Andalucía y el debate territorial
El rotundo triunfo del 'sí' en el referéndum sobre el Estatuto de Andalucía ha quedado oscurecido por la elevada abstención registrada. El autor reflexiona sobre las circunstancias de esa baja participación, que en su opinión denota el desinterés derivado del agotamiento de la mera reivindicación territorial
Tras el referéndum andaluz, debemos reflexionar sobre el interés que las cuestiones territoriales levantan sobre el ciudadano medio. La abstención se convirtió en el auténtico protagonista de la jornada electoral. El rotundo triunfo del sí quedó oscurecido por la bajísima participación. Ni la más sombría de las encuestas había pronosticado tan espectacular alejamiento del votante. Jamás, en comicio alguno, los votantes habían expresado mayor desinterés.
Los andaluces se han sentido cósmicamente alejados de la campaña del referéndum y de sus debates. Los impulsores del sí han argumentado -alguna razón pueden tener- que la confianza en el resultado afirmativo era tal que no motivaba a la participación. Por otra parte, el acuerdo de los grandes partidos en la defensa del voto afirmativo, salvo el no defendido en solitario y meritoriamente por el Partido Andalucista, ha restado el carácter épico que suele adornar nuestras elecciones y que mueven al voto. Si todos están de acuerdo, se preguntan algunos, ¿para qué votar?
Los andaluces, más que votar a favor de un nuevo estatuto, han expresado su rotundo desinterés acerca del mismo. Y no porque les parezca ni bueno ni malo, sino porque básicamente no entienden el cómo modificará su existencia. Algunos se han precipitado en valorar la altísima abstención como una evidencia más del alejamiento de los ciudadanos de su clase política y como rechazo a un sistema político excesivamente partitocrático. También algo de eso hay. Pero veremos cómo en las próximas elecciones generales -cuando la gente perciba que sí hay algo concreto en juego- la participación volverá a subir.
Por otra parte, tampoco hay que pedir peras al olmo. Tras una campaña plana, absolutamente sin tensión ni interés, no podíamos pedir que los andaluces acudieran en masa a votar un texto que ni conocían ni podían valorar. Para un ciudadano común la lectura del texto estatutario es tan árida y compleja que pocos serán los que hayan concluido con éxito la completa lectura del texto legal. Todo ello disipó cualquier posible interés acerca del Estatuto. No le demos más vueltas al asunto. La altísima abstención no es ni un voto de castigo contra el sistema -que merecer se lo merecía- ni un rechazo al texto propuesto. Simplemente es una manifestación de absoluto desinterés. Al fin y al cabo, percibe la población, nada cambiará con el nuevo texto.
Andalucía se movilizó en el anterior referéndum estatutario y, contra todo pronóstico, logró equipararse al techo de las llamadas comunidades históricas, abriendo paso al conocido café con leche para todos que determinó la actual España de las autonomías. Aquella inesperada movilización se debió al sentimiento de agravio frente a otras comunidades. En este caso, la población no ha percibido idéntico riesgo de agravio, lo que desmotivó su participación. Destacar en estas elecciones la novedad del apoyo del centro derecha a la reforma estatutaria, en un acertado giro que Javier Arenas logró imprimir a la inicial postura de su partido. Si se hubiese opuesto a la reforma, la participación hubiera sido superior, pero el PP hubiera tenido el coste posterior de ser tachado como antiandaluz, tal y como le ocurriera a la UCD.
Andalucía vuelve a ser pieza clave del modelo territorial. Del referéndum andaluz se pueden extraer lecciones generales. La más importante es que demuestra que la mayoría de las personas tienen otras prioridades distintas a las cuestiones territoriales. El referéndum catalán también apuntó en ese sentido, y su lección la aprendieron los actuales gobernantes de Cataluña, que han matizado sus reivindicaciones territoriales para centrarse en la mejora de la gestión.
Los territorios comienzan a sentirse cómodos en el marco constitucional. Veremos una tónica similar a la andaluza en el resto de autonomías. Podemos considerar que tenemos modelo territorial para varias décadas. Sólo nos queda ultimar la más delicada, el País Vasco. Deseemos prudencia y acierto a los llamados a llevarla a cabo. A buen seguro, la mayoría de los votantes vascos desean aunar la defensa de sus legítimos intereses y de su propia cultura con una razonable convivencia con el resto de España y Europa. Los ciudadanos andaluces han hablado con su abstención. También los catalanes. Es razonable pensar que el agotamiento de la mera reivindicación territorial también haya llegado a la sociedad vasca.