves consecuencias humanitarias y políticas. También ha afectado al consumidor europeo, pero nada comparable con la situación de los cientos de millones de pobres que destinan el 70% de su renta a comida y que han pasado a engrosar el número de hambrientos, perdiendo lo ganado en la consecución de los Objetivos del Milenio.

En este contexto, la Comisión y el Consejo europeos han iniciado la revisión de la PAC. El debate se ha abierto entre los partidarios de un desarrollo agrícola regulado que garantice la seguridad alimentaria y los que creen que sólo liberando el mercado se puede conseguir la suficiencia a escala mundial. Por su parte, el Parlamento Europeo (PE) ha votado una resolución que analiza las causas y consecuencias de esta crisis y propone acciones para hacerle frente.

Ente otras cuestiones, el PE ha rechazado la propuesta de una moratoria para la producción de biocarburantes, sin cuestionar el objetivo de que éstos aporten el 10% de los combustibles líquidos en 2020, siempre que su producción se someta a estrictos criterios de sostenibilidad e impulsando la producción de los de segunda generación.

Esta ha sido una de las cuestiones más polémicas en esta crisis, pero conviene no equivocarse de diagnóstico en la búsqueda de responsables de la subida de los precios. Muchos datos inducen a pensar que el impacto de los biocarburantes, y en particular el bioetanol, es mucho menor del que se les ha atribuido con frases lapidarias. La relación entre el aumento de precios (77% del índice FAO en 2007) y el aumento de la cantidad de cereales dedicada a producir bioetanol (20 millones de toneladas de una producción total de 2.100 millones) es desproporcionada y sugiere que debe haber otras causas explicativas. En efecto, en Europa se dedicó a la producción de bioetanol 2 millones de toneladas (el 1% de la producción) pero la cosecha disminuyó en 33 millones en 2005, 11 millones en 2006 y no se recuperó en 2007.

El cereal que más ha subido de precio es el arroz, que no se utiliza para producir biocombustibles. El trigo, que también ha subido mucho, se utiliza muy poco y el azúcar ha bajado un 35% en lo que va de año, a pesar de que la caña que lo produce es la materia prima del etanol brasileño.

Cierto que un tercio de la cosecha de maíz americano, en su variedad amarilla, que no se usa para la alimentación humana, se dedica a la producción de bioetanol y ello ha influido en el aumento de su precio (en cuantías muy diferentes según distintas estimaciones). Pero es el cereal que menos ha subido en términos relativos y las exportaciones no han disminuido porque la producción también ha aumentado.

La escalada de precios agrícolas responde a un desequilibrio creciente entre oferta y demanda producido por la falta de desarrollo agrícola y el aumento de la demanda de los países emergentes, agravado por los efectos coyunturales de malas condiciones climáticas, el precio del petróleo, presente en toda la cadena de producción desde los fertilizantes al transporte, y una especulación que se aceleró ante la restricción a las exportaciones y la debilidad de los stocks.

Cuando el precio del arroz pasa de 450 a 1.000 dólares la tonelada en cinco semanas no hay efecto de biocarburantes que valga, sino el de fondos especulativos que salen de los sectores inmobiliarios y financieros siniestrados. En plena escalada de precios, el capital de los fondos de inversión en productos agrícolas europeos se multiplicó por cinco y por siete en los mercados agrícolas americanos. No hay más que ver los impúdicos anuncios de algunos bancos europeos invitando a sacar ventaja del aumento de precios agrícolas.

Esta crisis refleja el fin de la ilusión de abundancia en la que hemos vivido durante 20 años, relegando la agricultura mientras la demanda de los países emergentes crecía.

A ello han contribuido las políticas de desarrollo de las instituciones financieras internacionales, que hoy reconocen, equivocadas, que han desmantelado la agricultura destinada al autoconsumo de los países en desarrollo.

Ahora el Banco Mundial plantea una nueva política agrícola para África basada en el apoyo al pequeño productor. Pero durante los años ochenta y noventa contribuyó a su desaparición enfrentándolos a las exportaciones a bajo coste y altas subvenciones de los países desarrollados. Se impulsó el desarrollo de la agricultura de exportación (cacao, café...), que de paso daba divisas para pagar deudas, en detrimento de la producción alimentaria. Muchos países se instalaron así en la dependencia de las importaciones de alimentos, confiando en que los precios serían siempre bajos.

Cuando, por ejemplo, la tonelada de trigo valía 50 dólares los agricultores de los país en desarrollo abandonaban el campo y se convertían en pobres urbanos. Y ahora, a 400 dólares la tonelada, ni las clases medias de esos países lo pueden comprar, provocando la sublevación de los pueblos. Hoy, el 75% de los 3.000 millones de pobres son rurales y malviven de la agricultura, que sólo recibe el 4% de la ayuda al desarrollo. Por ello, esta crisis es una oportunidad para impulsar el desarrollo agrícola, especialmente en África. Ello quiere decir financiar maquinaria, fertilizantes, infraestructuras... para aumentar su muy baja productividad, en vez de ayuda alimentaria que no resuelve el problema de fondo y cuya disponibilidad depende de la cuantía de nuestros excedentes.

Y una cuestión relevante para ese nuevo desarrollo agrícola es el papel que pueden jugar los biocarburantes, contribuyendo a aumentar la inversión y niveles de precios rentables sin los cuales no hay desarrollo agrícola posible.

Y no olvidemos que necesitamos conseguir un doble objetivo: alimentar a un 50% más de seres humanos y reducir un 50% las emisiones de CO2 de aquí a 2050.

José Borrell Fontelles. Eurodiputado

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