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Columna
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El paradigma de la globalización, en entredicho

De nuevo se discuten las bondades y efectos negativos de la globalización como consecuencia del contagio internacional de la inestabilidad financiera y como reacción a la debilitada situación de la economía norteamericana.

El fenómeno de la globalización se pone de manifiesto por la aparición de nuevos participantes en el escenario económico y por la mayor interdependencia que se genera entre los viejos y los nuevos actores en términos de flujos comerciales y financieros con nuevas localizaciones de la producción y de la demanda. En última instancia, la globalización produce beneficios en términos de mejoras del bienestar dado que aumenta las posibilidades de elección de bienes, contribuye a la reducción de precios y favorece la especialización productiva. Las voces críticas sobre la globalización sostienen que la competencia laboral produce una reducción de los salarios y un deterioro de los logros de los trabajadores en los países desarrollados.

La polémica actual tiene varios focos de atención. En primer lugar, se discute que los efectos de la globalización moderando o reduciendo los precios no son permanentes. Como ha explicado el presidente del Banco Central Europeo, Jean-Claude Trichet, en una reciente conferencia en la Universidad de Bocconi, la influencia de la globalización sobre los precios cambia con el tiempo. Así, en el periodo anterior a 2005 el efecto neto de la apertura comercial sobre la inflación mundial ha sido negativo, pero desde entonces el efecto de la globalización se puede calificar como inflacionario. Los efectos del desarrollo de países como China e India en la demanda mundial han presionado al alza sobre los precios de la energía y, recientemente, sobre los alimentos.

También resalta el presidente del BCE los efectos de la globalización sobre los precios a través de las presiones competitivas que introduce, que deterioran la capacidad de las empresas para establecer márgenes y que alteran el comportamiento de costes como el laboral o del capital. En este caso el efecto es moderador si no se ponen trabas a la competencia. Así, las condiciones del mercado laboral nacional son menos importantes en el comportamiento de los salarios y los precios responden menos a la situación de la demanda nacional.

En segundo lugar, la postura de que los efectos de la globalización pueden no ser positivos para los trabajadores de un país, aunque lo sean para las empresas o para el bienestar general, ha encontrado un nuevo defensor en la persona de Larry Summers, académico y secretario del Tesoro norteamericano en la Administración Clinton, que ha escrito sobre ello en dos artículos en Financial Times. La reacción de otros intelectuales no se ha hecho esperar y se está abriendo un debate sobre la cuestión. En el fondo planea la sombra de que la crisis económica induzca ideas de proteccionismo comercial en los políticos.

Se señala que la economía norteamericana está sufriendo presiones competitivas debido al desarrollo de otras economías y que son sus trabajadores en última instancia los que sufren las consecuencias. En un contexto de competencia, las empresas se ven incentivadas a contratar trabajo donde los salarios sean menores y a localizar su producción donde puedan tener mejor tratamiento fiscal o regulatorio u otros subsidios. Summers reconoce que es impensable frenar el proceso de integración internacional o aislarse del mismo, pero aboga por que la política económica afronte el problema de los trabajadores. Para ello propone que se busque la cooperación en los ámbitos fiscal y regulatorio para evitar que ambas cuestiones se conviertan en clave para la localización empresarial y que se termine en lo que se denomina una carrera hacia mínimos. Si esta tendencia no se frena será impensable que los países puedan plantear políticas fiscales basadas en alguna progresividad.

También la competencia regulatoria lleva a situaciones no deseables y la crisis financiera actual proporciona diversos ejemplos. Las propuestas de Summers de enfatizar la importancia de cooperación fiscal y regulatoria son sensatas y en cierta medida ya se está avanzando en ese terreno, al menos en cuestiones de regulación financiera, como ponen de manifiesto las respuestas del FMI y de otros organismos internacionales. Sin embargo, se teme que lo que se esté expresando sean las dificultades que está teniendo la economía norteamericana para mantenerse como líder en el marco de competencia global actual y es esta idea lo que puede cambiar la visión y actitudes hacia la globalización.

Nieves García-Santos. Economista

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