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Columna
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Lo asombroso es que se asombren

Sucedió lo que tenía que suceder; o sea, la burbuja inmobiliaria reventó en EE UU y, como secuela, aparecieron pompas en muchos de los países de la UE. Una señal clara de la importancia de las pompas es que, en un mes, 15 de los mayores bancos europeos se dejaron en el camino casi el 10% de su capitalización bursátil y algún que otro fondo que había invertido en fondos con problemas en los mercados americanos se ha visto obligado a suspender sus reembolsos y a calcular cuál es el valor liquidativo de sus participaciones, y que dos entidades crediticias alemanas menores están en situación gravísima -¡reajustes sin mayor importancia, que diría un ministro!-. ¿Qué pasó después? Que hizo su aparición una situación de desconfianza en el sistema provocando una pánico en los mercados ante la cual los bancos centrales actuaron según el manual; es decir, facilitando en diversas ocasiones liquidez en cantidades ingentes y, ocasionalmente, a precios ventajosos.

Pero esa inyección de liquidez no ha colmado las exigencias del sistema bancario ni calmado los temores de los mercados bursátiles cuya respuesta indica que los inversores se andan con pies de plomo al igual que las entidades participantes en los mercados de dinero, lo cual ha empujado al alza a los tipos de interés, tanto más cuanto no está claro que el BCE vaya abandonar sus preocupaciones ante la inflación, especialmente si piensa cuáles pueden ser las repercusiones de esa liquidez en un sistema cuya masa monetaria superaba desde hace tiempo la considera razonable por él.

Y es que a pesar de los temores -claramente expresados por la Reserva Federal- de que este episodio incrementará los riesgos a la baja de un crecimiento en su caso bastante moderado de la economía, nadie está seguro de que se evite el impacto sobre los sectores reales.

Lo que ahora interesa es saber cuándo y con qué profundidad esta crisis financiera afectará a las economías reales

En realidad nadie está seguro de nada, salvo en España donde el presidente del Gobierno ha garantizado que nuestra economía está salvo de la crisis. Tan llamativa afirmación se rumorea que ha provocado un viaje privado del presidente de la Reserva Federal para conocer de primera mano los mecanismos financieros y reales que avalan tan rotunda afirmación y estudiar su posible aplicación en la primera potencia económica mundial.

Tampoco conviene olvidar la reacción Sarkozy pues el siempre activo presidente francés intentó la convocatoria del G-7 para abordar la crisis financiera y, en especial, la falta de transparencia de los mercados financieros. Sin duda tendría in mente la creación de un nuevo organismo supervisor -¡naturalmente, dirigido por un francés!- y, si se terciaba, un recorte de la independencia del BCE -al igual que su colega venezolano, el señor Chávez-. Pero había que encontrar un culpable y en esta ocasión le ha tocado a las agencias de calificación. ¿Cuáles han sido las razones?

La Comisión Europea -un Gobierno, habitualmente en la penumbra- lo ha explicado aduciendo que estas empresas privadas ignoraron deliberadamente su obligación de avisar previamente a los mercados que ciertas inversiones en productos como las hipotecas de alto riesgo en EE UU podrían provocar situaciones críticas en algunas entidades de inversión europeas en este caso.

La Comisión, muy agudamente, sospecha que ha podido haber conflictos de interés entre las citadas agencias de calificación y las entidades que contratan y pagan sus servicios a fin de obtener de aquellas altas calificaciones que permitan, a los Gobiernos o sus agencias públicas, aceptar dichos productos como susceptibles de engrosar las carteras de activos de, por ejemplo, fondos de inversión u otras entidades financieras.

Lo curioso es que, al parecer, en febrero las Comisión no detectó actuaciones incorrectas de las agencias de calificación ni incumplimientos en el código de conducta impuesto por la Organización Internacional de Comisiones de Valores (Iosco).

¡Pero mire usted por donde, ahora sí! El intento de pasar la responsabilidad propia a otros es ridícula. Todo el mundo sabe que las agencias de calificación son entidades privadas, que viven de las comisiones que cobran a sus clientes y que ello exige unos equilibrios muy delicados entre decir la verdad y no mentir. Pero nadie ha explicado por qué fallaron otros sistema de alerta ni por qué la Reserva Federal siguió asegurando hasta hace poco tiempo que el mercado inmobiliario americano se enfriaría gradualmente.

Volviendo a los aspectos serios de la situación, lo que ahora interesa es saber cuándo y con qué profundidad esta crisis financiera afectará a las economías reales. El FMI, con gran cautela, ya ha comenzado a dar discretos avisos al respecto. Esperaremos expectantes saber qué dicen nuestros responsables económicos cuando vuelvan de vacaciones.

Raimundo Ortega. Economista

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