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Tribuna
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Petróleo y crecimiento

Pese a que la barrera de los 100 dólares por barril se perfila como destino inmediato, cuando se mencionan los riesgos que podrían llevar a la economía global a una recesión profunda, el precio del petróleo no se encuentra entre los primeros de la lista, destaca el autor, que se suma al Debate Abierto sobre los riesgos de un petróleo caro

Si hace dos años, cuando el precio del petróleo se encontraba ligeramente por encima de los 50 dólares nos hubieran preguntado nuestra opinión acerca de los efectos sobre la economía de un aumento como el experimentado desde entonces alcanzándose los niveles actuales que superan los 75 dólares, muchos habríamos afirmado rotundamente que tal posibilidad afectaría gravemente las tasas de crecimiento económico a nivel global, así como las tasas de inflación.

Desde que, en los años setenta, el gran aumento de los precios del petróleo causó una profunda crisis económica en las economías desarrolladas se ha dado por hecho que tales aumentos tienen siempre un efecto muy negativo sobre la actividad económica. Una gran variedad de estudios han intentado cuantificar este efecto. Para mencionar dos que son recientes y significativos, en el año 2000 el FMI calculó que un aumento de 5 dólares en el precio del petróleo implicaba una pérdida de un 0,3% en el crecimiento de la economía global los dos siguientes años y que el efecto era algo mayor, 0,4 décimas, para Estados Unidos y la UE. O en un estudio de este mismo año 2007, se llegaba a la conclusión de que si el precio del petróleo dobla su valor esto implica una pérdida de 1,4 puntos de crecimiento global al cabo de un año y un aumento de 1,5 en la tasa de inflación.

Sin embargo, el precio del petróleo ha superado los 75 dólares y las tasas de crecimiento sólo han experimentado un ligero descenso y, pese a que se espera que el precio del petróleo pueda seguir aumentando de manera sostenida, cuando se mencionan los riesgos que podrían llevar la economía global a una recesión profunda, el precio del petróleo no se encuentra entre los primeros de la lista.

Sin duda, algo ha cambiado en la economía mundial desde la década de los setenta, en lo que concierne a la relación entre el precio del petróleo y el crecimiento y la inflación. La raíz de este cambio se encuentra en que los aumentos del precio del petróleo se trasladan con mucha menos facilidad a la inflación subyacente, es decir, al resto de precios. Ello permite a los bancos centrales reaccionar disminuyendo los tipos de interés y, por tanto, estimulando la actividad económica, en lugar de verse obligados a subirlos para luchar contra la incipiente inflación con el consiguiente freno del crecimiento.

Esta lenta traslación a la inflación subyacente se puede deber a múltiples razones y no hay un consenso general sobre ello. Pero algunas razones son bastante evidentes. Actualmente, tanto trabajadores como empresarios se encuentran más dispuestos a aceptar reducciones temporales de sus rentas ante subidas de los precios del petróleo de los que los estaban hace 30 años. Los primeros, en un mundo globalizado, quizá tengan menos capacidad negociadora para conseguir aumentos salariales o, más probablemente, conceden mayor crédito a la independencia y ortodoxia de la política monetaria y, por tanto, saben que cualquier inicio de una espiral de aumento de los salarios y la inflación se vería drásticamente truncada por los bancos centrales con aumentos decididos de los tipos de interés, lo cual terminaría reduciendo su poder adquisitivo. Los empresarios, también inmersos en la economía global, ante aumentos del precio del petróleo prefieren reducir temporalmente sus márgenes para mantener su cuota de mercado, conocedores de la amenaza de productos más baratos procedentes de Asia.

De todas formas, no debemos olvidar que, pese a que el aumento nominal de los precios del petróleo ha sido espectacular en los últimos años, el menor peso de sus derivados en el presupuesto de la familia media hace que hasta el momento la carga real de este aumento se encuentre tan sólo a niveles parecidos a los de 1973 sin alcanzarse las cotas máximas de 1979.

No podemos estar seguros de que estos mecanismos que parecen proteger mejor nuestras economías del aumento de los precios del petróleo siguieran funcionando de forma igualmente eficaz. Por este motivo si el precio del petróleo alcanzase los 100 dólares (se espera que antes de un año supere ya los 85 dólares) podríamos encontrarnos ante la desagradable necesidad de revisar todo lo dicho y repensar de nuevo los posibles efectos de un petróleo cada vez más caro sobre la inflación y el crecimiento económico. Esperemos que no sea necesario. ¿Cómo? Aquí sí que no hay lugar a dudas (afirmación quizá sorprendente viniendo de un economista): hay que potenciar fuentes de energía alternativas.

Josep Manel Comajuncosa, Profesor de Economía de Esade

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