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Columna
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Cambios en el FMI

Los desequilibrios en la economía internacional han venido aumentando y haciéndose más amenazadores, y las respuestas a éstos son cada vez menos contundentes. Ante esta inquietante perspectiva, el autor acoge con satisfacción el nuevo papel que el FMI puede jugar en la coordinación de las políticas económicas

Desde hace ya demasiado tiempo es evidente el fracaso en la coordinación de las políticas macroeconómicas de los diversos países en lo que se refiere a garantizar un funcionamiento adecuado y sin desequilibrios de la economía mundial. Los tipos de cambio de las principales monedas -euro, dólar, yen y yuan- están desalineados, las balanzas comerciales de algunos países, y fundamentalmente de EE UU, arrojan desequilibrios importantes que no muestran signos de corrección; la aportación europea al crecimiento mundial y al equilibrio de balanzas de pagos es insatisfactorio y los países asiáticos encabezados por China y Japón siguen acumulando excedentes comerciales y excesos de reservas de divisas cuya materialización en activos denominados en dólares sostiene artificialmente o, al menos, de modo no indefinidamente sostenible el cambio de la moneda norteamericana.

Los paísesrincipales sobre cuyas acciones recae la responsabilidad de resolver la situación no han sido capaces de ponerse de acuerdo sobre qué hacer. Y no porque el diagnóstico de la situación admita grandes diferencias interpretativas (existe un importante consenso sobre la agenda de temas a abordar), sino más sencillamente porque a todos les van las cosas lo suficientemente bien como para no adoptar decisiones impopulares en nombre de los riesgos que para la economía internacional hoy representan los desequilibrios y la falta de coordinación de las políticas económicas ya mencionados. Todos están de acuerdo con que la política fiscal norteamericana debería ser mucho más restrictiva y que el ahorro privado de los norteamericanos debe aumentar; no hay duda sobre la necesidad de las reformas estructurales en Europa y Japón para aumentar su crecimiento potencial y tampoco existen voces discrepantes sobre la necesidad de que las monedas asiáticas, empezando por la china, se revalúen contribuyendo junto con las europeas a reducir así el déficit comercial norteamericano. El patético Grupo de los Siete (G-7) lo viene diciendo hace tiempo sin que ninguno de los Gobiernos ahí representados tome nota de lo diagnosticado cuando los países se separan después de sus habituales reuniones. Nadie quiere tomar las medidas necesarias. Nadie quiere estropear la fiesta.

Y mientras tanto, los desequilibrios han venido aumentando y haciéndose más amenazadores en un clima de posible reducción, aunque sea paulatina, del exceso de liquidez a nivel internacional y de altos precios de petróleo. Los temores, sin necesidad de dramatizar, son cada vez mayores y la respuesta cada vez menos contundente. En este peligroso deslizamiento empiezan a aparecer como síntomas del fracaso hasta ahora de la reflexión y el buen sentido aplicado a la resolución de los problemas económicos y financieros internacionales los fantasmas del proteccionismo comercial y del patriotismo económico y no precisamente en países donde la tradición liberal apenas ha tenido cabida, sino en países avanzados donde la liberalización ha sido siempre uno de los grandes motores de su bienestar.

La supervisión del Fondo no tendrá la misma fuerza sin una redistribución del poder del voto que dé más importancia a países como China, India, Brasil o Rusia

Por eso debemos acoger con satisfacción el nuevo papel que el Fondo Monetario Internacional (FMI) podría jugar para ayudar a la coordinación en las políticas económicas con la búsqueda de soluciones viables y no traumáticas para los desequilibrios actuales y sus inquietantes perspectivas. Después de muchas reticencias, EE UU y otros países han mandatado a la dirección del FMI para que presente, en la asamblea de esta institución en el próximo otoño en Singapur, un nuevo instrumento de consulta multilateral que permita supervisar lo que los países más importantes y las áreas económicas más relevantes -como la Unión Monetaria Europea o los países del golfo Arábigo- están haciendo para eliminar sus desequilibrios en la economía mundial .y permita valorar y juzgar su aportación a la gobernabilidad de la misma.

La efectividad del instrumento para corregir comportamientos desalineados respecto de la consecución de los objetivos de equilibrio por parte de unos y otros y las posibles sanciones que lleve aparejadas será el talón de Aquiles del nuevo papel del Fondo Monetario Internacional. De este modo, la forma que adopte en el diseño del sistema de consulta multilateral cuando se apruebe nos dirá si la comunidad internacional y, de manera muy particular, quienes tienen hoy el poder dentro del FMI desean de verdad la reforma que han encargado al organismo.

En todo caso, es evidente que tal mecanismo de supervisión no puede entrar en funcionamiento sin despertar recelos fundados de que no tendrá la misma fuerza de aplicación frente a todos los miembros sin una redistribución del poder de voto dentro del FMI, dando la importancia que deben tener países como China, India, Brasil, Rusia y otros menos desarrollados cuya aportación al comercio mundial y a los equilibrios o desequilibrios internacionales es fundamental, y restándola a muchos países industrializados cuyo peso, basado en las estadísticas de los años cuarenta y cincuenta del siglo pasado, está monstruosamente sobrevalorado.

Por ello es esperanzador que Rodrigo Rato y el FMI hayan recibido al mismo tiempo el mandato de plantear en la asamblea de Singapur una nueva fórmula de distribución de cuotas y votos entre los miembros que tome en consideración las realidades actuales y sea más equitativa y, por tanto, más útil que la presente.

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