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Tribuna
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La octava economía y el reparto de beneficios

En vísperas de la huelga general protagonizada por los trabajadores de la Bahía de Cádiz, el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, presentó en la Bolsa de Madrid los resultados de su gestión económica. La evaluación de esos resultados es, sin lugar a dudas, altamente positiva. España ha dado un vuelco total a su situación en el mundo y una buena parte de sus ciudadanos gozan de unos niveles de prosperidad que eran difícilmente imaginables hace tan sólo 25 años.

Desde que las fuerzas políticas, económicas y sociales españolas adoptaron los famosos Pactos de La Moncloa la economía española no ha hecho más que crecer, primero con los lógicos altibajos producidos como consecuencia de las profundas reformas estructurales emprendidas y desarrolladas por los primeros Gobiernos de la democracia. Posteriormente, la definitiva apertura de la economía española con motivo de nuestro ingreso en la Unión Europea tuvo un efecto revulsivo de adecuación a la competencia que fue poniendo las bases de la bonanza económica que nuestro país vive desde principios de los años noventa.

La mayor parte de los datos macroeconómicos señalan un avance indiscutible hasta situarnos como la octava economía más avanzada del mundo y avalan el optimismo que han generado. Destacan el constante crecimiento del PIB que el pasado año fue el mayor de lo que llevamos de siglo y por encima del alcanzado por los países socios de la eurozona, el consistente superávit de las Administraciones públicas, el crecimiento de las inversiones y muy especialmente los datos de empleo que resultan poco menos que espectaculares. España ha generado en los tres últimos años el 40% del empleo en la UE, por lo que la tasa de desempleo, tradicionalmente una de las más altas de la UE, ha pasado a situarse en la media europea. Un gran logro si tenemos en cuenta que éste ha sido durante largo tiempo uno de los puntos de mayor sensibilidad social.

La pregunta del millón la dejó entrever el presidente: este periodo de expansión, ¿va a tener continuidad en los próximos años? En economía cuentan mucho los resultados, pero las expectativas para el futuro configuran la parte más esperada del guión. Y en este terreno la economía española deja entrever algunas sombras: el persistente diferencial de inflación con nuestros socios europeos, la casi inexistente ganancia de productividad que afecta a la competitividad de las empresas españolas y el creciente déficit comercial son el otro plato de la balanza que amenaza a la economía española en el medio y largo plazo.

La balanza por cuenta corriente siguió aumentando su déficit, alcanzando en 2006 niveles de récord histórico. Ello se ha debido tanto al aumento del déficit de la balanza comercial como a la disminución del superávit de la balanza de servicios. Las expectativas para este año han cambiado como consecuencia de la recuperación del dinamismo de las economías centroeuropeas, lo que debe traducirse en una mejora de nuestras exportaciones. No olvidemos que el 70% de nuestro mercado se sitúa en la UE por lo que en años anteriores nuestras exportaciones se han visto lastradas por la debilidad de la demanda de nuestros principales clientes. Para complementar este posible cambio de tendencia, nuestras empresas, apoyadas por acciones decididas de promoción por parte del Gobierno, deben desarrollar un mayor esfuerzo en la mejora de nuestra imagen de marca en el mercado global, en especial en las áreas más dinámicas (Asia-Pacífico y Europa del Este).

Sin embargo, el gran reto de la economía española es la competitividad. æpermil;sta se ve afectada por el diferencial de inflación respecto a nuestros socios europeos, por la fortaleza del euro en el entorno global y sobre todo por la pobre evolución de la productividad del trabajo. En los últimos cinco años la productividad laboral decreció en España un 4%, mientras que el coste laboral por trabajador y mes aumentó un 3,5% interanual. No va a ser fácil resolver esta situación que pasa ineludiblemente por priorizar la mejora de la inversión en I+D y la introducción de más innovación en el proceso productivo, pero también por un gran acuerdo nacional entre el Gobierno, asociaciones empresariales y sindicatos con el fin de mejorar los niveles de productividad del trabajo.

Y quizás, para alcanzar este acuerdo, el presidente del Gobierno debería anunciar que con tanta bonanza ha llegado el momento de hacer un mejor reparto de la misma.

Agustín Ulied. Profesor del Departamento de Economía de Esade

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