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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Euro, dólar, tipos y competitividad

La sensible caída de los mercados bursátiles registrada al final de la pasada semana de forma bastante generalizada, después de tres meses de ganancias ininterrumpidas, ha encontrado en la debilidad del dólar la excusa perfecta. El movimiento de las divisas, con una apreciación de todas las monedas consistentes frente al billete verde, no debe sorprender a nadie. Lo sorprendente es que la pujanza económica de Europa y Asia frente a los síntomas explícitos de ralentización en EE UU se mantenga mes tras mes sin que el termómetro de las divisas se agite.

La economía americana lleva varios años gastando mucho más de lo que produce, viviendo, en definitiva, por encima de las posibilidades de sus agentes económicos. Pero la fe inquebrantable de empresas, particulares y bancos centrales de Asia, países exportadores de petróleo e incluso Europa en una rentabilidad más atractiva del billete verde ha financiado, con compras regulares de dólares, el crecimiento de Estados Unidos. No obstante, este circuito virtuoso esconde un artificioso modelo de crecimiento de la primera economía del mundo que no es en el largo plazo sostenible. Cada día que pasa con acumulación de desequilibrios en EE UU, en este caso el exterior, tenemos más riesgos de sucumbir a un reajuste brusco de la realidad, con depreciación súbita y cuantiosa del dólar.

Tal posibilidad puede producirse si quienes han mantenido hasta ahora el precio del billete americano dejan de hacerlo de manera compulsiva. En tal caso, todos los activos en dólares experimentarían una pérdida de valor que sacudiría los mercados financieros con consecuencias considerables. La sacudida cercenaría la confianza general en el funcionamiento de los mercados, además de convertir en un santiamén el efecto riqueza en efecto pobreza.

Por ello el aterrizaje del dólar debe ser suave. Y hay condiciones para ello. Pero es inevitable para que Estados Unidos recomponga en el medio plazo sus equilibrios comerciales y desactive la bomba de relojería que ha engordado en los últimos años. En primer lugar, el peso específico de la economía norteamericana en el mundo ha descendido en los últimos años, fundamentalmente por la irrupción de poderosos productores emergentes en el tablero que compensarán una desaceleración en EE UU. Además, los menos interesados en una pérdida de valor del dólar son los que han alimentado hasta ahora su injustificada apreciación, puesto que tanto Asia como Europa son netamente exportadores y evitarán, hasta donde puedan, encarecer, y reducir, sus ventas.

En el caso de China, una apreciación del yuan, hasta ahora maniatado, relajaría el crecimiento exuberante de su economía, y ejercería, a la vez, menos presión sobre las materias primas. En el caso de la Unión Europea, si el euro sigue ganando altura funcionará como regulador monetario (una apreciación de un 5% equivale a una subida de tipos de 25 puntos básicos) y ahorrará nuevos encarecimientos del dinero. Eso sí, las empresas exportadoras, que en Europa, y en España, empiezan a tener dificultades por precios, pueden verlos agravados. El gobernador del BCE, Jean-Claude Trichet, tiene la palabra, aunque el discurso de diciembre ya lo ha adelantado: otra subida de tipos, hasta el 3,5%.

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