Analistas: materialidad no es sostenibilidad
En la última reunión anual Quien cuida, gana Global Compact de las Naciones Unidas, celebrada en Zúrich, se han tratado los aspectos medioambientales, sociales y de gobierno corporativo realmente importantes en el análisis de las empresas y empezamos a preguntarnos si la ya larga lucha por incorporar el desarrollo sostenible a la agenda de los inversores está resultando útil.
Hay que tener en cuenta que el desarrollo sostenible trata de mejorar el nivel de vida de los pobres en el mundo sin agotar ni destruir sus ecosistemas y recursos naturales. Así, a raíz del denominado informe Brundtland de 1987 determinados productos 'verdes' y socialmente responsables se han estado jactando de basarse en el principio de 'un desarrollo que asegure las necesidades del presente sin comprometer la capacidad de las futuras generaciones para enfrentarse a sus propias necesidades'. Pero ¿están cumpliendo las promesas?
La verdad es que los primeros intentos por analizar las empresas con una perspectiva medioambiental y social fueron acogidos con escepticismo o una absoluta hostilidad: era considerado casi indecente pedir información no estrictamente estándar. Sin embargo determinados analistas con criterios socialmente responsables (ISR) afirmaron que su aplicación en la empresa tenía impacto positivo en los resultados y acabaron por convencer a la comunidad financiera de sus ventajas económicas.
Aún así, la realidad es que hoy día no hay mercado para la mayoría de los bienes del desarrollo sostenible: recursos naturales intactos, atmósfera libre de contaminantes o una sociedad justa o que es aún incipiente, como en el caso de gases de efecto invernadero.
De hecho, una empresa que haga algo más que limitarse a cumplir límites legales incurre en desventajas de costes respecto a sus competidores. Además los argumentos de que estos costes se compensan mediante algún mecanismo milagroso, como una 'menor exposición a riesgo' o una mejor 'imagen pública', siguen siendo especulativos.
Así pues el analista financiero clásico tiene en cuenta el enfoque ISR antes de que el del enfoque socialmente responsable, pero sólo si resulta ser material, es decir significativo para los resultados. Es el caso de los costes del cumplimiento de las normas de emisiones de CO2 o el valor de la provisión necesaria para hacer frente a la limpieza de un terreno contaminado.
Sin embargo el criterio contable de materialidad no está necesariamente conectado con el de sostenibilidad. Por ejemplo, aunque las consecuencias sean idénticas, una tonelada de CO2 emitida en la UE resulta ser bastante más significativa para una empresa de servicios públicos europea que para una china no sujeta a tope de emisiones.
Por otra parte imaginemos una empresa que tolera el trabajo infantil a gran escala en un remoto pueblo minero del Tercer Mundo. Supongamos que, por cualquier motivo, el resto del mundo no lo sabe. ¿Puede ser ignorado en el análisis por el simple hecho de que no afecta a los resultados de la empresa?
Así pues la comunidad inversora socialmente responsable ha de volver a sus raíces: evaluar y clasificar empresas por su aportación real a la sostenibilidad e invertir en ellas. Influir en las malas y mantener a las buenas en el camino correcto. Participar en un diálogo abierto y constructivo y ejercer los derechos de voto. Alinear las estrategias a largo plazo con los principios de desarrollo sostenible. Su impacto puede ser especialmente útil para los inversores globales diversificados, como los fondos de pensiones, obligados a replicar el mercado general con una parte sustancial de sus activos.
Mientras tanto, aunque el enfoque de la inversión sostenible pueda limitar la rentabilidad respecto a sus índices de referencia, también es posible aplicar técnicas cuantitativas para controlar el riesgo y originar resultados independientes de la dirección del mercado.
Stephen Barber / Christoph Butz. Directores de Pictet Asset Management