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Columna
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Energía y cambio climático

Carlos Sebastián

Formulemos el problema de forma cruda: si no se reduce sustancialmente la emisión de gases de efecto invernadero (GHG) existe una probabilidad media-alta (o media) de que en un horizonte no muy lejano nuestro planeta, su clima, entre en una dinámica caótica de consecuencias impredecibles. Incluso aunque la probabilidad fuera media-baja (o baja) la cuestión debería ser tomada muy en serio.

Si a cualquiera de nosotros le dijeran que tenemos un pequeño quiste en el pulmón que tiene un 20% de probabilidad de derivar en maligno, seguro que nos operaríamos. El problema con la reducción de GHG es que no se puede dejar a la decisión individual, porque el cambio de conducta de unos cuantos no reduciría el peligro, por lo que no hay suficientes incentivos para ser individualmente cuidadosos.

Resulta crucial, por tanto, tomar medidas para reducir significativamente la demanda energética y cambiar de forma sustancial las fuentes de energía. A la reflexión sobre estas cuestiones se dedica el Foro permanente sobre Energía y Cambio Climático que ha puesto en marcha la Fundación Focus-Abengoa abriendo varias líneas de investigación, promoviendo encuentros virtuales y presenciales y organizando cursos sobre el particular.

No es realista pretender avanzar en la reducción de gases de efecto invernadero sin tomar acciones decididas

Es fundamental transmitir al usuario el coste de emitir GHG. No es realista pretender avanzar en la necesaria reducción sin tomar acciones decididas (y nada populares) en este sentido. Hay dos vías. Una es desarrollar una fiscalidad sobre el carbono, con compensaciones en el impuesto sobre las rentas (elevando el mínimo exento) y con aumento de las pensiones menores, para de esta forma paliar los efectos redistributivos del nuevo impuesto. Otra, más justa y más eficiente, pero más complicada, es imponer un sistema de cuotas al uso de la energía fósil, con el desarrollo de un mercado secundario de esas cuotas. Muy esquemáticamente: una vez establecido el nivel de emisión de un país se determina qué porcentaje (¿un tercio?) se le asigna a las economías domésticas por su uso de combustibles fósiles y se asigna a cada ciudadano una cuota igual, que tendrá que administrar a lo largo del año. Si quiere más podría acudir al mercado (mundial) de cuotas y comprar más al precio de mercado. El resto de la capacidad de emisión se subasta entre las empresas que, lógicamente, trasladarán su coste a sus precios. Acudirán al mercado secundario de cuotas como demandantes o como oferentes.

Naturalmente, cualquiera de los dos sistemas tendrá que venir acompañado de campañas de información y ayudas para hacer más eficiente energéticamente todo el equipamiento (las viviendas, por ejemplo). Y, naturalmente, y en esto reside la mayor dificultad de este tipo de acción, cualquiera de los dos sistemas tiene que ser implantado a nivel mundial. Este hecho y la falta de inclinación de los Gobiernos para asumir decisiones impopulares no invitan a confiar que se vayan a producir avances en esta dirección. Lástima; puede constituir una grave irresponsabilidad.

En los cambios que hay que impulsar en la transformación energética, ninguna de las opciones puede sustituir por sí sola a la energía fósil, pero un conjunto de ellas pueden contribuir a una sustitución sustancial. Pese a mi posición contraria, es necesario abrir un debate sobre la opción nuclear. Un debate serio y pausado (es decir, de tintes opuestos al que hay hoy sobre los biocombustibles), para evaluar los riesgos en la gestión de las plantas y, sobre todo, en la gestión de los residuos.

También es necesario un debate sobre la captura de carbono (la alternativa preferida por la industria de la energía fósil), que ofrece dudas sobre el mantenimiento a largo plazo de los depósitos y que supondría un aumento de la oferta de energía fósil y, por tanto, un estímulo adicional a su uso.

Las energías renovables tienen un papel que jugar. Si se siguen los programas adecuados, en un horizonte de pocas décadas algunos países (EE UU y España, por ejemplo) podrán generar un porcentaje alto de su energía eléctrica a partir del sol y del viento. Las ganancias de eficiencia que se vislumbran tanto en la solar térmica como en la fotovoltaica, y los avances en las técnicas de acumulación permiten esperar el desarrollo de centrales eléctricas de ambas tecnologías en amplías zonas desérticas de muchos países, a lo que se sumaría una red territorialmente difusa de generación eléctrica fotovoltaica y de captación de calor solar. Sería una vía por la que las familias podrían consumir electricidad o utilizar calor sin tener que gastar cuotas (o pagar impuesto sobre el carbono).

La energía a partir de la biomasa es también una opción importante, especialmente cómo sustitución de los combustibles líquidos de origen fósil. Pese a la campaña desproporcionada que ahora se está viviendo, el bioetanol de primera y, especialmente, de segunda generación podría sustituir en un porcentaje sustancial a las gasolinas. Pero sobre esto y sobre la elevación de los precios agrícolas versará un próximo artículo.

Carlos sebastián.Catedrático de Análisis Económico de la Universidad Complutense de Madrid

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