Desafíos de la industria audiovisual
En la sociedad del conocimiento, la palabra es la herramienta básica para la comunicación global. Libros, videojuegos, programas informáticos, noticias, tienen que expresarse en una lengua para poder ser entendidos y utilizados. Las lenguas se convierten, pues, más allá de su indudable peso cultural y político, en un elemento de un altísimo valor económico.
Pertenecer a una de las lenguas más extendidas y habladas de nuestro planeta otorga a la industria cultural del espacio hispanohablante una posición extraordinariamente competitiva. Pero la lengua no lo es todo. Los giros o dialectos a veces marcan grandes diferencias, y así, por ejemplo, una película hablada en mexicano coloquial no es bien recibida en Argentina, o una española en Bolivia. Por eso, al margen de problemas de distribución, al cine en español le cuesta más trabajo conseguir una dimensión continental que al libro, donde existe un español más o menos canónico, defendido por las respectivas academias.
El libro, que es el soporte más antiguo con el que se expresa la industria cultural, sigue resistiendo los envites de la digitalización, por más que los augures de la catástrofe anunciaran su desaparición ante el implacable avance de internet. Con su mala salud de hierro, la industria editorial tiene grandes desafíos que superar. Durante los pasados días 28 y 29 de junio se celebró en Bogotá, organizada por la fundación BLU y Cajasol, la II Acta Internacional de la Lengua Española, encuentro que tenía por objetivo debatir su futuro. Participaron editores, libreros, bibliotecarios y responsables públicos que representaban a la mayoría de los países iberoamericanos.
La I Acta de la Lengua se había celebrado en San Millán de la Cogolla y analizó la inédita vertiente del inmenso valor económico de nuestra lengua, más allá de su primordial peso cultural. La III Acta se celebrará en la Universidad Iberoamericana de La Rábida y tendrá por objetivo debatir acerca de la lengua española en los medios audiovisuales.
La creación intelectual y el desarrollo de los derechos de autor están evolucionando a la luz de las nuevas tecnologías. Aunque algunas voces piden la eliminación del concepto de propiedad intelectual, la inmensa mayoría de los agentes coinciden en la necesidad de proteger la creación de los autores, garantizando la justa explotación de sus derechos. Los creadores aspiran, con toda razón, a vivir de su obra. La extensión de la piratería en algunos países usurpa esos derechos, que tampoco obtienen idéntico grado de protección en todo el espacio de nuestra lengua. Asimismo, es preciso definir con claridad los derechos digitales de las obras. El sector editorial puede encontrar en las nuevas tecnologías, más allá de una poderosísima herramienta de trabajo, un espacio donde volcar sus contenidos y conseguir nuevos lectores.
Como es lógico, el sector editorial es un firme aliado de los Gobiernos en su tarea de fomentar la lectura. Educación, dotación de bibliotecas escolares y públicas y adecuadas políticas de fomento se nos antojan del todo indispensable.
Una gran oportunidad es considerar el espacio idiomático por encima de los espacios nacionales a los efectos de la industria cultural. Los libros, el cine, la música, tendrían un mercado directo de 450 millones de potenciales usuarios. Centrándonos en el mundo del libro, nos encontramos que no existe una base única para el ISBN de los textos en lengua española, tal y como la inteligencia nos hubiera aconsejado, y que facilitaría la gestión editorial y de distribución de los libros escritos en lengua española, máxime cuando cada vez con mayor frecuencia las editoriales contratan los derechos de una obra en español, sin limitarse a países concretos.
La gestión de los derechos de la propiedad intelectual camina hacia el espacio idiomático, mientras que los países son muy celosos de unas competencias que limitan las posibilidades de su industria editorial. Tampoco funciona un sistema informático de documentación comercial que, como el Sinli, facilite la complejísima gestión de expediciones, facturaciones, devoluciones e inventarios de los millones de libros que se mueven anualmente. La existencia de barreras arancelarias, distintas fiscalidades, criterios de discriminación política, adquisiciones públicas poco transparentes o el empecinamiento de algunos Estados en convertirse en editores son otras de las dificultades que debe superar el mundo de la edición.
O la editorial en español tiene una dimensión hispanoamericana o, simplemente, no será. Luchemos por ello.