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Columna
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Panorama económico

En estos días en que algunos empiezan a sentir el mal de altura propio de los fuertes niveles de revalorización del mercado de capitales, en el presente otoño mucha gente se pregunta si la situación de bonanza macroeconómica a nivel global, acompañada de tensiones inflacionistas moderadas a pesar de las subidas del precio del petróleo y de otras materias primas, puede continuar durante mucho tiempo o nos estamos acercando al momento en que se pondrán en marcha procesos de recesión económica más o menos poderosos.

Por supuesto que nadie tiene la respuesta para esta pregunta y que lo que los economistas conocen sobre estas cuestiones no es suficiente como para avalar científicamente unos u otros pronósticos. Pero un modo útil de reflexionar sobre esta cuestión sería comparar los aspectos más relevantes de la actual etapa de bonanza con los que predominaron en otros que, como es sabido, acabaron desembocando en periodos de mayor o menor intensidad de recesión económica en el pasado.

En el último de ellos, por ejemplo, los economistas de la teoría del ciclo económico real, fascinados por el desarrollo imparable de los negocios de la llamada nueva economía -expresión que tuvo particular éxito entre los que más desconocían las leyes de funcionamiento de la vieja economía- quisieron hacer creer al mundo que en las nuevas circunstancias las fases recesivas de los ciclos económicos eran cosas del pasado. La fuerte desaceleración de la economía de los países industrializados a partir del año 2001 en adelante desmintió esa visión voluntarista del acontecer económico.

Para ver la duración de la bonanza hay que observar si las condiciones favorables se traducen en subidas de precios de los activos por encima de lo que la marcha de los beneficios de las empresas puede soportar

La reacción de la Reserva Federal, proporcionando primero liquidez al mercado y restringiendo luego mediante subidas graduales y generalmente anticipadas de los tipos de interés el signo de la política monetaria, ha abonado la tesis de los optimistas de este nuevo ciclo según lo cual el manejo más afinado e inteligente de la política monetaria, no sólo en Estados Unidos, sino también la practicada por el Banco Central Europeo, el de Japón o el de Inglaterra, alejan considerablemente la probabilidad de una recesión provocada por una reacción exagerada de las autoridades ante las amenazas inflacionistas.

Personalmente creo que ésta es una teoría con tan poco fundamento como la anterior basada en la nueva economía, si bien tiene a su favor el hecho innegable de que la acumulación de experiencia puede mejorar la sensibilidad de los bancos centrales a la hora de diseñar su política monetaria. Del mismo modo, es bien conocido que muchas de las grandes recesiones se originaron o se reforzaron de modo muy significativo como consecuencia de la puesta en marcha de políticas monetarias excesivamente restrictivas.

La verdad, sin embargo, es que en los últimos tres años, aunque el crecimiento de la economía mundial se ha situado en el entorno del 5% y los precios de las materias primas energéticas y no energéticas han subido de manera muy significativa, liberando las condiciones de crecimiento de muchos países emergentes productores de las mismas, la inflación mundial en general y la inflación en los países industrializados en particular no ha entrado en zonas de alarma que pudieran aconsejar a los bancos centrales endurecer significativamente el signo de sus políticas monetarias. Analizar por qué ha ocurrido esto podría ser una buena fuente de reflexión sobre las perspectivas de mantenimiento más o menos prolongado de la bonanza económica actual.

Tiene ello que ver con las oleadas migratorias que tienden a disciplinar la subida de los costes laborales unitarios, por ejemplo en muchos de los países industrializados? Quizá los cambios estratégicos en la orientación de los sindicatos de los países desarrollados tendentes a la moderación en los procesos de negociación salarial ayudan también significativamente. Desde luego, la relevancia de los sindicatos en la configuración del clima económico y social en los países avanzados ha caído muchos enteros por comparación a lo que tuvieron en otras épocas.

¿Tiene algo que ver con las tasas bajas de inflación el aumento de la competencia a nivel mundial, sobre todo en los mercados de productos manufacturados, que ha traído consigo el proceso de globalización? Sin duda la mayor elasticidad de la oferta a los precios parece indicar que este fenómeno podría también ser de importancia a la hora de valorar la ausencia de amenazas serias de inflación en la actualidad a pesar de que no han faltado subidas de precios en los mercados internacionales de materias primas.

Dicha ausencia tiene una doble ventaja. En primer lugar, como venimos diciendo, reduce la probabilidad de reacciones exageradamente restrictivas por parte de las autoridades monetarias. Pero, en segundo lugar, al ser compartidas estas tranquilizadoras expectativas de inflación por los mercados de manera mayoritaria tienen el efecto de que las subidas de los tipos de interés a corto plazo, que por razones preventivas se han producido en los últimos tres años, apenas hayan tenido repercusión en los niveles reales de los tipos de interés a largo plazo, indicadores mucho más relevantes para el componente más volátil de la demanda agregada de la inversión en todas sus formas.

De este modo los costes del capital se siguen manteniendo bajos lo que, acompañado de una gran liquidez, producto en parte de una optimización de los recursos mundiales de ahorro consecuencia de los procesos de globalización de los mercados de capitales y, en el caso de Europa, de los de integración de los mercados financieros tras la aparición del euro, permite suponer que la escasez de capital y su coste no vayan a ser las variables limitativas de la actual etapa de bonanza económica.

Sin embargo, la traducción de estas condiciones financieras tan favorables en subidas de precios de los activos por encima de lo que la marcha de los beneficios de las empresas es capaz de soportar sí constituye un posible elemento de freno a la bonanza y de alarma para las autoridades económicas y monetarias. Ahí, si lo demás sigue igual, es donde hay que mirar a la hora de adivinar la posible duración de esta eventual bonanza económica.

Carlos Solchaga. Ex ministro de Economía

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