Lo que no se resuelve de la conciliación
Los permisos de paternidad y maternidad, la posibilidad de reducir la jornada laboral cuando se tienen hijos pequeños, el derecho a disfrutar de excedencia con reserva del puesto de trabajo, los horarios y jornadas flexibles, el Plan Concilia para los empleados de la Administración general del Estado, son medidas que indudablemente facilitan la vida a las personas con hijos.
Pero tienen una limitación muy importante: solamente se aplican en los primeros años tras el nacimiento de los niños. ¿Qué sucede cuando los hijos tienen 12 o 14 años y ya no quieren estar al cuidado de canguros o realizando actividades extraescolares? Si sus padres trabajan, pasarán muchas horas solos en casa, a pesar de que la adolescencia es el momento en que más necesitan el contacto cotidiano y la atención del entorno familiar.
La edad media de la maternidad en España son 30 años, así que la pubertad y la adolescencia de los hijos coinciden con unos padres en la década de los 40, el momento en que su carrera profesional les exige la máxima dedicación. Cualquiera de los progenitores que opte, con más de 40 años, por abandonar la vida laboral o reducir su dedicación, interrumpiendo su progresión profesional durante cuatro o cinco años, tendrá muy difícil recuperar después la situación anterior, porque el mercado de trabajo en España premia las carreras lineales y castiga las intermitentes.
Hoy por hoy la realidad es que somos las mujeres las más afectadas por este problema, porque somos quienes pensamos simultáneamente en nuestra carrera profesional y en ejercer la maternidad. Quizás algún día también los hombres se hagan ese planteamiento, pero ésa no es la situación más generalizada. La rigidez del mercado de trabajo, bajo la apariencia de proteger a todos, perjudica directamente a las mujeres, que somos quienes reclamamos una carrera profesional más flexible.
En los países anglosajones, donde se lleva más años trabajando sobre este problema, las investigaciones apuntan a que, si se pretende facilitar la vida profesional de las mujeres, habría que pensar en medidas que amplíen la libertad de decidir sobre la trayectoria profesional, facilitando la salida y la entrada en el mercado de trabajo, y en unos sistemas de promoción profesional más imaginativos.
The New York Times publicó hace algún tiempo un reportaje que recogía las conclusiones de un trabajo de campo, realizado entre estudiantes de las principales universidades norteamericanas. En él se ponía de manifiesto que una mayoría de estas chicas, más del 60%, todas muy competitivas en sus estudios y abocadas a una vida profesional brillante, habían decidido que abandonarían el trabajo, al menos temporalmente, o lo sustituirían por un empleo a tiempo parcial, cuando tuvieran hijos.
Se pueden dar muchas interpretaciones a estos datos, pero un elemento a tener en cuenta es que en Estados Unidos se puede plantear la salida del mercado de trabajo porque el índice de éxito de reingreso, entre las mujeres profesionales, es del 74%. Así y todo, esta reincorporación al trabajo tiene un castigo en términos de salario que va del 11% como media, si la ausencia ha sido de un año o menos, al 37% cuando ha sido de tres años o más.
En España la tasa de ocupación de las mujeres mayores de 50 años no llega al 20%. Esa es la edad en que los hijos son mayores, en la que se genera la pensión de jubilación y en la que el ciclo vital aconseja una vida activa y socializada. Sería muy interesante saber más cosas sobre ese 80%, por ejemplo si son mujeres que han trabajado alguna vez o si han intentado volver a trabajar y por qué no lo han conseguido.
En otro trabajo publicado en Women in Management Review, dos investigadoras británicas llegan a la conclusión de que las mujeres con hijos son las que mejores resultados consiguen en las negociaciones individuales para adaptar sus condiciones de trabajo. Es una pista a explorar, aunque ponga en entredicho, al menos parcialmente, los beneficios de la regulación colectiva.
La conciliación, tal como está planteada, se centra en un momento muy puntual de la vida y aunque tiene efectos positivos, no aborda la raíz del problema: la rigidez de nuestro mercado de trabajo impide que se produzcan con fluidez entradas y salidas de la vida laboral en función de las decisiones personales.
El desafío es encontrar un equilibrio entre un mercado de trabajo más transparente, abierto y flexible, y unas estructuras sociales de solidaridad que sirvan realmente para ampliar nuestro espectro de libertad individual.