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Unión Europea

La enésima esperanza de Hungría

Los diez millones de húngaros abordan el reto de la entrada en el euro tras asumir la decepción de un Gobierno desacreditado.

La república magiar afronta su penúltimo reto, después de interiorizar su penúltima decepción. La integración en la zona euro dentro de seis o siete años se antoja harto complicada con un déficit presupuestario del 10,1% del PIB en 2006, pero el Gobierno de Hungría ha anunciado un severo plan de ajuste para lograrla. ¿El problema? Muy localizado: la falta de credibilidad.

Los húngaros desconfían del Ejecutivo y con razón. En septiembre del año pasado, se filtró una grabación en la que el reelegido primer ministro, el socialdemócrata Ferenc Gyurcsány, reconocía en un acto de partido que mintió sobre la situación económica del país para ganar las elecciones. Miles de manifestantes ocuparon las calles de Budapest para exigir su dimisión, como volvieron a hacer el 15 de marzo, día de la fiesta nacional en Hungría.

De momento, Gyurcsány resiste y mantiene su programa de reformas. Las medidas, impopulares, afectan a la sanidad, la educación, las pensiones y la administración pública. Una de las más criticadas es la venta de hospitales, para 'mejorar la asistencia en los que permanezcan' en manos públicas.

A falta de respaldo popular, el Ejecutivo cuenta con la aprobación de la Comisión Europea, que ha aceptado su Programa de Estabilidad. Aunque la situación económica invita a la demagogia (el líder opositor, Víktor Orbán, ha afirmado que 'también hay vida más allá de la UE'), los 23.000 millones de euros que Hungría recibirá de las arcas comunitarias hasta 2013 (más los varios miles recibidos desde antes del ingreso en 2004) mantienen un respaldo suficiente a la idea de Europa.

György Gabor, representante permanente de la Comisión en Budapest, cree que España, Irlanda y Finlandia son los modelos a seguir.

Attila Mong, director de la revista Manager, sostiene que las sucesivas decepciones de los últimos años explican el escaso fervor popular: 'A principios de los 90, la instauración del capitalismo se vendió como un maná para la economía. Poco después, las privatizaciones masivas de empresas públicas hacían más cercano a los ciudadanos ese capitalismo, aunque con resultados dudosos'. Cuando se inició la devolución de propiedades públicas a sus antiguos dueños, algunas no se pudieron aislar, por lo que se compensó a éstos con acciones de empresas privatizadas. La mayoría de estos pequeños accionistas eran ancianos que, necesitados de liquidez, las vendieron a precios irrisorios a grandes inversores, a la postre beneficiarios del cambio de sistema económico.

En 1994, la economía decreció y la inflación se acercó al 30%. Un fuerte plan de ajuste prometió mejoras a medio plazo, una vez más defraudadas. El último impulso de ilusión, el ingreso en la Unión Europea en 2004 con la consiguiente afluencia de fondos, se ha visto empañado con el escándalo de la mentira presidencial sobre la situación económica. El recurrente escepticismo popular se resume en que desde la introducción de la democracia, en 1990, sólo las mentiras de Gyurcsány han permitido a un primer ministro en ejercicio repetir tras las elecciones.

Aunque el galopante déficit presupuestario marca la agenda económica, algunas variables muestran guarismos más optimistas. La inflación está controlada en el 3,9%, el mismo nivel al que creció el PIB el año pasado. La producción industrial y las exportaciones crecen por encima de los dos dígitos, y la tasa de paro ronda la media europea con un 7,5% (si bien la tasa de actividad se limita al 57%).

Péter Horváth, director ejecutivo de la Agencia para el Desarrollo de las Inversiones y el Comercio, sostiene que los costes laborales siguen siendo competitivos, para una mano de obra 'eficiente y con conocimientos de idiomas'. Además, destaca las infraestructuras y la armonización legal con la Unión Europea como motivos para acercarse a Hungría. El más directamente cuantificable es la ayuda a la inversión extranjera: según la zona del país en la que se implanten, las empresas foráneas reciben del Estado hasta el 50% del capital necesario para su puesta en marcha.

El espejismo fiscal

Pese a la idea vaga imperante sobre las ventajas fiscales de los países del Este, éste no es uno de los atractivos para la inversión extranjera en Hungría. El tipo de gravamen sobre sociedades es del 16%, al que hay que añadir un 2% de impuesto industrial local y un 4%, recién instaurado, denominado 'impuesto de solidaridad' (fruto, también, del ajuste fiscal).

El 22% resultante no es elevado si se compara con los estándares occidentales, pero resulta engañoso: el truco está en las cotizaciones sociales por parte de la empresa, que, en la mayoría de las ocasiones, superan el 100% del salario que recibe el trabajador. La maraña fiscal y la insuficiente base impositiva conforman uno de los problemas enquistados en la economía húngara. En un país históricamente sometido, la ciudadanía aún no ha interiorizado el sistema contributivo como un esquema directamente beneficioso para la sociedad.

Con todo, la Unión Europea sigue siendo un referente: Hungría fue el segundo país en ratificar la hoy estancada Constitución Europea, y la gran mayoría de los húngaros quiere profundizar las relaciones. La república magiar se integrará en el espacio Schengen (países que han eliminado sus fronteras comunes) en la segunda mitad de este año, y en 2011 presidirá la Unión Europea. Dos o tres años después, según los cálculos del Gobierno, Hungría entrará en la zona euro. La enésima esperanza para los escépticos húngaros.

Microempresas en la época soviética

Hungría, el Estado de los magiares unificado en 1001 bajo el cetro del rey Esteban I, acumula un milenio de existencia en el que la independencia total ha sido más excepción que regla. A lo largo de los siglos, el pueblo húngaro ha tenido que sufrir sucesivamente las ansias imperiales de turcos, austriacos, alemanes y rusos.La caída del telón de acero, en 1989, supuso la recuperación de la independencia real frente a la Unión Soviética. El ingreso en la Unión Europea, en mayo de 2004, supone a ojos de los ciudadanos una garantía de que, por fin, serán tratados de igual a igual por las potencias del continente. Un asunto crucial para un país orgulloso de su historia y de su labor científica y cultural (no en balde, Hungría cuenta con 14 premios Nobel desde 1905 hasta 2004). Ese mismo orgullo llevó al levantamiento popular en 1956. Los tanques soviéticos acabaron con la revolución, pero Moscú otorgó a Hungría privilegios no compartidos con el resto del Pacto de Varsovia. Entre ellos, la existencia de empresas privadas siempre que contasen con menos de 10 empleados.

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