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Columna
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A vueltas con la competitividad

La pasada semana un escalofrío recorrió los ambientes económico-financieros españoles a consecuencia de un artículo o presentación de Olivier Blanchard, el brillante economista del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), sobre el funcionamiento de la Unión Monetaria Europea en el que, después de considerar los malos ratos que dentro de esta última han pasado países como Alemania y Portugal, se permitía presagiar, sin ningún argumento que lo justificara, que la próxima víctima de las rigideces que implica la existencia del euro podría ser España .

La verdad es que frente a otros grandes trabajos de Blanchard -incluidos algunos sobre el mercado de trabajo en España-, pero sobre todo, frente a su brillante manual de macroeconomía, cuya edición española ensalcé en su día como uno de los más inteligentes cursos de macroeconomía que yo haya conocido, la calidad de este papel dejaba bastante que desear, sin que pudiera entenderse cuál era la tesis que subyacía al mismo ni cuáles eran los méritos relativos a Portugal, Alemania o España para convertirse en posibles víctimas del funcionamiento de la Unión Monetaria Europea. Ello sin contar con la evidencia de los enormes beneficios que, hasta ahora al menos, ha representado para España la bajada de los tipos de interés reales que ha traído aparejada la introducción del euro.

A pesar de ello, sin embargo, quienes han pensado que Blanchard actuaba como su particular Casandra han creído ver en el diferencial de inflación y la pérdida consiguiente de competitividad la clave tras la cual se ocultan todos los males de nuestra economía. Para algunos la variable que representa el compendio de nuestras desgracias sería la balanza de pagos por cuenta corriente, cuyo déficit equivale a un porcentaje superior al 8% del PIB, que no podría haberse sostenido en el caso de que siguiéramos manteniendo una moneda propia por las presiones para su devaluación y el correspondiente programa de ajuste macroeconómico que descontarían los mercados.

Por decirlo en la terminología de la síntesis neoclásica, el ajuste vía precios, si es que se produce, no se ve por ningún lado

Sin embargo, ¿cuánto del actual déficit por cuenta corriente es la consecuencia de la pérdida de competitividad asociada al mayor crecimiento de los costes laborales unitarios en España respecto de otros países? Seguramente una proporción mucho menor de lo que algunos creen. Para empezar, los cambios estructurales producidos en los saldos de las balanzas de servicios -fundamentalmente en el renglón de turismo, por el aumento del turismo internacional de los ciudadanos españoles asociado al más alto nivel de renta-, transferencias -como consecuencia del aumento espectacular de las remesas de inmigrantes a sus países de origen- y rentas de los factores como consecuencia del alto endeudamiento de la nación por el déficit continuado de la balanza por cuenta corriente explican un porcentaje muy elevado del deterioro de aquélla y, con la excepción de este último factor de naturaleza más cíclica, están ahí para quedarse con nosotros durante muchos años, aunque también sujetos a fluctuaciones.

De hecho, es la enorme brecha entre la formación bruta del capital fijo interno y el ahorro público y privado de la nación lo que explica en gran medida no sólo el déficit de la balanza comercial, próximo al total que se registra por cuenta corriente, sino también la enorme acogida de inmigrantes y el corolario de sus remesas al exterior, la generosa entrada de capital para financiar los fuertes niveles de inversión y el coste de intereses que determina el saldo de la cuenta de renta los factores, y en menor medida también el saldo de la balanza de turismo.

A pesar de todo, los pesimistas no pueden dejar de reconocer que una situación como la actual no tiene por qué llegar a término como en el pasado, por la negativa del exterior a aceptar el riesgo de cambio creciente que conlleva la financiación de un déficit prolongado y tan importante de la balanza de pagos ya que no tenemos moneda propia y el impacto de nuestros desequilibrios -muchos de ellos internos a la Unión Monetaria Europea- sólo muy tangencialmente podrían afectar a la credibilidad del euro. De manera que tienen que hallar otra buena razón para que esta situación no pueda durar indefinidamente y han creído encontrarla en el deterioro de la competitividad, mezcla de una subida de los costes laborales nominales superior a la de nuestros socios comerciales y un avance de la productividad inferior.

Sin embargo, cómo se pone en marcha el mecanismo es algo que no consiguen explicar. Aunque no cabe duda de que perdiendo competitividad en todos los frentes la producción nacional debería contraerse, así como el empleo, y ello reflejarse en una mejoría del saldo externo por la vía de la reducción de las importaciones, lo cierto es que llevamos en este proceso aparente de pérdida de competitividad desde hace al menos ocho años y la producción y el empleo no sólo no se reducen sino que crecen más que los países de la zona euro y, en el caso del empleo, lo hace a ritmos espectaculares. Por decirlo en la terminología de la síntesis neoclásica, el ajuste vía precios, si es que se produce, no se ve por ningún lado.

Recuerda lo anterior un poco los análisis históricos del funcionamiento del patrón-oro en el sistema monetario internacional, que se suponía basado también en la inducción de movimientos del metal entre países para producir automáticamente el ajuste vía precios y que, sin embargo, se ha comprobado que funcionaba de manera mucho más flexible gracias a la intervención de los bancos centrales en la determinación de las políticas de tipos de interés que aceleraba o retrasaba dicho ajuste en función de otras consideraciones adicionales.

Hoy, la cuestión precisamente es que no existe entre los países de la Unión Monetaria más que una sola política monetaria, un solo banco central y un solo tipo de interés, y dentro de ella los ajustes de las balanzas regionales por la vía de los precios serán tan lentos como quepa suponer.

La situación actual, sin embargo, no durará eternamente. Algún día ésta llegará a su fin y algunos de los rasgos más sobresalientes de la misma, como el diferencial de crecimiento positivo del producto, invertirán su signo. Pero ello será no tanto a consecuencia de la supuesta pérdida de competitividad, sino como consecuencia de la desaparición de proyectos de inversión suficientemente atractivos en nuestro país y la aparición de otros más atractivos en otros de los países de la Unión Monetaria que produzcan un reajuste regional de la asignación de factores productivos.

Cuándo ocurrirá esto y en qué condiciones de resistencia encontrará a la economía española -a las que no serán ajenas la competitividad de la misma ni la flexibilidad en el mercado de trabajo- es a lo que deberíamos dedicar nuestros esfuerzos de imaginación en vez de seguir aplicando viejos esquemas de análisis a realidades nuevas apenas experimentadas.

Carlos Solchaga. Ex ministro de Economía

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