_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Hay que volver a trabajar el campo

En las últimas semanas se están produciendo situaciones que parecían de épocas aparentemente superadas, como son las manifestaciones de ciudadanos en numerosos países porque no pueden acceder a productos alimenticios de primera necesidad. Las causas hay que buscarlas en el encarecimiento súbito de numerosas materias primas, como el cereal, el maíz o el girasol, que ha generado una espiral inflacionista no conocida en los últimos 30 años.

El origen, según muchos analistas y también según las versiones oficiales, achacan este fenómeno al desarrollo reciente de los llamados biocombustibles, o agrocombustibles, que han dedicado buena parte de la superficie cultivada, no al consumo humano sino a la generación de un combustible de dudosa utilidad como sustitutivo de los combustibles fósiles, incluso aunque sean obviamente un recurso más limpio.

Los efectos no pueden ser más dañinos para la economía mundial, especialmente para las capas de la población con menor renta, lo que en un momento de elevada inflación de materias primas y estancamiento del crecimiento va a generar una pérdida de empleo a nivel internacional. Siendo esto importante, lo más grave puede ser que el hambre se pueda instalar en zonas donde estaba superada, ahondándose en aquellas donde ya es estructural.

La agricultura, desde hace muchos años, venía perdiendo peso en la participación del PIB mundial en la mayoría de países industrializados porque había dejado de ser rentable y además era una señal de modernidad y progreso. La realidad actual nos muestra que el abandono del cultivo de numerosos productos, en el caso de los países europeos por la Política Agraria Común, está generando el abandono de numerosos terrenos para dedicar su uso a la construcción.

En España, en los últimos 20 años la transición de suelos agrícolas a usos distintos se cuantifica en más de un 30%, restando peso incluso a iniciativas tan rentables como la agricultura intensiva en Almería. La crisis actual del sector inmobiliario, con numerosos suelos ociosos sin poder recalificarlos para otros usos, añade más argumentos para criticar esta dinámica que puede llevar a tener que cambiar la alimentación, abandonando la dieta mediterránea que tantos beneficios tiene para la salud.

Esta restricción de oferta en muchos casos puede ser estructural, lo que puede llevar a conflictos relacionados con la falta de productos básicos, sin que esto afecte a los precios de los bienes sustitutivos como el petróleo o el gas. La sobreexplotación de los suelos para el beneficio de la construcción, la falta de investigación en otras fuentes energéticas, como el hidrógeno o la fusión nuclear, pueden llevar a una crisis sin precedentes que podría tener efectos perniciosos.

En este sentido, tampoco ayudan las políticas agrícolas tan alejadas de la lógica económica. En el caso de la UE, hemos pasado de tener reservas estratégicas de alimentos para mantener las rentas de los agricultores a un proceso en el que se apuesta por el stock cero, lo que no ha permitido controlar el rápido incremento de precios de productos como el cereal o el maíz. La política de cuotas, como la leche, provoca situaciones tan obscenas como las que imponen que se sacrifiquen animales cuando las necesidades internas y externas son crecientes. La consecuencia es que hay muchos agricultores que prefieren, o les obligan, a vivir de las rentas cuando la oferta de muchos productos es deficitaria y por ende genera inflación.

La realidad es que junto a esta política, la existencia de subsidios por parte de países desarrollados (Canadá o Estados Unidos) provoca una restricción al comercio internacional que empobrece todavía más a los países productores. Incluso en el momento actual, con una fuerte alza de precios y rentabilidad, los mayores beneficiarios no son los países más pobres, sino los más ricos, como puede ser el caso de Canadá.

En suma, estamos ante una paradoja económica perversa. Con el objetivo de abaratar los combustibles, y también reducir las emisiones de gases, estamos generando un incremento de los precios agrícolas, pero primando económicamente la restricción de oferta agrícola. Los resultados son plausibles y cada vez más preocupantes, los problemas de acceso a alimentos de primera necesidad están provocando incipientes problemas de orden público, pero sobre todo hambre que creíamos erradicada. Todo esto para poder utilizar el coche. Qué pena.

Alejandro Inurrieta. Doctor en Ciencias Económicas

Newsletters

Inscríbete para recibir la información económica exclusiva y las noticias financieras más relevantes para ti
¡Apúntate!

Archivado En

_
_