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Columna
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Obsesionados con las reformas

José Carlos Díez

El año pasado la Fundación Rafael del Pino me invitó a una comida coloquio con Alberto Alesina, catedrático de Economía en Harvard y uno de los principales contribuidores a la teoría del ciclo político-económico. Yo le pregunté si era más probable acometer reformas estructurales en las fases expansivas o en las fases recesivas del ciclo y si eran preferibles reformas graduales o un big bang. La respuesta fue que era mucho más probable que las sociedades y los Gobiernos acometiesen reformas en las recesiones y que era preferible el big bang, ya que las reformas graduales generan grupos de presión que van ganando apoyos sociales y que limitan la posibilidad de acometer reformas de gran calado en el futuro.

Desde que Adam Smith escribió La riqueza de las naciones, los economistas hemos seguido investigando los casos de éxito y de fracaso y hemos detectado varias variables necesarias para que la renta per cápita de un país crezca sostenidamente en periodos largos de tiempo. Es absolutamente necesario que haya: estabilidad macroeconómica, apertura al comercio internacional, ausencia de conflictos bélicos en tu país, orden público, seguridad jurídica, propiedad privada y una regulación eficiente orientada a la libertad de empresa. La existencia de: democracia, desarrollo de la sociedad civil, una sociedad educada con igualdad de oportunidades, respeto medioambiental y una distribución de la renta estable son bienes deseables pero el caso de China demuestra que no son necesarios para crecer.

Los avances tecnológicos provocan cambios de las necesidades sociales y las economías cumplen la máxima de Heráclito: 'Todo fluye, nada permanece'. Por esa razón, los economistas estamos obsesionados con las reformas estructurales, ya que de no acometerse, la economía va perdiendo eficiencia en la asignación de recursos, hasta llegar gradualmente al estancamiento económico.

Tenemos una oportunidad única para abrir una mesa de competitividad en la que participen empresarios, sindicatos y Gobierno

Sin embargo, los seres humanos somos aversos al riesgo por naturaleza y cuando la renta crece en la fase expansiva somos reacios a asumir cambios. No obstante, en la fase recesiva, la tasa de descontento, la suma de la tasa de paro y de inflación, se dispara, la renta deja de crecer y el coste de oportunidad de acometer reformas es prácticamente cero, lo cual explica la evidencia empírica que revelaba Alesina cuando respondió a mi primera pregunta.

Tomas Schelling, premio Nobel de Economía, fundamentó estas decisiones basándose en la teoría de juegos. Acometer reformas es un dilema similar al de dejar de fumar o mantener hábitos alimenticios saludables. Los individuos somos conscientes de que fumar o tener una dieta con exceso de grasa y colesterol reduce nuestra esperanza de vida. Sin embargo, a corto plazo, fumar o comer nos da placer y siempre hay incentivos para decidir que mañana comenzaremos la dieta o dejaremos de fumar. El problema es que mañana a veces supone varios años e incluso décadas. Es lo que se denomina la decisión basada en el objetivo inmediato.

Los economistas siempre decimos a la sociedad y a la clase política que es necesario acometer reformas, pero cuando las cosas van bien siempre hay incentivos para dejarlas para mañana. En los últimos años, la tasa de descontento ha caído con fuerza en España y era absurdo pensar que el Gobierno iba a acometer reformas en los grandes temas pendientes, que limitan el crecimiento potencial de nuestra economía, pero en esta legislatura va a ser inevitable enfrentarse a ellos.

El boom inmobiliario ha finalizado bruscamente y será difícil ver una recuperación significativa de las iniciaciones de viviendas hasta que se elimine el exceso de oferta, digamos tres o cuatro años.

Por lo tanto, hay que buscar sectores alternativos que permitan absorber el exceso de capital y trabajo que se va a producir. Los economistas sabemos que los factores se vuelven a utilizar, aunque es difícil predecir en qué sectores, pero también sabemos que el proceso está plagado de fricciones, especialmente en el factor trabajo. Por eso nuestra mayor obsesión de acometer reformas se centra en el mercado de trabajo.

Yo soy contrario a la teoría del big bang. En primer lugar, porque cuando el ciclo expansivo dura 14 años, como ha sido el caso de España, la inacción nos hubiera privado, por ejemplo, del plan de dinamización de la última legislatura, cuyas cien medidas eran necesarias y cuya principal crítica fue que era poco ambicioso. Pero en las fases recesivas, apostar por el gradualismo hace que los mecanismos proteccionistas que defendía Alesina se pongan en marcha y se crean grupos de presión, con influencia sobre la opinión pública, que dificultan el proceso de reformas.

La realidad está superando a la ficción y las previsiones de crecimiento tienen una esperanza de vida de apenas dos meses. La tasa de descontento va a crecer con fuerza y se aproximará en 2009 al 15%. En ese momento, los economistas empezamos a vislumbrar la luz de una nueva fase expansiva, pero los ciudadanos pierden la confianza y el pesimismo domina sus decisiones. Entonces, buscan un referente en sus gobernantes y si no lo encuentran buscan en la oposición democrática. Este es uno de los principios de la teoría el ciclo político-económico y explica por qué los países líderes en renta per cápita tienen las democracias más consolidadas.

Tenemos una oportunidad única para abrir una mesa de competitividad, en la que participen empresarios, sindicatos y Gobierno. Pero sigue habiendo incentivos para dejar para mañana las tres o cuatro reformas que se van cayendo de la agenda desde hace 30 años. El escenario que he descrito en este artículo está basado en teorías y evidencia empírica de casos anteriores, pero hasta dentro de cuatro años no podemos contrastarlo. La economía española crecerá en 2010 próxima al 3%, la clave es si ambicionamos aproximarnos a EE UU y Reino Unido en renta per cápita o si nos conformamos con adelantar a Italia y alcanzar a Francia. Yo estoy obsesionado en alcanzar a EE UU.

José C. Díez. Economista jefe de Intermoney

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