España, quinta potencia espacial europea
Cuando en el año 1957, en plena Guerra Fría, la Unión Soviética, bajo la férula de Nikita Kruschev, consiguió poner en órbita el primer Sputnik, inaugurando de esta manera la era espacial, muy pocos fueron capaces de imaginar el extraordinario impacto que la actividad espacial iba a tener en la humanidad en las siguientes décadas. La telefonía móvil, la televisión digital, la navegación por satélite, la observación de la Tierra y sus aplicaciones en los ámbitos de la defensa, la seguridad y el medio ambiente, así como el conocimiento del universo y sus orígenes, son tan sólo una muestra de los valiosos frutos que, a lo largo de medio siglo, el espacio ha proporcionado y que han contribuido a configurar de forma decisiva el mundo contemporáneo, tanto desde una vertiente económica como sociocultural.
Si bien es verdad que, de la década de 1980 a esta parte, los servicios de telecomunicaciones por satélite han atraído un significativo volumen de demanda privada, lo cierto es que, debido a las razones que a continuación señalaré, desde un buen principio el protagonismo en los desarrollos espaciales ha correspondido al sector público, que en la actualidad copa aproximadamente el 70% del mercado mundial.
Por un lado, las aplicaciones del espacio en áreas como la ciencia, el medio ambiente, la defensa y la seguridad presentan rasgos de bien público, es decir, son servicios que los ciudadanos desean pero que no están dispuestos a pagar privadamente. Por otra parte, las empresas del sector espacial son singularmente intensivas en investigación y desarrollo (I+D), actividades que requieren un respaldo público dados sus efectos sociales positivos, que desbordan las fronteras de las compañías, y su elevado riesgo inherente. Finalmente, la mayoría de países de un cierto tamaño considera hasta tal extremo crítica la explotación del espacio, para la preservación de sus intereses nacionales, que protege, artificialmente, el tejido empresarial autóctono de este sector, en aras de la consecución de un grado alto de soberanía tecnológica espacial.
España dio sus primeros pasos en el terreno espacial a principios de la década de 1950 con el establecimiento de contactos entre el Instituto Nacional de Técnica Aeroespacial (INTA) y la NASA norteamericana, cuya colaboración desembocó en 1974 en el lanzamiento de Intasat, el primer satélite con participación española. Un año después, nuestro país impulsó, como miembro fundador, el nacimiento de la Agencia Espacial Europea (ESA), institución que desde entonces ha canalizado la mayor parte del esfuerzo presupuestario español en materia espacial y que ha demostrado ser un excelente instrumento de capacitación tecnológica de nuestras empresas y una plataforma privilegiada para el desenvolvimiento de una nutrida comunidad científica española, al tiempo que ha constituido un paradigma de cooperación europea con fines pacíficos. Hitos posteriores de la historia espacial española son el lanzamiento de los satélites de telecomunicaciones de Hispasat en los noventa y las dos misiones del astronauta Pedro Duque (1998 y 2003).
Desde el inicio de la presente legislatura, el Gobierno español proclamó su interés en fortalecer la inversión pública en el espacio, consciente de la repercusión que la evolución de la actividad espacial tendrá tanto en el desarrollo económico, gracias a su alto contenido tecnológico, como, sobre todo, en la calidad de vida de los ciudadanos, que se beneficiarán no sólo de los servicios espaciales ya existentes (sistemas de telecomunicaciones por satélite) o en desarrollo (por ejemplo, el programa de navegación por satélite Galileo) sino también de los que están por venir y que a día de hoy ni siquiera somos capaces de atisbar.
Por esta razón, el Gobierno ha aprobado un aumento del 50% de la contribución española a la ESA en el periodo 2004-2007 (en el año presente la cuota española asciende a 196 millones de euros), lo cual ha convertido a España en la quinta potencia espacial europea, sólo por detrás de Francia, Alemania, Reino Unido e Italia. Este esfuerzo público sin precedentes, que tendrá continuidad en el tiempo, permitirá que, previsiblemente y a pesar del bajo nivel de partida heredado, España alcance, en el seno de la ESA, el peso que nos corresponde con arreglo al PIB relativo el año que viene.
Y, precisamente, a equilibrar el peso económico de España con nuestro protagonismo espacial consagra su esfuerzo el Plan Estratégico para el Sector Espacial (2007-2011), elaborado por el CDTI y presentado por el ministro de Industria, Turismo y Comercio recientemente, que establece una hoja de ruta con el fin de que los usuarios, las empresas y la comunidad científica obtengan el máximo beneficio posible de los más de 1.100 millones de euros que el Gobierno central invertirá en programas espaciales internacionales en el próximo lustro.
Desde una perspectiva industrial, afortunadamente, ya no es una novedad que una empresa española obtenga un gran contrato en los exigentes concursos europeos y, por consiguiente, estoy convencido de que las compañías de nuestro país sabrán aprovechar la oportunidad, ganando masa crítica e incrementando su productividad, para empezar la próxima década compitiendo en pie de igualdad con sus grandes rivales continentales.
La reciente finalización del sofisticado instrumento científico MIRAS, íntegramente español y elemento principal de la misión europea SMOS, satélite que se lanzará a finales de año y que medirá la humedad del suelo y la salinidad de los océanos con el objetivo de estudiar el proceso de cambio climático, es un buen augurio. La inminente construcción de un satélite óptico de observación de la Tierra de última generación, fabricado en su totalidad en España, debería ser la confirmación definitiva.
Maurici Lucena Betriu. Director general del CDTI y jefe de la delegación de España en la Agencia Espacial Europea (ESA). Ministerio de Industria, Turismo y Comercio