Las certezas y las dudas del mercado
Los niveles de volatilidad alcanzados por los mercados financieros, negocien deuda, divisas, materias primas o acciones, no son propios de una situación de normalidad. Desde que en julio pasado la desconfianza se adueñara de las decisiones como consecuencia del temor a adquirir determinados activos bancarios de riesgo, los mercados caminan erráticos al son de muchos rumores, anuncios, promesas, y de muy pocas certezas. La explosión de la burbuja subprime ha conmocionado el sistema financiero internacional, y ha puesto en cuestión los precios y la rentabilidad de todos los activos, aunque de forma poco justificada en muchos casos. Analistas y autoridades pidieron tres meses para resolver el problema; ahora, tras dos semanas muy críticas en los mercados interbancarios, aflora un quebranto mayor en las cuentas de los bancos, crece la desconfianza, se demanda más actividad a los bancos centrales, y se pide más tiempo para dar por liquidado el problema.
La subida de volatilidad en los últimos días, con ascensos y caídas vertiginosas en EE UU proyectadas sobre el resto de los mercados, es un reflejo de la desorientación de los inversores, que demandan señales más claras. Conocedores de la solidez de los fundamentales de las compañías, con la única duda pendiendo sobre las cuentas y balances de los bancos globales, el dinero quiere un escenario más diáfano que resuelva las pegas que gravitan en el mercado. ¿Habrá o no crisis en EE UU? ¿Ha concluido o no la pérdida de pulso del dólar? ¿Se conoce la dimensión de la contaminación de las cuentas de la banca con derivados subprime? ¿La resurrección de la inflación maniata o no a los bancos centrales para apostar por el crecimiento?
Las respuestas a estas preguntas marcarán el devenir de las decisiones en las próximas semanas. El 11 de diciembre, la Reserva Federal de EE UU tiene que decidir si baja más los tipos de interés, tal como el mercado parece haber interpretado, o si resiste por la presión de los precios, pese a desconocer si con su decisión salva a la mayor economía del mundo de la recesión o la precipita en ella.
Pese a que el mercado ha perdido alguno de los motores que lo propulsaban, como la abundancia de liquidez que lubricaba las operaciones corporativas, sí mantiene el resto: las empresas sostienen sus opciones de inversión, con colocaciones exitosas en el parqué e intentos de control de firmas de la competencia, como ocurre en la banca mediana; conservan sus previsiones de beneficios; y remuneran con dividendos crecientes al accionista. España es quizá el mejor ejemplo de los tres atributos, y tal vez también por ello la Bolsa se acerca de nuevo a los máximos para salvar un año muy difícil con una rentabilidad primaria superior al 10% y cercana al 14% si contabilizamos los cupones.
Un repaso objetivo a la Bolsa española revela que la subida está sustentada básicamente por Telefónica, Iberdrola e Inditex, mientras que ha castigado a uno de cada dos valores del Ibex por hechos externos y el parón de la actividad inmobiliaria en España. Pero la corrección es excesiva a la luz de las expectativas de beneficios declaradas. Si éstas se confirman en los resultados de fin de año, el mercado habrá perdido todos los argumentos para mantener las dudas.