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Tribuna
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La crisis de las hipotecas basura

La tormenta que viven los mercados financieros fruto de la crisis inmobiliaria en EE UU es una tempestad enraizada en los hábitos prestamistas del pequeño ahorrador estadounidense y ligada a rasgos estructurales del mercado como la falta de memoria, la euforia compradora en tiempos de bonanza económica y la infravaloración del riesgo de crédito y de la correlación de activos. Una combinación explosiva de consecuencias impredecibles que puede conducir a la economía global a un ciclo recesivo tras cinco años de crecimiento al 5%.

El Estado de bienestar estadounidense es un paradigma que invita al endeudamiento. El acceso restringido a la sanidad o educación universitaria conduce a numerosas unidades familiares al endeudamiento para sufragar los altos costes de servicios considerados universales al otro lado del charco. El dinero fácil invita al gasto y al consumo, que acentúa el crecimiento económico a costa de una erosión en las habilidades de pago futuras de los tomadores de préstamos.

La burbuja inmobiliaria ha permitido la apreciación considerable de los activos inmobiliarios y la contratación de segundas hipotecas que han facilitado financiar fundamentalmente gastos universitarios y reformas de vivienda. En una cultura del endeudamiento todos quieren pedir prestado y muchos aspiran a vivir por encima de sus posibilidades, en un tren de vida que conduce a una quiebra financiera y declaración de bancarrota.

El ciclo crediticio benigno que experimenta el sector bancario desde el año 2003 ha propiciado una situación paradigmática en la que se ha prestado de forma creciente a ahorradores potencialmente morosos reduciendo considerablemente los otrora rigurosos criterios de asignación de hipotecas. No sólo es posible obtener una hipoteca independientemente del perfil de morosidad del prestatario, sino que los bancos habitualmente han venido prestando el valor total de la vivienda en un mercado de precios alcista que garantizaba un alto ratio de recuperación del valor de la vivienda en caso de expropiación forzosa, un riesgo asumible y deseable si conduce a la consecución de unos dólares de beneficio. Se trata de la democratización del crédito y del acceso universal a la hipoteca conducente a la consecución del sueño americano.

La memoria del mercado es breve. Olvida con rapidez crisis como la que azotó al sector de las hipotecas en EE UU en los años ochenta, que hizo que muchos ahorradores perdieran sus depósitos bancarios, una crisis que condujo a la creación de las Agencias Estatales Freddie Mac y Fannie Mae, que reforzaron los criterios de asignación de hipotecas y garantizaban la devolución de las mismas, ofreciendo por tanto una protección triple A contra el riesgo de impago por parte del tomador de la hipoteca.

La euforia económica vivida por la banca de inversión en los últimos años ha propiciado que Wall Street y la City londinense aprovechen el momentum y la innovación financiera para lanzar al mercado credit default obligations (CDO), vehículos que compran hipotecas, las empaquetan y estructuran, y venden troceadas en bandas de distinto nivel de riesgo y rentabilidad. Numerosos CDO han tenido como colateral a hipotecas subprime, o de alto riesgo, que tan pronto como se concedían pasaban a formar parte de un producto estructurado y vendido a inversores de todo tipo, desde fondos de pensiones, pasando por grandes bancos a los conocidos hedge funds.

En este proceso, en este circulo vicioso, todos confían en las agencias de rating como parte independiente que estima el riesgo de crédito de instrumentos financieros complejos como los CDO. En procesos de modelización y simulación rigurosos, las agencias Moody's y Standard & Poor's han infravalorado de forma significativa y alarmante la correlación de activos y han errado en la asignación de ratings que deberían haber recibido, desde un principio, una calificación crediticia inferior. La falta de capacidad a la hora de estimar la correlación no ha podido anticipar que numerosas hipotecas subprime quebraran simultáneamente ante el empeoramiento de variables macroeconómicas como la depreciación de la vivienda, el aumento de los tipos de interés, y el aumento de pago de intereses asociado a hipotecas con tipos preferenciales durante los dos o tres primeros años.

Julio representó el mayor fracaso de estimación de riesgo de crédito de la historia, cuando las dos agencias mencionadas con anterioridad decidieron rebajar de forma masiva la calificación crediticia de numerosos CDO, para incredulidad de los inversores que habían confiando en su neutralidad, buen hacer y reputación. La crisis ejemplifica la importancia de aprender de los errores del pasado. La innovación financiera y el apalancamiento tienen límites, y al final, la avaricia, acaba por romper el saco.

Jaime Pozuelo Monfort. Máster de Ingeniería Financiera por la Universidad de California-Berkley j.pozuelo-monfort@lse.ac.uca

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