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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El difícil tránsito al mercado único

Thomas Friedman, el columnista del The New York Times que trata de explicar a la sociedad las bondades de la globalización con su obra La Tierra es plana, asegura que oponerse a este fenómeno económico, social e intelectual es 'tan efectivo como tirarle piedras al amanecer'. Los éxitos que los Gobiernos y otras instituciones civiles pueden lograr en este empeño serán siempre coyunturales y, además, conllevarán, en la mayoría de los casos, un retraso de los beneficios sobre la ciudadanía, defiende.

El ejercicio que estas semanas están aplicando buena parte de Gobiernos europeos para mantener bajo control nacional los activos energéticos puede ser un ejemplo de ello. Es necesario proteger la garantía de suministro, especialmente en sectores estratégicos como la energía, tras observar la crisis generada por el conflicto ruso-ucraniano, o el agujero financiero de Enron en EE UU. Pero debe tasarse muy bien qué es realmente estratégico, y no caer en la generalización hasta el punto de estimar que la producción de yogur pueda ser considerada, como en Francia, de interés nacional.

La tierra puede ser plana, pero los dirigentes del Viejo Continente no están dispuestos a que Europa lo sea del todo, a juzgar por decisiones recientes. No sólo ponen barreras para impedir el salto de productos ajenos a la Unión, sino que obstaculizan el tránsito natural de empresas y trabajadores de servicios en la región con mayor presencia de estas actividades en la economía, descafeinando la directiva Bolkestein. También prolongan la restricción a la libre circulación de trabajadores dentro de sus fronteras, o bloquean inversiones entre países que están obligados por un tratado que consagra el mercado único. Impiden, en definitiva, que exista la Unión como tal, pese a que disponen de política monetaria única, frontera sólo con terceros, presupuesto común y un flujo de solidaridad económica, en parte para financiar ineficiencias que generan los mercados cerrados.

Uno de los fines primordiales de la construcción de la Unión Europea es crear un mercado único de bienes y servicios. Y esto sólo puede lograrse con libertad de circulación de los factores productivos (capital, trabajo, tecnología, conocimiento, etcétera). Es así como podrán alcanzarse los objetivos fijados en Lisboa para lograr -y superar- los estándares de crecimiento económico, productividad y renta de EE UU.

La autoridad comunitaria es limitada. Muchas grandes cuestiones pertenecen aún a la soberanía de las naciones. Pero si una minoría de países que representan la mayoría del poder económico de la región sigue ejerciendo el nacionalismo sobre su economía -cuando no nacionalismo y estatalismo a la vez, como Francia-, con una muy difícil justificación salvo que se hable en términos europeos, no habrá mercado único, sino muchos mercados con tutela política regional.

Sólo la UE en su conjunto debe estar capacitada, como mercado único, para restringir movimientos invocando la reciprocidad hacia China, Japón o EE UU. Pero no París hacia Roma, Madrid o Berlín. El nacionalismo francés, alemán, italiano o español debe ser, salvaguardando intereses estratégicos bien definidos, inteligentemente sustituido por el europeísmo.

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