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Tensión en los mercados energéticos

Lo que se juega la economía en Persia

El pulso que juega Teherán con la comunidad internacional tiene cartas marcadas. La decisión del presidente Mahmud Ahmadineyad de retomar las investigaciones para enriquecer uranio -paso indispensable para fabricar una bomba nuclear- ha unido a las grandes potencias del planeta, que marchan con pies de plomo a la hora de tomar medidas. Teherán mantiene que la investigación, prohibida por el Organismo Internacional de la Energía Atómica, tiene fines civiles, pero el riesgo es demasiado grande en un país que no destaca por la diplomacia en sus relaciones exteriores. Un país, sin embargo, que cuenta con la gran ventaja de tener el 10% de las reservas mundiales de petróleo y de gas. También es segundo productor de crudo de la OPEP, y el cuarto exportador del planeta.

Dada la muy escasa capacidad ociosa que existe en el mercado del crudo mundial, un embargo masivo sobre Irán tendría una repercusión dramática sobre su precio. Así, la comunidad internacional apura la vía negociadora con Teherán antes de recurrir a unas sanciones que podrían resultar contraproducentes. Lo que parece fuera de cualquier hipótesis es un ataque armado, algo que se deja notar en los pronunciamientos del Gobierno estadounidense.

El recuerdo de la situación en Irak está demasiado reciente: al margen del trágico coste humano, el impacto de la guerra sobre el mercado petrolífero ha sido notable. A principios de 2003, justo antes de la invasión, el barril de petróleo Brent costaba 25 dólares. Año y medio después el precio se había duplicado, y no hace mucho llegó a superar los 70 dólares por barril. Si bien es cierto que la buena salud de la economía mundial y la pujanza de países como China o India han tirado de la demanda, parte del encarecimiento proviene de la inestabilidad política, de la que Irak sigue siendo protagonista.

El precio del petróleo se duplicó en el año y medio siguiente a la invasión de Irak

Mientras mantiene la tensión con la comunidad internacional, el Gobierno de Mahmud Ahmadineyad busca equilibrar las cuentas internas de una economía muy planificada, atenazada por un déficit público crónico y demasiado dependiente de los vaivenes del crudo: el petróleo representa el 80% de las exportaciones -con destino Japón, China e Italia, principalmente- y casi la mitad de los ingresos del Estado, según la EIA (Administración de Información Energética de EE UU). Pese al boicot protagonizado por Estados Unidos y algunos de sus aliados, como el Reino Unido, Irán está cerca de alcanzar a Noruega como tercer exportador mundial, con más de dos millones y medio de barriles diarios.

La administración mantiene los planes de su predecesora para diversificar la economía, a la vez que intenta crear un clima favorable a la inversión extranjera (en la que participan países como Francia o Italia) reduciendo tasas y creando zonas francas. Unas pretensiones que se resentirán de la inestabilidad política creada por Ahmadineyad. Mientras el Ejecutivo toma decisiones, las estimaciones oficiales sitúan la inflación en el 14,8% y la tasa de desempleo en el 14%. Un problema que afecta especialmente a la población más joven, en un país en el que la media de edad apenas supera los 24 años. De momento, la ONU cifra en un 40% la población iraní que malvive bajo el umbral de la pobreza.

El camino a la moderación, liquidado en seis meses

La elección del ex alcalde de Teherán como presidente de la República Islámica de Irán en julio del año pasado abrió la caja de Pandora. El conservador Mahmud Ahmadineyad se las ha arreglado para borrar en seis meses los esfuerzos de su predecesor, Mohamed Jatamí, para dar a su país una imagen de relativa moderación frente a la comunidad internacional. Su discurso político ha estado plagado de perlas como la negación del holocausto judío o la afirmación de que Israel debería ser borrado de la faz de la tierra; un lenguaje agresivo, pero que podía interpretarse como diseñado para el consumo interno. Sin embargo, la combinación de esa abierta hostilidad con el anuncio de la reanudación del plan de investigación nuclear, supone una mezcla más que preocupante.El populista presidente aviva las brasas de una deriva antioccidental entre la población que viene de lejos: Estados Unidos lideró, junto al Reino Unido, el golpe que derrocó en 1953 al primer ministro después de que éste nacionalizara la compañía petrolífera, y reinstauró la monarquía dictatorial en manos del Sah. La revolución islámica del ayatolá Jomeini, que acabó con ese régimen en 1979, mantiene entre su credo la supervisión política de los líderes religiosos y un rechazo visceral a Estados Unidos que tuvo su puesta de largo en la crisis de los rehenes.La elección, en 1997, del reformista Mohamed Jatami supuso un vano intento de avanzar en la democratización de un país que sigue tutelado por los ayatolás. De hecho, el consejo islámico vetó la participación de la mayoría de los candidatos en las elecciones del año pasado -incluyendo a todas las mujeres. Con la elección de Ahmadineyad, las aguas han vuelto a su pernicioso cauce.

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