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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La inflación no puede esperar

La inflación ha cerrado 2007 en España con un avance del 4,2%, más del doble de la previsión del Gobierno y del Banco Central Europeo (BCE). Ello impone un notable incremento de los costes para las empresas y el Estado, que no recuperarán salvo una ampliación inconveniente de los márgenes de explotación en el caso de los negocios y de los impuestos en el caso del Estado. Los niveles de inflación amenazan con deteriorarse más y la inflación media de 2008 amenaza con no estar muy por debajo del 4%. La situación es seria y merece más atención de los agentes económicos y sociales, y más dedicación de los gestores de la economía, ahora y después de las elecciones. Considerar tiempo muerto el primer trimestre del año no haría más que agravar las cosas. Toda medida sensata que se tome para frenar la ola inflacionista debe ser bien recibida.

Un plan de choque cortoplacista hoy no arregla nada, entre otras cosas porque la economía carece de los mecanismos intervencionistas que en el pasado convertían en un instrumento útil a un ajuste en caliente. Pedir a sindicatos y empresarios sensatez en la negociación salarial huelga, puesto que ya lo hacen desde hace varios años, aunque con un mecanismo corrector de las desviaciones que se antoja pro inflacionista.

Y recomendar a los consumidores que marginen de sus preferencias a quienes suben los precios sin otra justificación que el ruido inflacionista general, conducta enfermiza y generalizada en España, parece una obviedad, aunque no estaría de más que se practique cada vez más. ¿Qué hacer, entonces? Hay que cambiar las expectativas inflacionistas instaladas en deflacionistas, defendiéndolo como mejor instrumento de conservación y crecimiento de todas las rentas.

Para ello sólo hay dos lecciones universales que deben cumplirse: liberalización de la oferta en todos los mercados y vigilancia, con los mecanismos estatales recientemente reforzados, para que la competencia sea el norte en los comportamientos económicos. El latiguillo de la necesidad de emprender reformas estructurales debe dejar de ser decorativo para hacerse efectivo, aunque su impacto sobre los precios sea de medio y largo plazo. La doctrina clásica, que no siempre se cumple, dice que los precios se determinan en el cruce de los comportamientos entre la oferta y la demanda, y que cuanto más generosa es la primera, mayor cantidad de intercambio produce y a precios más razonables.

Las autoridades de competencia, por su parte, deben apuntar los sectores que llevan a la formación de precios añejas prácticas mono u oligopolísticas y convertir su trabajo en una práctica lo más ejecutiva, respetando siempre los límites que impone la norma.

Los consumidores no sólo han de poner el grito en el cielo por la fuerte subida de los precios, sino implicarse, examinar con lupa de coleccionista qué ofrece cada partido para controlar una de las variables más decisivas para la estabilidad de la economía y la renta personal y votar en consecuencia. Del mismo modo, los programas económicos deben ajustarse a la realidad. Y si esta campaña se va a librar, como parece, en el terreno de la economía, aportar una solución creíble contra la inflación es inexcusable.

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