_
_
_
_
La opinión del experto

Se aprende más con Luis que con Pepu

Juan Carlos Cubeiro profundiza en la teoría de que es más positivo extraer lecciones de los fracasos que de los éxitos. Y analiza los movimientos del entrenador de la selección de fútbol frente al de baloncesto.

Desde que nuestra selección nacional de baloncesto ganó el campeonato del mundo en Japón, hemos podido leer gran cantidad de artículos sobre la labor de equipo de su entrenador, Pepu Hernández, y por qué las claves de su triunfo son aplicables (salvando las distancias) a todo tipo de organizaciones. En paralelo, la selección española de fútbol, con Luis Aragonés como entrenador, no ha podido resistir la comparación con sus 'colegas de la canasta'. Las derrotas de La Roja ante Irlanda y Suecia, que ponen en peligro nuestra clasificación para la Eurocopa, el debate sobre si el capitán Raúl debe ir o no a la selección y, sobre todo, la sensación de desánimo (el valencianista Joaquín ha llegado a decir que la selección de fútbol es 'un despelote') son muestras de que las cosas no se están haciendo todo lo bien que nos gustaría.

En la vida, como en el deporte, aprendemos por aspiración o por desesperación. Sin duda es más gratificante hacerlo a través de los ejemplos positivos, pero es lo menos frecuente: la adversidad es una maestra inigualable, que nos permite sacar (si nos empeñamos seriamente) lo mejor de nosotros mismos. A todos nos gustaría parecernos a Pau Gasol y compañía, en lugar de sufrir como Iker Casillas y sus compañeros, pero lo cierto es que el 36% de los jefes españoles (tóxicos) viven situaciones más parecidas a las del contestado Luis y sólo el 16% similares a las del triunfador Pepu. Por ello, nuestro país se sitúa en el puesto 28 en competitividad (repitiendo en octubre de 2006 el puesto del año pasado), según el índice del World Economic Forum. Para que nuestros directivos cosechen éxitos similares a los de la selección de baloncesto y puedan salir de pesadillas como la que está sufriendo nuestro equipo de fútbol, sugiero que se enfoquen al menos en cinco aspectos.

En primer lugar, estrategia: sin estrategia (así, con mayúsculas) no hay liderazgo. Pepu Hernández tenía previsto su modelo hasta en los escenarios menos previsibles (como, por ejemplo, jugar una final sin Pau Gasol). Luis Aragonés tuvo que improvisar cuando se lesionó Reyes y llevó al equipo al joven Puerta. En el entorno actual, cualquier estrategia (ejecutada sistemáticamente) es mucho mejor que andar a salto de mata porque, paradójicamente, cuanto más incierto es el entorno, más necesitamos anticiparnos y concretar una visión de futuro. Eso sí, la estrategia ha de ser integral, con metas, objetivos e indicadores, que contemple resultados deseados en el negocio, los clientes, los procesos y los profesionales que forman parte de la organización. Si su estrategia es endeble, poco clara, mal comunicada o simplemente inexistente, está más cerca del fracaso del balompié que del triunfo del equipo de baloncesto.

Si los egos se interponen, adiós equipo. El espíritu de grupo se construye día a día y se pierde con facilidad

Espíritu de equipo: para obtener sinergia, el conjunto de personas que trabajan juntos ha de ser una piña. Para ello hay que escoger a personas dispuestas a supeditar sus intereses propios por los del conjunto (prueba de una inteligencia emocional difícil de encontrar). Si los egos se interponen, adiós equipo. El líder ha de ser suficientemente versátil como para detectar, captar e incentivar integrantes del equipo con orgullo de pertenencia, no primas donas obsesionadas con lucirse. Un equipo se construye día a día y su espíritu se pierde con facilidad.

Equilibrio: ni euforias antes de jugar los partidos ni juicios apocalípticos tras la derrota. Un buen directivo ha de saber gestionar las emociones propias y las del equipo, ilusionar y atemperar. Ha de desarrollar su autocontrol (depresivos, abstenerse) y estimular la motivación en las dosis adecuadas. Los líderes de verdad están dotados de un optimismo inteligente.

Entorno: es la convicción la que debe guiar a un equipo, no las presiones mediáticas ni el temor a la derrota. En baloncesto no tenemos a los mejores jugadores, pero sí al mejor equipo, capaz de vencer a las individualidades estadounidenses, a la experiencia argentina o a la defensa griega. En fútbol, los jugadores de la mejor liga del mundo salen derrotados ante equipos de segunda fila en el panorama internacional. La inteligencia contextual del líder exige saber concentrarse, planificar, entrenar y jugar según el guión preestablecido. Sin fuertes convicciones, contra viento y marea, quedamos enteramente a merced de los elementos.

Estabilidad: un conjunto que tiene tiempo de juego en común, un capitán que trabaje para el conjunto y no por sus intereses, un estado de ánimo calmado e ilusionado. Así se construye un equipo capaz y comprometido. La estabilidad es una actitud de autoconfianza y persistencia hacia un objetivo. En la vida, como en el deporte, el que te enfurece te domina.

Se atribuye a J. F. Kennedy la frase: 'El éxito tiene muchos padres, pero el fracaso es huérfano'. Efectivamente. Sin embargo, de fracasos como el de nuestra selección nacional de fútbol podemos extraer sabias lecciones.

Hoy por hoy, sin una estrategia definida y comunicada, sin trabajar los intangibles que hacen posible el espíritu de equipo, sin equilibrio emocional, sin inteligencia contextual y sin estabilidad podemos encontrarnos, sin saberlo, en una posición tan arriesgada como La Roja. Y lo que es peor: al menos, a nuestro equipo nacional los resultados le indican que sale derrotado; en nuestras organizaciones, la complacencia y la ausencia de un verdadero marcador puede hacernos creer que no hay problemas a corto plazo.

Juan Carlos Cubeiro. Director de Eurotalent

Archivado En

_
_