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Tribuna
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Cambio climático: entre lo posible y lo necesario

Coincidiendo con el tramo final de la Conferencia de Naciones Unidas sobre Cambio Climático de Nairobi de la semana pasada, tuvo lugar en Madrid un encuentro internacional de expertos sobre la economía, la ciencia y la regulación del cambio climático, organizado por la Cátedra BP de Desarrollo Sostenible de la Universidad Pontificia Comillas (http://www.upcomillas.es/ catedras/bp/Foro_06.asp). Un interesante contraste entre la realpolitik de Nairobi y un análisis académico y neutral sobre el alcance y los mecanismos de implantación de las medidas necesarias para mitigar en lo posible el cambio climático y para adaptarse a sus consecuencias.

Los objetivos de Nairobi eran modestos y se han alcanzado en buena parte, aunque tras complicadas negociaciones. Al menos se ha conseguido establecer un (lento) calendario para debatir los términos de un acuerdo sobre el futuro del actual compromiso derivado del Protocolo de Kioto tras 2012 y -lo que era el objetivo más inmediato de la reunión- acordar los términos del Fondo de Adaptación, que financiará ayudas a los países más pobres para adaptarse a plagas, inundaciones y sequías, aunque su puesta en marcha se demorará otro año hasta que se concreten más sus términos.

En la reunión de Madrid se examinaron las evidencias científicas más recientes sobre las perspectivas e implicaciones del cambio climático, los mecanismos que -como el mercado europeo de emisiones- actualmente ya se han puesto en marcha para hacerle frente, y las medidas que habría que adoptar realmente para reducir los previsibles graves impactos negativos sobre una buena parte de la población mundial. A continuación se exponen las conclusiones más destacadas.

Los recursos dedicados a I+D en energía han disminuido sistemáticamente en los últimos 15 años. Es hora de invertir esta tendencia

Hay unanimidad acerca de la gravedad de la amenaza del cambio climático y de la necesidad de adoptar urgentemente las medidas necesarias para mitigarlo y adaptarse al mismo. Es muy improbable que, incluso con las medidas drásticas que los más optimistas consideran que se podrían aplicar en las próximas décadas, se consiga limitar el incremento medio global de la temperatura respecto a la época preindustrial al umbral de 2º C, a partir del cual muchos consideran que las consecuencias del cambio climático serán particularmente graves e imprevisibles. Las estrategias para hacer frente al cambio climático deben contemplar tanto medidas para tratar de reducirlo como para adaptarse al mismo.

Se necesitará una reducción radical -más del 80%, frente al 5% del Protocolo de Kioto y aún sólo para los países industrializados- de las emisiones de gases de efecto invernadero para estabilizar el efecto de la acción humana sobre la temperatura terrestre. Y una buena parte de esa reducción habrá de conseguirse para 2050, para no exceder en mucho el umbral de los 2º C. Hay que limitar el consumo de energía final, descarbonizar su producción y evitar la deforestación. Es esencial que las decisiones de inversión en infraestructuras energéticas en los próximos años sean las correctas, pues van a condicionar el patrón de emisiones durante la crítica primera parte de este siglo. No se debe excluir ninguna tecnología potencialmente beneficiosa a priori, a la vista del enorme esfuerzo por realizar. Pero cada país debe definir su futuro modelo energético adoptando decisiones estratégicas relevantes. Así lo han hecho por ejemplo Francia, Alemania o Inglaterra, pero aún no España.

Los recursos -tanto públicos como privados- dedicados a I+D en energía han disminuido sistemáticamente en todo el mundo durante los últimos 15 años. Es hora de invertir drásticamente esta tendencia. El precio del carbono será de ayuda pero, al menos inicialmente, habrá que suplementarle con medidas regulatorias, tales como estándares, incentivos económicos o programas públicos y privados de investigación con objetivos específicos orientados a una mayor sostenibilidad del modelo energético.

Es imprescindible que todos los países, tanto los industrializados como los que están en vías de desarrollo, acuerden cuanto antes un marco de acuerdo, en el que se establezca una visión común de lo que se quiere conseguir y una estructura para coordinar los esfuerzos de cada uno, según el principio de responsabilidades compartidas pero diferenciadas. Esto hace muy complicado el llegar a un acuerdo satisfactorio sobre el reparto de las cargas, atendiendo a criterios éticos y de equidad que son muy difíciles de concretar.

Los países en desarrollo, en particular los más pobres, tienen necesidades más acuciantes que tratar de resolver el problema del cambio climático -aunque se estima que van a ser los más afectados negativamente-, sobre todo cuando apenas han contribuido a su creación. Es esencial incorporar los mecanismos de ayuda económica y transferencia tecnológica, para reducir emisiones y adaptarse al cambio climático, a las líneas maestras de desarrollo económico y social de estos países.

Flexibilidad es la clave. Hay que evitar la imposición generalizada de esquemas que no han alcanzado un consenso general, incluido el Protocolo de Kioto, que en sus actuales términos -y contrariamente a lo expresado por Al Gore en su gira europea- parece muy improbable que sea ratificado por EE UU, independientemente de que la Administración sea demócrata o republicana. Tendrá que ser 'algo parecido a Kioto', pero no Kioto. El mercado europeo de emisiones, precursor de la aplicación del Protocolo de Kioto, es un prototipo valioso pese a sus actuales -y corregibles- defectos, y tiene el potencial de convertirse en una referencia útil en los futuros esquemas de coordinación de ámbito global.

La reciente cumbre de Nairobi es, sin duda, un paso hacia delante. Pero todavía demasiado pequeño y demasiado despacio como para atajar eficazmente la amenaza que se nos viene encima.

José Ignacio Pérez de Arriaga. Director de la Cátedra BP de Desarrollo Sostenible en la Universidad Pontificia Comillas, miembro de la Real Academia de Ingeniería y director del Libro Blanco de la energía

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