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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La aportación de los inmigrantes

La inmigración masiva registrada en los últimos diez años es, sin ningún género de duda, el fenómeno sociológico y económico más importante acaecido en España en las últimas décadas. Los datos estadísticos verifican la llegada de casi 4,2 millones de personas desde 1995, casi el 11% de la población que tenía en aquella fecha. Ninguna de las grandes economías de la Unión Europea ha experimentado una revolución demográfica de tal calado cuantitativo, y por ello tampoco ninguna de ellas ha registrado cambios cualitativos tan notables en el sistema productivo como España.

Hace un año, Estadística actualizó el valor del producto interior bruto (PIB) ante las sospechas de que lo estaba minusvalorando. Afloró unos 40.000 millones de euros anuales en 2004, y concluyó que el impulso era casi íntegramente imputable a los inmigrantes. Ahora, un informe elaborado para el servicio de Estudios de Caixa Catalunya trata de acercarse por vez primera a la aportación de la inmigración al crecimiento económico, y ratifica la sospecha: sin inmigrantes, y considerando estanca la productividad, la economía española estaría prácticamente en recesión.

El informe tiene la carencia lógica de desconocer qué hubiera ocurrido sin la avalancha migratoria, puesto que ningún economista es capaz de calibrar tal cosa. Parece poco probable que la economía hubiese entrado en recesión, puesto que un sistema económico competitivo hubiese suplido el defecto de factor trabajo abundante con un uso más intensivo del factor tecnológico y de capital. Pero también es cierto que el círculo multiplicador crecimiento-avance demográfico ha congelado en España la productividad aparente agregada. Cuesta creer que la industria haya perdido productividad, pero es evidente que la gran concentración del empleo en los sectores de construcción y servicios en los últimos años ha cercenado la cantidad de producción por hora de trabajo de manera preocupante.

La inmigración ha eclipsado muchos de los problemas de la economía española, pero ha puesto en evidencia otros. Ha sostenido el crecimiento, pero ha introducido tal sesgo en el mercado que ha exaltado las variables cuantitativas y ha resentido las cualitativas. El empleo generado por la presión migratoria ha forzado rebajas considerables en el coste laboral y ha sostenido crecientes márgenes empresariales pese a recortar la productividad. Ha absorbido todo el empleo creado en los últimos años, pero sigue existiendo una bolsa de dos millones de desempleados, bien desplazados por la rebaja de los salarios, bien por el uso y abuso del sistema de protección por desempleo.

Cuatro millones de personas mayoritariamente concentradas en edades activas han supuesto un impulso generoso a la actividad, e incluso han modificado los escenarios demográficos de futuro, hasta el punto de retrasar la línea de riesgo en la sostenibilidad financiera de las pensiones. Pero el modelo productivo del futuro ha de cambiar. Debe girar hacia un uso más intensivo en tecnología y conocimiento, como el europeo, que ha sido capaz de crecer sin un flujo tan abultado de inmigrantes.

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