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Tribuna
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La inflación, enquistada

El INE publicó este viernes el dato de inflación final en España, tanto armonizada como general, correspondientes a julio de 2006. Coincidiendo con nuestras estimaciones, ambas permanecieron en el 4% anual, una cifra que caracteriza lo que llevamos de 2006.

El reiterado mantenimiento de esta alta tasa responde a diferentes e importantes factores, que lejos de tener carácter coyuntural obedecen a problemas que están tomando un cariz estructural. Uno es el elevado precio del crudo, que si ya de por sí se encontraba en niveles considerables en marzo del año en curso, de 61,5 dólares por barril de Brent, el tipo de petróleo de referencia en Europa, alcanzó en abril 10 dólares más. En julio, cuando se inició el conflicto del Líbano, se situó en 73,5 dólares/barril; el precio de contado de estos últimos días ha alcanzado los 78,4 dólares y en torno a 80 dólares se sitúan los futuros para los próximos meses.

A pesar del considerable componente especulativo que se esconde tras estos elevados precios, también hay fundamentos de peso, tanto de presión de demanda como de rigideces de oferta, que explican esta tendencia ascendente. Adicionalmente, los precios del petróleo se caracterizan por su alta volatilidad y su gran sensibilidad a las tensiones geopolíticas. Por consiguiente, los recientes acontecimientos acaecidos en diferentes lugares del mundo tan distantes, como Oriente Próximo y Alaska, no contribuyen a mejorar este panorama.

El contexto de tipos reales negativos está detrás de las presiones de demanda interna que empujan al alza el IPC

Si ya de por sí el alto precio del crudo es un importante problema per sé, con claras consecuencias en la balanza comercial al encarecerse las importaciones, también lo son los efectos que provoca sobre la inflación, de tipo directo e inminente en los precios al consumo energético e indirectos con una influencia que tarda cierto tiempo en aparecer pero que tiene duración prolongada, en función del proceso de producción, sobre los restantes bienes y servicios.

No obstante, éstos son problemas a los que se enfrentan todas las economías. Aún así, atendiendo a nuestra predicción, la inflación en productos energéticos se ha situado en julio en un 10,1% anual en España, frente a un 9,5% en Alemania -seis décimas por debajo-, y un 8,6% para la zona euro -1,5% puntos inferior-. Mucho más crudo lo tiene la inflación energética en EE UU, que esperamos en un 18,2% anual, dado que en el caso de los países de la UEM la fortaleza que muestra el euro ayuda a aminorar el coste energético. Por consiguiente, a pesar de tratarse de problemas comunes a las diferentes zonas geográficas aparece un pequeño diferencial de inflación en el sector energético.

Este diferencial de inflación se agudiza en los restantes bienes y servicios que componen la cesta de consumo. Así, en el núcleo subyacente de la inflación, compuesto por los precios de los bienes elaborados no energéticos y de los servicios y que constituye el 80% de la inflación total, mientras que en España ha aumentado en julio a un 3,1% anual -un valor que no registraba desde marzo, cuando llegó a esta cota por primera vez desde 2002-, en Alemania se situará en un 1,1% -dos puntos por debajo-, en la UEM en un 1,7% y en EE UU en un 2,6%. Con lo cual, la inflación subyacente en España supera con creces a la correspondiente a otras áreas.

En este caso, los factores que explican esta situación obedecen a que en el seno de la zona euro, los diferentes países miembros se enfrentan a diferentes tipos de interés reales, como consecuencia de un mismo tipo nominal impuesto por el BCE, pero diferentes tasas de inflación.

De este modo, nuestra economía lleva muchos años gozando de tipos de interés reales negativos, situación que se mantiene, pues a pesar de que los tipos oficiales repuntaron el 3 de agosto al 3% tenemos una tasa de inflación enquistada en el 4%. Sin embargo, en otras economías de la UEM como la alemana, los tipos de interés reales son positivos. El contexto de tipos reales negativos está detrás de las presiones de demanda interna que caracterizan nuestra economía y que empujan al alza a nuestra inflación.

Más curioso todavía resulta el diferencial de inflación que presentamos en los precios de los alimentos frescos. A pesar de ser un país rico en este tipo de productos, nuestros precios también son más elevados que en otros países de nuestro entorno y con una dieta similar, como puede ser Francia. Mientras que en España la inflación en este tipo de bienes superaba hace poco el 5%, en el país galo se situaba en torno a un 1%. En el caso de España, para este tipo de productos existe una gran diferencia entre los precios de origen que perciben los agricultores y los precios finales que afronta el consumidor. Esta situación indica problemas de rigidez de oferta y falta de competitividad y transparencia.

Si mezclamos todos estos factores en la coctelera, nos encontramos con tasas de inflación armonizada en España del 4%; del 2,1% en Alemania y del 2,5% en el conjunto de la zona euro. Eso sí, superando todos, unos más que otros, el objetivo del BCE del 2,0%. Y es que todo lo malo se pega.

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