Tiempos de perfil bajo en la UE
Desde que hace aproximadamente un año naufragó el proyecto de Constitución europea, la UE se ha sumido en un proceso de hibernación que no tendría por qué tener tintes negativos si no fuera porque parece haber contagiado a los diferentes Gobiernos nacionales. æpermil;stos vivían cómodamente con las referencias de Bruselas y, de repente, se han quedado sin ellas.
En vez de reaccionar contra la parálisis, la mayoría de los Gobiernos de los países importantes de la UE, con la excepción de Alemania, se han abandonado a las inercias, ignorando los problemas que se ciernen sobre la economía. Esa falta de decisión puede acarrear mayores problemas que los que se pretende eludir con la adopción de medidas de reforma adecuadas a las necesidades de cada país.
Los esfuerzos políticos y presupuestarios de años pasados, que culminaron con la puesta en marcha de la moneda única no han servido para fortalecer el área de librecambio, que es la realidad más tangible de la UE, sino que se convirtieron en el punto de apoyo de los mentores de la ampliación y de la nueva Constitución. A ello se dedicó toda la maquinaria nacional y comunitaria, olvidándose de la consolidación de lo obtenido, en beneficio de iniciativas, como la ampliación, de resultados más que dudosos, sobre todo si se considera que fueron materializadas en un ambiente económico dominado por el estancamiento.
De los tres países continentales que podían capitanear la salida de la depresión, Francia, Italia y Alemania, sólo este último ha tenido la fortuna de dotarse de un Gobierno dispuesto a enfrentar los problemas sin esperar que las soluciones le vengan dadas de Bruselas. Todavía es pronto para valorar lo actuado en Alemania, pero el crecimiento de la popularidad de la canciller Angela Merkel y el fortalecimiento de la confianza empresarial son indicativos de que se está en buena dirección. No es el caso de Francia y de Italia.
Francia, cuyo Gobierno ha sido apuntillado por la contestación social y las guerras intestinas por la sucesión presidencial, no ha cerrado la herida abierta con motivo de la forzada elección de Jacques Chirac, como mal menor, para la presidencia de la República hace cuatro años.
Tanto la política como la economía del país se resienten de ello y la ciudadanía francesa desconfía casi de todas las iniciativas de sus dirigentes actuales. Probablemente la agonía continuará hasta la próxima primavera, en que habrá elecciones presidenciales, y es de desear que los franceses acierten si su desacreditada clase dirigente se lo permite. A todos nos importa que Francia salga de su marasmo.
Italia, por su parte, ha vivido la confusión de unos resultados electorales muy ajustados que, salvo un gran acuerdo que no cabe descartar, harán complicada la gobernación del nuevo primer ministro Romano Prodi. De todas formas, la larga experiencia italiana en la conformación de mayorías parlamentarias heterogéneas, unida a la exigencia de los grandes grupos industriales y empresariales del norte del país, estimularán alguna salida estable y creadora para la economía y la política italianas. Aunque no lo parezca, puede resultar más inmediata la resolución de la crisis italiana que la francesa.
Las situaciones descritas se están produciendo en un momento problemático de la política y la economía mundiales: el crecimiento de los precios del petróleo y las circunstancias que concurren en algunos de los países productores, Irán y Venezuela, son motivo de preocupación que no pueden despacharse pensando que las aguas volverán a su cauce. A veces es necesario encauzarlas y sobre todo adoptar medidas para no sentir permanentemente las amenazas de los desbordamientos. En el caso de la energía hay que diversificar las fuentes y procurar, mediante el ejercicio de la diplomacia, y en su caso de la disuasión, que los países productores no condicionen hasta extremos insoportables el desenvolvimiento económico de sus clientes. La posición de la UE en esta materia es extremadamente delicada y es lo que explica que, por vez primera, se haya fraguado un acuerdo con EE UU para rechazar la política nuclear de Irán.
En cuanto a España, sigue el desequilibrio entre la acción política, muy importante y plagada de iniciativas, del Gobierno y su aparente desinterés por la evolución de la economía que, es cierto, todavía mantiene fortaleza en el crecimiento, aunque algunos desequilibrios tienden a aumentar. Me temo que el perfil bajo en la acción económica continuará, porque la cercanía de las elecciones locales y autonómicas y la posibilidad de elecciones anticipadas no estimulan las decisiones. La falta de éstas se podrá mantener sin grave daño unos meses, pero no un año.
La orfandad y la falta de liderazgo que gana terreno en la UE tendría que actuar de revulsivo para que los Gobiernos nacionales suplan con sus iniciativas los vacíos de las políticas comunitarias. El resultado de ello sería un conjunto de actuaciones realistas y fundadas, que podrían hacer renacer la confianza en el espacio económico europeo.