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Columna
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¿Tiene futuro la industria europea?

El cierre anunciado de la factoría de Delphi en Cádiz ha vuelto a recordar el amargo sabor de la deslocalización, según el autor. Para combatir sus efectos, el futuro de la industria europea pasa, en su opinión, por invertir más en formación e I+D+i y por ofrecer mayor valor añadido

El anuncio por parte de Delphi -fabricante de componentes para el automóvil- del cierre de su factoría gaditana ha reabierto el eterno dilema de las deslocalizaciones. Al parecer, en el caso que nos ocupa y según denuncia el propio comité de empresa, se ha ido desviando producción a la factoría que la multinacional posee en Polonia. ¿Razones? La empresa alega la finalización de su contrato de suministro con Seat, el sentido común nos dice que, independientemente de cualquier otro tipo de cuestiones, el diferencial del costo de mano de obra y de condiciones sociales debe haber influido de forma poderosa en la decisión.

El cierre de Delphi dejaría en la calle a casi 2.000 trabajadores, amén del destrozo que causaría en empleos indirectos y empresas suministradoras. Miles de personas se echaron a la calle para expresar la solidaridad con los trabajadores de Delphi, pidiendo que no se detenga la actividad. La bahía de Cádiz sufre un paro muy alto debido a anteriores crisis industriales y está completamente justificada la alarma social que ha causado este nuevo estacazo.

La Junta de Andalucía se opone al cierre, argumentando el compromiso de permanencia adquirido por la empresa cuando se benefició de cuantiosas subvenciones públicas. La empresa ha nombrado interlocutor y el Ministerio de Industria ha ofertado un plan industrial.

Estos son los mimbres con los que tendrá que tejerse la canasta durante estas próximas semanas. Esperemos que las partes logren llegar a un acuerdo razonable para todos. El ideal, desde luego, sería que se mantuviera la planta. Esperemos que haya suerte. Una plantilla prejubilada sería un duro golpe para una economía que tiende hacia el monocultivo turístico.

Durante décadas, España se benefició de la deslocalización de empleo europeo. Con la irrupción de operadores más competitivos, sufrimos el amargo sabor de la deslocalización en carne propia. El caso de Delphi salta en paralelo a la crisis de EADS, el gigante de la aeronáutica europea, que ha anunciado el despido de miles de trabajadores de sus plantas de diversos países sin que, al parecer, nos veamos afectados en este caso. Como penúltimo en esta cadena de regulaciones de empleo, Bayer también ha anunciado el despido de trabajadores como consecuencia de una de sus adquisiciones.

Llevamos años debatiendo sobre la globalización y sus efectos más conocidos, a saber, deslocalizaciones hacia países con mano de obra más económica y fusiones y adquisiciones para conseguir conglomerados de eficacia global. Periódicamente aparecen en escena voces pidiendo mayor proteccionismo de fronteras. ¿Lograrán invertir el proceso? No lo creo. Además, impedir el desarrollo de países más pobres no sería ni justo ni eficiente. El proteccionismo de los ricos podría causar un colapso a los pobres.

¿Tiene entonces futuro la industria europea? Desde luego que sí, pero tan sólo la industria de alto valor añadido y altamente automatizada. Nuestra productividad y competitividad debe cabalgar a lomos de la investigación, tecnología, diseño y calidad. Otros pueden ofrecer mano de obra más barata, nosotros sólo podemos ofertar conocimiento. Por otra parte, debemos continuar elevando los requisitos medioambientales sobre nuestra industria. En un territorio tan saturado como el europeo es impensable cualquier relajación al respecto. La receta es bien conocida. Los fondos estructurales deben volcarse en formación e I+D+i. No podemos conformarnos con el cierre de nuestra industria. Debemos invertir para que sea más eficiente y produzca mayor valor añadido. Muchos son los ejemplos de buen hacer, y sin ir más lejos, la industria alemana está recuperando su buen tono tradicional de exportación.

En este bombardeo de deslocalizaciones, vuelve a ponerse en evidencia la importancia de poseer multinacionales españolas, con sede en nuestro país. Está más que comprobado que en el último país en el que las empresas aligeran empleo es en el propio, por aquello del qué dirán. Pues bien, mientras todo esto ocurre, una de nuestras principales empresas, Endesa, está siendo fagocitada por empresas extranjeras, en un legítimo juego de libertad de mercado, pero con el penoso resultado para nuestro país de dejar de ser sede central. Quizás, Dios no lo quiera, algún día también tendremos que sufrir regulaciones de empleo en la empresa. Y el que no esté de acuerdo que se vaya a protestar a Italia o Alemania.

Manuel Pimentel

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