Los mercados de capitales
Ayer se conocieron los datos de contabilidad nacional de España correspondientes al primer trimestre del año en curso. En líneas generales confirmaron las primeras impresiones que tanto el Banco de España como el Instituto Nacional de Estadística habían avanzado hace unas semanas. El crecimiento de la producción se mantiene en un 3,5%, a la misma altura que ya había alcanzado en el tercer y cuarto trimestre de 2005.
El empleo, que muchos esperábamos que iniciara una desaceleración con el comienzo del año actual, sigue sin embargo creciendo al 3,2%, con lo cual el aumento de la productividad por hombre u hora de trabajo sigue siendo tan paupérrimo como en los últimos tiempos. La creación de 575.000 puestos de trabajo en los últimos 12 meses sigue siendo un resultado espectacular que representa que dos de cada tres puestos de trabajo creados en la Unión Europea se generaron en España.
Este es un dato incontrovertible en tanto que el que arroja la evolución de la productividad sigue afectado por al sospecha de la subvaloración sistemática en los últimos 10 años del crecimiento del PIB. Este es un aspecto que seguramente sigue siendo significativo en la actualidad. Basta comparar el crecimiento del PIB, en torno al 8% en términos monetarios -incluida la subida de precios- en el primer trimestre, con el aumento del 14% de la recaudación tributaria en los primeros cuatro meses del año actual.
Por otro lado, la calidad y sostenibilidad del crecimiento han mejorado. Primero porque el desfase entre el crecimiento de la demanda interna y el de la producción ha mejorado en medio punto de PIB en comparación con el primer trimestre de 2005. Todavía es una mejora insuficiente ya que el saldo neto exterior resta un punto y medio al crecimiento, pero es una señal en la buena dirección.
Segundo, porque, por fin, tras más de dos años de bajo crecimiento de las exportaciones de bienes y servicios, en el primer trimestre del año actual esta variable registra un crecimiento del 9,1%, indicando una posible recuperación del pulso económico de nuestros principales mercados de exportación -los de la Unión Europea- y de los mercados internacionales en general, que vendría a matizar la importancia que la posible pérdida de competitividad de la economía española haya tenido en el deterioro de nuestra balanza de pagos por cuenta corriente, vieja reliquia del pasado cuya importancia hoy es secundaria, dicho sea de paso.
En este terreno se ha confirmado lo que hace un mes anunciaba el Fondo Monetario Internacional al revisar al alza las tasas de crecimiento tanto de la economía como del comercio mundial con mejoras significativas para Europa y Japón. Lo mismo ha hecho la OCDE en sus previsiones económicas para 2006 y 2007, y en ambos casos bajo supuestos nada favorables de nivel de los precios del petróleo. Se trata de buenas noticias de cara a la evolución del saldo exterior de la economía española.
De manera perfectamente congruente con esta visión macroeconómica los resultados anunciados por las principales empresas de los países industrializados arrojan tasas de crecimiento de dos dígitos y reflejan en los balances de las mismas una situación de solvencia raras veces alcanzada de manera tan extendida. Pese a los riesgos que representan los altos precios del petróleo y, en menor medida, los de otras materias primas, para la evolución de la inflación y del crecimiento mundial, la verdad es que hasta ahora la economía internacional ha sido capaz de sortearlos sin graves quebrantos.
Ello no quiere decir que no existan riesgos serios en la situación actual. Los más importantes, como señalábamos en un artículo reciente en Cinco Días, provienen de los desequilibrios de las balanzas de pagos por cuenta corriente y el principal de ellos, por ser el dólar una moneda base en el sistema de pagos y en los flujos financieros internacionales, el de la de Estados Unidos (es una tontería comparar, como hace la OCDE, el desequilibrio de Estados Unidos con el de España, país que no tiene moneda propia). Un realineamiento de los cambios en un contexto de tipos de interés reales un poco más elevados haría mucho por resolver este problema que, por ahora, no se presenta con especial grado de dramatismo.
Por eso ha llamado la atención la purga que han recibido los mercados de capitales al calor de unas posibles subidas sólo ligeramente más acentuadas de los tipos de interés y ante el temor de una bajada de los precios de las materias primas que, por lo demás, debería ser bienvenida a la vista de las espectaculares subidas que habían registrado en los últimos meses. Un ajuste tan brutal en unas pocas sesiones, afortunadamente acompañado de un alto nivel de transacciones que implica que todavía hay mucha gente convencida de que puede haber un importante recorrido de los índices al alza, parece indicar que no son los fundamentales los que los mercados están mirando a la hora de decidir su comportamiento.
La enormidad de los derivados, la importancia del apalancamiento de los operadores en dichos mercados en momentos de alta liquidez como los actuales y las tendencias especulativas de carácter desestabilizador en los mercados de materias primas podrían estar en la raíz de los acontecimientos en los mercados de capitales. Pero si es así, convendría que reflexionaran las autoridades nacionales e internacionales sobre el grado de vulnerabilidad de algunos aspectos del proceso de crecimiento económico actual y que se pusieran las bases para reducirlo.