La dichosa burbuja inmobiliaria
Según la tradicional costumbre de estas tierras de ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio, está en boga hablar ahora de que la burbuja inmobiliaria de Estados Unidos ha pinchado. El precio de la vivienda usada ha caído por primera vez en 11 años, lo que ha desatado el temor a que el frenazo inmobiliario agudice el enfriamiento económico.
Este descenso en Estados Unidos es la paja en el ojo ajeno. La viga en propio es que los precios en España siguen al alza, algo que, partiendo de la base de que un mercado está recalentado, debería preocupar más que un eventual retroceso. Y, finalmente, el hecho de que en Estados Unidos, un país ligeramente más grande, poblado y rico que España, se inicien poco más del doble de casas al año -1,67 millones frente a unas 750.000- debería ser, también, tenido en cuenta a la hora de hablar de las dimensiones de la supuesta burbuja. Así, medio en broma medio en serio, hay quien señala que, al igual que hoy los periódicos hablan de 'el máximo histórico de 2000 logrado en plena burbuja tecnológica', dentro de unos años hablen de 'los récords de 2007 al calor de la burbuja inmobiliaria'.
Entre los dos mercados hay una gran diferencia. Y no es el extendido mito de que las propiedades físicas de un ladrillo le protegen frente a caídas del precio. La diferencia está en la liquidez de los mercados. Mientras la Bolsa es un mercado homogéneo -todas las Telefónicas son iguales-, concentrado y líquido, mientras el ladrillo es todo lo contrario. Heterogéneo, segmentado e ilíquido. Eso hace que las presiones de oferta y demanda se trasladen al precio de forma menos transparente.
De hecho, que los precios no bajen puede no significar nada, pues estas estadísticas sólo tienen en cuenta las casas que se venden, y no las que se quedan vacías. Por eso, si predecir la Bolsa tiene algo de quiromancia, hacer lo propio con la vivienda ni siquiera tiene esa ventaja.