¿El retorno de la creación de valor?
La gestión de las empresas basada sólo en crear valor es polémica por los abusos a los que puede dar lugar. Para evitarlos, el autor propone mejorar la representatividad de los órganos de gobierno de la empresa, su transparencia y la correcta medición de sus resultados
La experiencia nos enseña, con frecuencia cruelmente, que una buena teoría puede fracasar por una mala implantación. La gestión basada en la creación de valor para el accionista es un ejemplo y así lo aprecia Mintzberg cuando la percibe como mercenaria y antisocial por los abusos cometidos en su nombre. Sin embargo, este criterio de gestión puede contribuir, en mercados eficientes, a generar riqueza y a distribuirla con equidad. Formulado inicialmente por Marshall y divulgado por Rappaport, fue aceptado con entusiasmo por los gestores empresariales en una coyuntura bursátil favorable.
La heterogeneidad de las retribuciones a los distintos partícipes de la empresa y la exigencia de evaluar la gestión precisan de un indicador de síntesis como la creación de valor. Puesto que la retribución de los accionistas es la que resta después de remunerar al resto de partícipes, sólo se crea valor sostenido para los primeros si previamente se genera para clientes, empleados y suministradores y para la comunidad. Cualquier beneficio abusivo para los accionistas o sus gestores a costa de terceros deberá corregirse cuando, al desaparecer las ineficiencias que lo permiten y alterarse la correlación de fuerzas, los partícipes agraviados puedan resarcirse.
El valor, que se genera por la aplicación de la innovación a la formulación e implantación de estrategias, nace fundamentalmente en el mercado de productos y servicios, aunque es en el de capitales donde se mide. Por ello, la responsabilidad de obtenerlo se extiende al conjunto de la organización, ofreciendo esta capacidad de integración un atributo del indicador. Otro reside en que exige la mejora continua, pues depende de la variación de las expectativas de resultados: cuanto más mejoran éstas más se eleva el listón futuro a superar. Por último, la creación de valor somete a toda empresa al veredicto del mercado que debe actuar como juez honesto de su desempeño.
Pero la excesiva concentración de poder de los accionistas de control en unos casos y de los gestores en otros, explica que sean ambos quienes distribuyan la riqueza creada, siendo ingenuo esperar que lo hagan siempre con justicia. Además, la vinculación de su retribución con el valor creado explica, cuando la codicia prima sobre la ética, que se pueda manipular la creación de valor para mejorar esa remuneración. Quien alcanza el poder casi siempre trata de ejercerlo en provecho propio y más en organizaciones como las empresas, la mayoría de ellas carentes todavía de una eficaz separación de poderes que evite los abusos.
Se ha sugerido que la intención sutil de Maquiavelo pudo ser la de mostrar a los pueblos cómo protegerse de los gobernantes déspotas y, no tanto, la de enseñar a éstos cómo conseguir y mantener el poder. Análogamente, la actual aplicación de la creación de valor para el accionista puede haber propiciado, en muchos casos, el beneficio asimétrico de los accionistas mayoritarios y de sus gestores.
Estas conductas dolosas, a veces respaldadas por la complicidad interesada de algunos auditores, analistas y asesores, demandan la intervención decidida de los organismos reguladores a fin de proteger al resto de los partícipes y preservar la credibilidad de nuestro sistema económico, tan debilitada por los escándalos conocidos. Es un derecho común que debe defenderse sin complejos y una obligación compartida a la que no deben renunciarse, pues no se trata de restringir libertades sino de evitar actuaciones impunes.
Es preciso, para ello, mejorar la representatividad de los órganos de gobierno de la empresa, a veces lesionada por blindajes y limitaciones espurias, su transparencia y la correcta medición de sus resultados para recompensar sólo la creación sostenida de valor, generado por la gestión y no por la coyuntura o por acciones de efectos efímeros. No son suficientes las llamadas al comportamiento ético, con frecuencia más invocadas por quienes menos lo asumen, sino que se debe garantizar que estos órganos atiendan los intereses de todos los partícipes y den confianza a los inversores.
Por su parte, la profesión financiera, singular protagonista en esta materia, tiene la responsabilidad de recomendar indicadores que midan fielmente la creación de valor para el conjunto de los colectivos involucrados, evitando aquellos contaminados por modas, coyunturas, acciones especulativas o intereses particulares.
Quizás la gestión basada en la creación de valor, que parece haber sido un concepto pasajero, precise de nuevos promotores que lo orienten para mejorar el funcionamiento de las empresas. Como es un asunto importante por la variedad de intereses implicados y polémico por los escándalos producidos, merece la atención generosa de todos los afectados para corregir los errores de su forma actual de aplicación.