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Columna
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No sabe/no contesta

En la reciente reunión anual del Foro Económico Mundial celebrada en Davos se presentó un informe sobre la gestión del medio ambiente elaborado por la Comisión Europea, el propio Foro Económico Mundial y las universidades de Yale y Columbia. El estudio analiza la calidad del aire, la contaminación por nitratos, el consumo de agua, las áreas protegidas y otros 14 factores que permiten comparar las políticas ambientales de 133 países. España ocupa el lugar 23 pero lo importante es que entre los países de la OCDE ocupamos los puestos de la cola, siendo el excesivo consumo de agua y la contaminación del aire nuestros principales fallos. Como indica el informe, 'España ha elegido... crecer económicamente a costa del medio ambiente, algo que a la larga pasa factura'.

El informe señala certeramente que nuestro país se ha embarcado en una lucha contra el medio ambiente que equivale, si no se pone remedio inmediato, a un suicidio ecológico que pagarán las generaciones jóvenes.

Muchos tacharán esa afirmación de catastrofista y pretenderán justificar, por ejemplo, la alocada planificación urbanística en las costas y en los alrededores de las grandes ciudades, aduciendo además que la tecnología moderna ofrece armas para paliar o compensar las consecuencias de decisiones tan necesarias como la antes mencionada. Pero lo cierto es que esa misma tecnología resulta ser, en gran parte, una de las causas principales del rápido deterioro global del medio ambiente. Una prueba de ello son los estudios presentados por el profesor Harry Bryden y sus colegas del Centro Nacional Oceanográfico de Southampton sobre la circulación de las grandes corrientes marinas en el océano Atlántico y sus posibles consecuencias en diversas regiones europeas.

Dicho estudio pronostica que, a partir de las dos o tres próximas décadas, la zona noroeste de Europa sufrirá un enfriamiento climático debido, paradójicamente, a que el calentamiento global de los últimos años ha provocado un debilitamiento de las corrientes marinas en esas regiones y por ende de la benéfica influencia térmica que ejercían sobre ellas. Otros estudios pronostican que el calentamiento aumentará la acidez de las aguas con el consiguiente efecto sobre la cadena alimentaria marina. Es más, un aumento medio de las temperaturas superior a los 3º desestabilizaría los hielos árticos, reducía las cosechas mundiales, triplicaría las hambrunas en zonas del este de Europa y provocaría desplazamientos a gran escala de las poblaciones africanas debido al crecimiento de los desiertos, originando problemas críticos de agua a unos 2.800 millones de personas.

Insisto que muchos calificarán estas previsiones de cuentos apocalípticos con escasísima posibilidad de materializarse. Los lectores que así piensen deberían leer un libro fascinante, escrito por el geógrafo americano Jared Diamond y titulado Colapso (versión española ed. Debate, 2006), en el cual estudia las causas que contribuyeron al declive y desaparición en el pasado de seis civilizaciones -de los mayas a los vikingos-, y los delicados problemas con que se enfrentan hoy Ruanda, República Dominicana, Haití, China, Australia y el Estado de Montana (EE UU). En su opinión, los cinco grandes factores que contribuyeron decisivamente al colapso de esas sociedades fueron estos: daños ambientales, cambios climáticos, actuación de vecinos hostiles, ausencia de socios comerciales amistosos y respuestas equivocadas, tardías o insuficientes a los problemas ambientales.

Esos cinco factores coadyuvantes al colapso y decadencia de complejas sociedades pretéritas constituyen una falsilla para ponderar los peligros que acechan a la España actual. Recordemos las imágenes de nuestros bosques quemados o los destrozos urbanísticos y dudaremos que el daño causado sea reversible, añadiendo a ello la escasísima conciencia que nuestra sociedad tiene de la existencia de límites ecológicos que no se pueden sobrepasar. Cierto que no vivimos rodeados de vecinos hostiles pero nuestra situación geográfica es señuelo para una inmigración masiva de personas cuyo cuidado e inserción social exigirá grandes recursos y supondrá una presión adicional a un medio ambiente en precario equilibrio.

Además, el debilitamiento del Estado como poder moderador en el uso de recursos naturales escasos -como el agua- favorecerá disputas crecientemente enconadas entre distintas regiones. Y aún queda un último factor: ¿ cuáles serán las respuestas a estos retos? æpermil;stas dependerán de nuestras instituciones y, en mayor medida, de nuestros valores culturales encarnados en aquéllas. Y aquí reside otro motivo de preocupación pues nuestra sociedad no sólo se caracteriza por su incapacidad para prevenir los problemas o de percibirlos cuando ya se han presentado, sino que reacciona muy lentamente y cuando actúa o lo hace con retraso o adopta generalmente las soluciones equivocadas.

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