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Columna
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Singularidades y confusión del empleo en España

La contribución de la inmigración al aumento del empleo tiene un componente propio, que aporta lo que no haríamos los del país, y otro que se solapa con éstos

España lleva una década de buen ritmo de crecimiento del empleo, que suele explicarse por la incidencia de la inmigración. Pero éste se presenta a veces como el único factor, cuando en realidad hay otros con el mismo efecto, según el autor, que repasa algunos de ellos

La media anual de datos trimestrales de personas ocupadas en 2005 fue de 18,97 millones. En el primer semestre de 2006 se situaba en 19,54 millones, lo que significa un crecimiento de más de medio millón, de los que casi la mitad contaban con empleo indefinido. Los datos son buenos en sí mismos pero lo son más comparados con la UE, y especialmente si se considera que llevamos una década con un buen ritmo de crecimiento. No obstante, si las cifras de ocupación se comparan con otras relacionadas aparecen aspectos curiosos.

Si se retrocede al año 2000 para comparar con la actualidad, el número de personas ocupadas aumenta en 4,17 millones y, en el mismo periodo, el de perceptores de prestaciones económicas mensuales por desempleo total asciende algo más de 315.000 personas, llegando a la cifra de 1,13 millones, con una cobertura neta del 81,8%, tan sólo superada en 1993, cuando los ocupados eran 12,3 millones y los parados 3,6 millones.

La contribución de la inmigración al aumento del empleo tiene un componente propio, que aporta lo que no haríamos los del país, y otro que se solapa con éstos

La tasa de cobertura neta es la proporción de parados con prestaciones económicas respecto a la totalidad de parados no agrarios. La mejora en la cobertura que aporta es deseable por varias razones, pero insta a reflexionar sobre el escaso efecto del nuevo empleo en la reducción de parados subvencionados ya que, en lo que va de siglo, 4,17 millones de nuevos empleos no han conseguido rebajar la cifra de perceptores de pagos por desempleo ni siquiera en una unidad. Esto parece indicar una mayor capacidad para encontrar ocupación por parte de las personas que no perciben ingresos por desempleo y cierto conformismo por parte de los que lo tienen, aunque haya casos en que ese ingreso pueda sumarse al obtenido en la economía irregular.

El brío de la creación de empleo suele explicarse por la incidencia de la inmigración, que suele cubrir los puestos que las personas del país no quieren ocupar o no están en condiciones de aceptar, sea por falta del conocimiento o de la experiencia adecuada. Sin duda, los inmigrantes (los afiliados a la Seguridad Social pasan de 0,45 millones a 1,88 millones desde 2000 a 2006) favorecen el aumento de la producción, de la demanda y la renta. Pero, a veces, se presenta como el único factor, cuando en realidad hay otros que han tenido y continúan teniendo el mismo efecto, por ejemplo, el desplazamiento desde actividades poco productivas hacia otras de mayor valor añadido o el aumento en el volumen y eficiencia del capital disponible por persona ocupada.

La contribución de la inmigración al aumento del empleo tiene un componente propio, que aporta lo que no haríamos los del país, y otro que se solapa o compite con los nacionales. En este último caso, si la oferta de trabajo se incrementara con más cuota de nacionales se conseguiría una aportación productiva más elevada sin incurrir en costes de inserción y potenciando el ritmo de crecimiento.

A modo de ejemplo de posibilidades en este ámbito, en modo alguno excluyentes, pueden enumerarse factores como: 1) la ocupación de los casi 1,9 millones de desempleados; 2) el aumento de la tasa de actividad femenina que, tras un rápido crecimiento de casi 10 puntos porcentuales en lo que va de siglo, ha llegado al 61,1% de la población en edad activa (a dos puntos de la media europea), siendo la de los varones el 83,1%; 3) la aceleración del desplazamiento de empleos desde los sectores de menor producción hacia la industria y servicios que generan más renta; 4) la integración laboral de personas con minusvalías sensoriales, motrices o psíquicas, que en buena parte persisten como población inactiva porque no ven posibilidades de ocuparse, pero que podrían buscar empleo si ven oportunidades de conseguirlo; 5) el atraso -voluntario- de la edad de jubilación, posible en número apreciable cuando de la población ocupada casi dos tercios está en el sector servicios; 6) la mejora en la calificación general de las personas que trabajan, lo que las haría más eficientes y productivas, y 7) la reducción de los trámites innecesarios o duplicados que derivan de la regulación ineficiente, que también liberaría recursos cuantiosos.

La capacidad de atracción de no residentes, si se desease la homogeneidad de valores y cultura, se puede orientar al estímulo de la vuelta de emigrantes o de sus descendientes así como a una política de adopciones bien organizada, con lo que, tras el pertinente periodo de educación y formación, se mantiene la coherencia cultural.

Aún quedan más posibilidades sin necesidad de ampliar la duración de jornada a la que han recurrido algunas empresas alemanas. La mejora en la organización de jornadas y de desplazamientos laborales puede también hacer aportaciones relevantes. Los datos del mercado de trabajo en los últimos 30 años indican que las variables demográficas están vinculadas a la actividad económica, de modo que el aumento en ésta eleva la población activa y, si persiste, elevan las tasas de nupcialidad, natalidad y el atractivo para la inmigración, lo que refuerza y consolida el crecimiento.

Joaquín Trigo. Director ejecutivo de Fomento del Trabajo Nacional

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