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Columna
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Qué sería España sin inmigración

España cuenta ya con 45 millones de habitantes, de los que casi cinco millones son inmigrantes. El autor analiza la influencia de la población extranjera en la mejora de las condiciones de bienestar generales y las consecuencias negativas que, de frenarse, tendría para el mantenimiento del actual ciclo expansivo

Un buen ejercicio para apreciar los efectos de la inmigración es reconstruir cómo sería nuestro país si no existiera dicho fenómeno. Este ejercicio, en principio, es relativamente sencillo. Por ejemplo, sólo con restar del total de residentes que figuran en el padrón municipal de 1 de enero de 2006 a quienes han nacido fuera de España se aprecia que, en lugar de 44,7 millones de habitantes -ya más de 45 millones, según los últimos datos que maneja el INE- no se alcanzarían los 40 millones.

Sin embargo, que España tuviera casi 5 millones de personas menos en el caso de que sólo residieran los nacidos en el territorio, con ser relevante, es menos destacable que otras conclusiones que se extraen al contemplar las estructuras de la población nacida en España y de la que ha nacido fuera. Dada la baja natalidad de los españoles y el aumento de la esperanza de vida, los nacidos en España que cuentan con 65 años y más suman 7,2 millones y suponen el 18,1% del total de la población nacida en nuestro territorio, 10 puntos de porcentaje más que en 1960, cuando ese grupo de edad suponía el 8,2% del total. Ese volumen de población mayor de 64 años es casi el 28% de quienes tienen entre 17 y 64 años pero, dado que no todos los activos potenciales trabajan, dicha población mayor es nada menos que el 43% de los 16,8 millones de ocupados de nacionalidad española que reflejó la Encuesta de Población Activa (EPA) para todo 2005.

Que haya sólo 2,3 ocupados con nacionalidad española por cada mayor de 64 años nacido en España es un auténtico signo de alerta puesto que difícilmente, con sus contribuciones, podrían hacer frente no sólo a las pensiones de jubilación y viudedad, que en 2005 sumaban 6,8 millones, cifra próxima al total de mayores de 64 años, sino a las prestaciones por incapacidad, desempleo, etcétera, que elevan el total de prestaciones contributivas y no contributivas a más de 10 millones, según el Anuario de Estadísticas Laborales y de Asuntos Sociales.

En este sentido, la existencia de 4,8 millones de residentes nacidos fuera de España, de los que 3 millones tienen entre 20 y 44 años, no cabe duda de que alivia la situación. En términos de ocupación, los extranjeros aportan más de 2 millones de efectivos según la EPA y 1,7 millones de afiliados en alta en la Seguridad Social, cifras que seguramente subestiman la verdadera aportación de los extranjeros al mercado laboral pero que, en cualquier caso, alivian la relación que se citó anteriormente hasta dejarla en 2,5 ocupados por cada mayor de 64 años.

Pero la influencia de la población extranjera no se limita a esta ligera mejora en la relación contribuyentes- perceptores sino que tiene mayor alcance demográfico. En ausencia de inmigración, la natalidad en España cayó por debajo de los 600.000 nacimientos desde 1980 y se situó en menos de 400.000 a partir de 1991, subiendo de dicha cifra desde 2001 gracias a los hijos tenidos por las mujeres extranjeras, que en el año 2005 han llegado a ser 70.259 hijos, un 15,1% de los 466.371 niños nacidos en España en ese año. Para tener una idea de lo que esto supone, basta señalar que en la envejecida población española ya se está llegando a las 400.000 defunciones anuales, por lo que, sin la inmigración, comenzaríamos a tener un saldo vegetativo negativo y nuestra población no sólo tendería a decrecer sino que agudizaría su envejecimiento relativo.

De cualquier modo, si la población española no recupera su fecundidad se vislumbran situaciones difíciles. En el escenario 1 que contemplan las proyecciones demográficas del INE, donde se mantiene la hipótesis de que la actual tendencia inmigratoria se mantiene hasta 2010 y, a partir de ese año, sigue habiendo en torno a las 270.000 entradas netas del extranjero, tan sólo en el año 2027, dentro de 20 años, habrá 10,9 millones de mayores de 64 años, un 34,6% del total de activos potenciales con edades entre los 17 y los 64 años.

Lo más preocupante es que difícilmente se cumplirán unas hipótesis que requerirían el mantenimiento de nuestro ciclo expansivo y la ausencia de un desarrollo de las zonas que actualmente expulsan población y que, caso de darse como sería deseable, frenaría los actuales movimientos migratorios masivos y hasta facilitaría el retorno de quienes han emigrado y de sus hijos, como ocurrió con la emigración española de los años sesenta, que en una medida importante retornó con sus descendientes cuando cambió la situación política y económica de nuestro país.

José Aranda. Economista y estadístico

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