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Columna
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Europa, mucho ruido y...

Europa pierde fuelle en el contexto económico mundial y entre las causas de este declive destaca, según el autor, la deficiente integración. En su opinión, los desafíos de la globalización exigen actuar como un equipo, algo incompatible con el despertar de unos nacionalismos con instintos proteccionistas

Fue tanto el esfuerzo y el tiempo que en la última cumbre los dirigentes europeos dedicaron a establecer el dificultoso cuadro financiero de la Unión Europea para 2007-2013 -en el fondo un acuerdo contable centrado casi exclusivamente en los gastos totales y en las contribuciones de los países miembros- que quedó soslayado el principal problema de la Unión, aquejada de una falta de dinamismo que no acaba de superar. Cuando la economía mundial crece a un ritmo sin precedente del 4,5% en 2005, después del 4% el año anterior, cuando Estados Unidos confirma su hiperpotencia, Japón se despierta y China crece imparable, la Unión vegeta, es decir, declina.

Son muchas las causas de este retroceso -el envejecimiento de la población, la insuficiente inversión, los bajos niveles de productividad e innovación y la insuficiente flexibilidad y capacidad de adaptación de sus mercados-. Pero lo más importante sea quizás su deficiente integración, pues para hacer uso debidamente de su enorme masa crítica, Europa tiene que actuar como un equipo. Sin embargo, esto se va haciendo cada vez más difícil pues la identidad europea la está disolviendo el despertar de unos nacionalismos que se arrastran detrás de unos miopes instintos egoístas-proteccionistas frente a los desafíos de la globalización.

Ya desde el principio estuvo presente la implacable antinomia entre Francia e Inglaterra en su intento de imponer a la Unión su hegemonía cultural y política: el modelo social preconizado por la primera y la doctrina librecambista defendida por la segunda. Pero ha aparecido un tercero en discordia, Alemania, salvando in extremis la cumbre al abrir con parsimonia los cordones de su bolsa sin exigir aparentemente contrapartida alguna.

Con su hábil y un tanto sorprendente intervención, la canciller Angela Markel arrebató la victoria al premier británico en el último minuto y aunque lo acordado entonces ha pasado al Parlamento Europeo para su refrendo final, no es probable que la cuantía total de fondos establecida y su distribución vayan a ser modificadas significativamente.

De esta cumbre salió Alemania dando la impresión de que está cada vez más segura de sí misma y más resuelta a defender sus intereses, algo que con tenacidad teutónica ha venido persiguiendo desde la reunificación en 1991. Prueba de ello es que la gran coalición que gobierna el país no pudo (o no quiso) conjugar sus fuerzas para atacar unas estructuras anticuadas y proponer las (dolorosas) reformas del sistema económico y social. Sí han aprobado fácilmente dos medidas muy importantes. Una reforma capital del sistema federal que ha pasado casi inadvertida. En lo sucesivo Alemania ya no será embridada por el poder exacerbado de sus regiones, como lo habían querido, por precaución, las potencias ocupantes cuando redactaron la Constitución. Y un programa de mínimos consistente en un aumento del IVA del 3% (del 16% al 19%) del que una tercera parte irá dirigida a recortar las cotizaciones sociales de las empresas.

Con esta medida se pretende mejorar la competitividad de sus exportaciones, pues un aumento del IVA ejerce un efecto equivalente a una devaluación, ya que ambos reducen el poder adquisitivo de los consumidores y en este caso las empresas recortan sus costes salariales al beneficiarse del 1% del IVA. Alemania refuerza así la política de desinflación competitiva que ha venido practicando en la zona euro y ha permitido el fuerte crecimiento de sus ventas al exterior. El programa Merkel podría titularse Cómo saltarse las duras reglas de una unión monetaria que nos priva de las devaluaciones.

Al poner en práctica una estrategia no cooperativa, pues se hace a costa de la competitividad de las demás economías de la zona, la canciller Merkel reincide en la defensa de los intereses nacionales de Alemania como ya hizo (y sigue haciendo) con el persistente incumplimiento del Pacto de Estabilidad. Y para mostrar que Alemania, como mayor nación continental de los Veinticinco, ya está lista para asumir el liderazgo que le corresponde, la Merkel no ha dudado en denunciar con firmeza la manipulación que los integristas radicales islamistas están haciendo de las famosas caricaturas aparecidas en un diario danés, en claro contraste con las pacatas y timoratas declaraciones de los dirigentes de otros países.

No se puede decir que esa cumbre haya servido para despejar la crisis de identidad en que la Unión está sumida. Se sigue sin saber si va hacia una Europa política o una Europa mercado, pues los países clave siguen celosos de su propia competencia, de su soberanía nacional y de su propio modelo. Ahora se ignora de qué lado se inclinará el nuevo líder que ha salido de esta cumbre, Alemania. Queda, en efecto, por saber si se van a cumplir los temores que muchos tenían, entre ellos, y muy especialmente, el presidente francés François Mitterrand, de que la reunificación alemana llevase a un nuevo poder germánico en Europa.

Una comunidad que pronto contará con 27 Estados miembros ya no puede funcionar satisfactoriamente sobre la base del Tratado de Niza. Será necesario que Europa se dote cuanto antes de un nuevo marco político, económico y social que permita a los europeos hacer frente a los desafíos que tienen ante sí: el desafío de la competencia mundial, de la investigación, de la innovación y de la solidaridad en el campo económico y social. Mientras tanto, Europa viaja sobre el filo de la navaja, expuesta a los gélidos rigores de la mundialización, pero esto no parece preocupar demasiado a ningún Gobierno.

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