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Columna
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Calma

No hay por qué negarlo. Muchas de las fluctuaciones cíclicas en las economías de mercado se agravan hasta convertirse en graves recesiones como consecuencia de fenómenos financieros. æpermil;stos son unas veces espontáneos y otras inducidos voluntaria o involuntariamente por las autoridades monetarias, que no encontraron otro modo de doblegar la inflación o resolver otros desequilibrios macroeconómicos que producir una fuerte restricción crediticia que rompe la cadena de financiación de empresas y consumidores, produciendo retrasos en los pagos, quiebras de las empresas y contracción general del gasto.

Las otras perturbaciones financieras, las no inducidas o espontáneas, casi siempre tienen que ver con una evaluación equivocada del riesgo inherente a toda operación de préstamo por parte de las entidades financieras implicadas y suelen ocurrir, prácticamente siempre, después de periodos prolongados de tipos de interés reales bajos que inducen a prestadores e intermediarios a buscar colocaciones de mayor rentabilidad que las usuales en los mercados organizados aunque comporten un mayor riesgo de pérdida. Estos riesgos se materializan cuando las condiciones generales cambian y la morosidad en el repago de los préstamos se extiende, poniendo en peligro inicialmente la posición de liquidez de los bancos, y, si las cosas siguieran complicándose, afectando seriamente al balance de los mismos y a la solvencia de estas entidades.

En el caso de la perturbación financiera de las hipotecas de alto riesgo se dan estas características y otras que hacen su tratamiento más complejo, ya que el fenómeno no se limita a un solo mercado, el hipotecario de los Estados Unidos. A través de la aparición de nuevos instrumentos financieros en los últimos años, que han permitido la titulización de estos paquetes de préstamos y otros activos transfiriendo los riesgos a otros que los suscribían por sus atractivas rentabilidades, la financiación hipotecaria ha contaminado a otras entidades financieras con residencia en mercados distintos.

Quienes se han especializado en tomar este tipo de operaciones de financiación a largo plazo se han financiado a su vez con emisiones de valores a corto plazo, de manera que se ven obligados a refinanciar sus activos en periodos muy cortos, y si encuentran dificultades porque los mercados piensan, por ejemplo, que la posibilidad de impagos ha crecido demasiado, se encuentran ellos mismos sin posibilidad de hacer frente a sus propias obligaciones. Si esto ocurriera -y ya ha ocurrido en algunos casos- sus financiadores, bancos comerciales, fondos de inversión, hedge funds, compañías de capital riesgo, etcétera, tendrían que enfrentar un problema de fallidos con las dificultades que esto representa.

Con el fin de cortar este eventual proceso, los financiadores en cada uno de los niveles restringen de manera drástica su oferta de fondos, interrumpiendo la cadena de financiación y produciendo involuntariamente la quiebra de algunas entidades si no interviene el banco central del correspondiente sistema bancario, en su papel de prestamista de última instancia.

Aun si lo hace, como viene ocurriendo en estos días, la confianza no se recupera inmediatamente, pues todos tratan de evitar el coparticipar con el banco central en sostener un activo ilíquido y de cobro dudoso. La consecuencia de ello es que aunque la perturbación inicial -el aumento excesivo de la morosidad en las hipotecas de alto riesgo- tenga un peso pequeño en el conjunto de los balances del sistema bancario mundial, el desconocimiento por parte de los diversos agentes participantes en el mismo de la distribución de los riesgos ha inhibido su actividad de oferentes en los mercados interbancarios y de financiación mayorista, amenazando con restringir la financiación general de la economía, al menos en Estados Unidos y Europa, donde se hallan las instituciones principalmente implicadas en la operación.

Este es el verdadero riesgo de la situación. Las condiciones objetivas de crecimiento mundial no son malas sino, al contrario, extraordinariamente positivas. No hay razón para esperar, si no se produce una grave restricción crediticia, que la economía internacional gire hacia la recesión. Mayor es el riesgo de un cambio de esta naturaleza en Estados Unidos y, si eso se produjera, mayor sería también el riesgo para Europa. Pero, en general, si mediante la intervención de los bancos centrales como prestamistas en última instancia y la acomodación de la política monetaria a esta situación de desconfianza se evita la restricción crediticia de carácter general la crisis se verá superada en un tiempo relativamente breve, con un efecto real sobre el crecimiento y el empleo también relativamente reducido. Esto es de momento lo que están tratando de hacer la Reserva Federal reduciendo los tipos de interés y el Banco Central Europeo renunciando de momento a subirlos.

Hay razones para pensar que éste es el escenario más probable teniendo en cuenta la fortaleza del crecimiento económico en general a nivel mundial. Las empresas industriales y de servicios no observan por el momento ningún signo de aparente debilidad en su carga de trabajo ni en su cartera de pedidos y todavía no han considerado la posibilidad de reducir sus programas de inversiones y de crecimiento y no lo harán a menos que un cambio dramático en las condiciones crediticias les obligue a ello.

En estos momentos sería muy conveniente que esta serenidad que se observa en las actividades económicas no financieras se impusiera también en las actividades y mercados financieros, persuadiendo a los analistas de la conveniencia de modificar sus percepciones con prudencia, tranquilizando a los intermediarios y operadores de los mercados de capitales y consiguiendo de los medios de comunicación un seguimiento responsable de la situación. Aunque esto último también debería aplicarse a algunos políticos, que no dudan en perjudicar las expectativas económicas con tal de alcanzar el poder.

Carlos Solchaga. Ex ministro de Economía

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