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A fondo

La Comisión de Barroso se desmorona

El nuevo Tratado de la UE precipita la fuga de comisarios y altos cargos.

La hora de la espantada se ha precipitado. A la Comisión Europea que preside José Manuel Barroso todavía le quedan más de 18 meses de mandato (hasta el otoño de 2009), pero la mayoría de sus 27 miembros sufren ya una desazonadora sensación de interinidad. Y el organismo comunitario, que lleva cuatro años al ralentí, amenaza con pararse definitivamente.

De momento, ya hay dos bajas al más alto nivel. Una, presuntamente temporal, la del titular de Justicia Franco Frattini; y otra, definitiva, la del responsable de Salud, Markos Kyprianou. Pero las fugas son mucho más numerosas en los gabinetes de los comisarios y el equipo de Barroso amenaza con descomponerse mucho antes de lo previsto.

El creciente nerviosismo sobre el futuro profesional de algunos de los comisarios, incluido el dudoso relevo de José Manuel Barroso como presidente, acentúa la pasividad del organismo. Algunas fuentes comunitarias aseguran que se está dando carpetazo a las iniciativas de la CE potencialmente incómodas para las capitales más poderosas, por miedo a que ponga en peligro la continuidad de Barroso o de alguno de sus comisarios.

En todas las administraciones, el final de una legislatura llega precedido de un período en que los máximos dirigentes se aseguran el relevo o van buscando acomodo en futuras responsabilidades. Pero en el caso de la Comisión Barroso, varios factores están contribuyendo a que se acelere ese proceso. El principal elemento de desestabilización del equipo del portugués está relacionado con la entrada en vigor del nuevo Tratado de la UE, prevista para principios de 2009. Ese texto introducirá cambios institucionales que obligarán a Barroso a remodelar su equipo.

La primera víctima, aparentemente inevitable, será la comisaria austriaca Benita Ferrero-Waldner, que deberá dejar su cartera de Exteriores al nuevo vicepresidente de la Comisión y Alto Representante de Política Exterior, Javier Solana.

La llegada de Solana también obligará al comisario de Economía, Joaquín Almunia, a dejar el Berlaymont, sede de la Comisión Europea, porque España, como el resto de países, sólo tiene derecho a un comisario.

En teoría la permuta más sencilla sería que Ferrero se hiciese cargo del departamento de Almunia. Pero algunas fuentes comunitarias dudan que esa sea la solución, dada la falta de experiencia en economía de la comisaria austriaca.

La cartera es especialmente sensible en estos momentos, dado el deterioro de las perspectivas económicas de la zona Euro para 2009. Barroso, probablemente, deseará dejar uno de sus departamentos más poderosos en unas manos al menos tan seguras como las de Almunia.

Desde 2004, el bilbaíno ha tutelado con seguridad la ampliación de la zona Euro (de 12 a 15 socios) y la reforma del Pacto de Estabilidad, y ha dejado su impronta liberal en las iniciativas económicas de la CE.

Almunia, curiosamente, llegó a Bruselas con fecha de caducidad porque se esperaba que la frustrada Constitución europea hubiera creado el puesto de Solana en 2006. Pero el descarrilamiento de aquel proyecto facilitará que agote prácticamente su mandato.

En cambio, otros comisarios, que llegaron con aureola de superpoderosos, se han eclipsado. El caso más flagrante ha sido el del vicepresidente Gunter Verheugen. El alemán se hizo cargo de la cartera de Industria, después de su exitosa gestión, en la Comisión anterior, de la ampliación hacia el Este de la UE. Pero en el nuevo cargo su imagen se ha visto perjudicada por un asunto personal (su relación íntima con su jefa de Gabinete). Y su capacidad de influencia ha disminuido tras perder el hilo directo que tenía con el canciller Gerhard Schröder.

Fuentes comunitarias reconocen que, aunque los comisarios son independientes, su peso específico puede debilitarse si no tienen detrás el respaldo político del gobierno de su país.

Hasta 2004, esa circunstancia era menos frecuente porque los cinco socios más poblados (Alemania, Francia, Reino Unido, Italia y España) disponían de dos comisarios, pertenecientes casi siempre a los dos partidos políticos que podían alternarse en el poder.

Pero en la Comisión Barroso, con un representante por país, varios comisarios flotan en Bruselas sin un aval claro de sus respectivos gobiernos. En el caso del socialista Verheugen, por ejemplo, las fuentes consultadas indican que no despacha con la misma fluidez con la canciller Angela Merkel que con su antecesor Gerhard Schröder.

Pero Verheugen no es una excepción. Y la creciente desconexión de los comisarios con sus gobiernos es otro de los elementos que está contribuyendo a la fragilidad de la Comisión Barroso.

En algunos casos, como el del titular de Comercio, el laborista Peter Mandelson, el cordón umbilical se ha debilitado incluso con su partido todavía en el poder. La excelente relación del comisario británico con Tony Blair no parece sobrevivir con Gordon Brown, el nuevo inquilino de Downing Street.

Esta debilidad de los comisarios puede haber favorecido el estilo presidencialista que Barroso ha impuesto en la Comisión. Y probablemente ha ayudado a transformar el organismo en un dócil instrumento de la maquinaria comunitaria. Pero quizá se ha diluido tanto la argamasa del organismo que la estructura no aguante íntegra hasta el final del mandato.

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