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Tribuna
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El nuevo IPC

El índice de precios de consumo (IPC) es el indicador más utilizado para calcular la tasa de inflación de una economía y se elabora a partir de los cambios en el coste de adquisición de una cesta de consumo representativa de los hábitos de las familias. Para ello, se elige un año base en el que se construye dicha cesta y, en cada periodo sucesivo, se calcula el IPC dividiendo el valor de la cesta de consumo en ese periodo por el valor de la cesta en el año base (multiplicando por 100).

El IPC sirve de referencia para la negociación de salarios, el establecimiento de contratos o la revisión de rentas y pensiones y determina las expectativas y decisiones futuras de numerosos agentes económicos. Este fenómeno se conoce con el nombre de indiciación y con él se pretende evitar la pérdida de poder adquisitivo que cada año se produce por la inflación. Por ejemplo, se estima que las empresas españolas deberán pagar 1.200 millones de euros adicionales en salarios para compensar el desvío en siete décimas en la inflación del IPC en 2006 respecto a la previsión oficial del 2%, previsión respecto de la cual se realiza la revisión salarial. Asimismo, el Ministerio de Trabajo ha tenido que desembolsar 429,7 millones de euros para compensar a los pensionistas por esa misma desviación.

En la práctica, la cesta de bienes y servicios de consumo cuya variación en precios se pretende medir se establece a partir de la información proporcionada por la Encuesta Continua de Presupuestos Familiares (ECPF), que ofrece datos sobre gastos de las familias en bienes y servicios de consumo a partir de una muestra representativa de unos 8.000 hogares. Para cada bien o servicio se calcula su proporción del gasto de los hogares sobre el total del gasto.

En el pasado, antes de las modificaciones introducidas con el IPC base 2001 (vigente entre 2002 y 2006), la cesta de consumo empleada en el cálculo del IPC permanecía constante, no permitiéndose la sustitución de unos bienes por otros dependiendo del precio en cada momento. Así, por ejemplo, si durante un mes determinado subía el precio de la merluza y bajaba el del bacalao, los consumidores compararían más bacalao y menos merluza. Este efecto sustitución no era posible en el IPC porque la cesta estaba congelada: fuese cual fuese el precio, siempre se compraba la misma cantidad de bienes y servicios que en el año base. Además, con el viejo sistema, al mantener inalterada la cesta de consumo representativa, no era posible la consideración de la existencia de nuevos bienes y servicios que pudieran ir apareciendo en los mercados ni de los cambios en la calidad de los bienes y servicios ya contemplados.

Por estos y otros motivos, la tasa de inflación calculada por el IPC tendía a sobrevalorar el verdadero incremento en los precios. Para España se estima que dicha sobrevaloración se situaría en torno a 0,6 puntos porcentuales por año (es decir, en 10 años, el error en la medida del verdadero incremento en los precios sería del 6%).

Para corregir este sesgo, con el IPC base 2001 se introdujeron cambios metodológicos con el fin de adaptarlo mejor a la evolución del mercado: actualizando las ponderaciones utilizadas más frecuentemente y permitiendo la inclusión de nuevos productos en la cesta de la compra en el momento en que su consumo comience a ser significativo. Asimismo, se incorporaron las ofertas y rebajas y se adoptaron nuevas técnicas de ajuste por cambios de calidad en los productos.

El nuevo IPC base 2006, que el INE ofrece desde enero de 2007, profundiza en este proceso de mejora, aumentando la representatividad en su cobertura mediante la ampliación de la muestra de municipios (177 municipios frente a los 141 de la base 2001) e incrementando el número de precios recogidos hasta cerca de 220.000 (lo que supone una subida en torno al 12%). Asimismo, contempla importantes cambios en la composición de la cesta de la compra y ponderaciones más actualizadas.

De esta forma, desaparecen del cómputo algunos artículos (por ejemplo, la carne de vaca, el tejido para confección, la tela para tapizar o el servicio de reparación de ciertos electrodomésticos) cuyo consumo ha dejado de ser significativo, incorporándose otros de mayor pujanza en el consumo de los hogares (los alimentos dietéticos e infantiles, la homeopatía, el fisioterapeuta o la operación de cirugía estética o de miopía).

Al igual que sucediera con el IPC 2001, el nuevo IPC contempla actualizaciones anuales de las ponderaciones de los distintas componentes del consumo, por lo que se asegura una adecuada adaptación a los cambios del mercado y a los hábitos de consumo en un plazo muy breve de tiempo, además de hacer posible la incorporación continua en el IPC de nuevos bienes o servicios cuando vayan apareciendo en el mercado, eliminando los que se consideren poco relevantes por su escaso peso en el consumo.

Al ser presentados, los datos del IPC se desglosan en el índice general y varios índices especiales, de entre los que destacan el índice no alimentario (un índice que excluye los precios de los alimentos no elaborados, que son más erráticos por depender directamente de las condiciones climáticas), el índice no energético (que excluye los precios de los productos energéticos que, o bien dependen directamente de los inputs petrolíferos importados, o bien tienen precios intervenidos o administrados por el Gobierno) y el índice sin alimentos no elaborados ni energéticos (que, al eliminar las partidas más erráticas, trata de identificar los componentes más estables de la dinámica de precios). Cada uno de ellos nos da una visión particular de la evolución de los precios, siendo especialmente relevante este último índice, pues a partir de él se calcula la denominada inflación subyacente, considerada el núcleo estructural de la inflación y que marca la tendencia de la misma a medio plazo.

Dada la importancia del IPC como indicador ampliamente utilizado para medir la inflación registrada y fundamentar las expectativas de los agentes económicos sobre desarrollos futuros en la evolución de precios, rentas y salarios, las modificaciones introducidas en el nuevo IPC base 2006, al mejorar sustancialmente los criterios de confección de la cesta de bienes y servicios que trata de reproducir, elevan significativamente la fiabilidad y representatividad de este indicador. Así, ofrecen una medida más dinámica, flexible y técnicamente más moderna, que permitirá seguir incorporando las innovaciones metodológicas que se vayan proponiendo en foros académicos nacionales e internacionales, así como aquellas directrices que favorezcan la armonización con otros países de la Unión Europea.

Simón Sosvilla Rivero. Investigador senior de la Fundación de Estudios de Economía Aplicada (Fedea) y profesor de Análisis Económico de la Universidad Complutense

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