Perspectivas para el nuevo año
Desde el punto de vista económico, lo más notable del año que acabamos de cerrar es la robustez de la economía global. Se espera que en 2005 el crecimiento medio global sea de un 3,2% y que la inflación cierre el año en un 2,7%, pese al crecimiento de los precios del petróleo. EE UU continúa siendo, con un 3,6%, el motor del crecimiento global, pero Japón parece que está por fin emergiendo de su década de crisis y se estima que ha crecido un 2,4%. Europa, por su parte, continúa decepcionando con un crecimiento de 1,4%, pero eso por desgracia ya no constituye ninguna sorpresa. Por último, los países en desarrollo, encabezados por el espectacular crecimiento de China, con un 9,3%, de la India, con un 7,5%, y de Latinoamérica, con un 4,2%, también han tenido un rendimiento notable.
Lo más sorprendente de estos resultados es que se han producido en un contexto no siempre favorable. La espectacular subida de los precios del petróleo, sin precedentes desde la segunda crisis del petróleo de 1979-1981, ya que han pasado de 40 dólares el barril en 2004 a 70 el pasado otoño, no ha tenido los efectos temidos en la inflación y el crecimiento económico. La capacidad de la economía global de absorber este choque refleja el importante papel de los bancos centrales que aplican políticas monetarias estables, los beneficios de la globalización y la creciente competencia que han hecho más difícil trasladar este incremento a los precios, así como de la flexibilidad a nivel micro de muchas de estas economías.
Por otro lado, los efectos temidos de los déficit gemelos en EE UU (el de cuenta corriente de un 6,6% del PIB y el presupuestario de un 3,9%) tampoco se han materializado. Se temía una caída del dólar que no se ha producido. Por el contrario, el dólar se ha apreciado un 2% y la economía de EE UU ha seguido atrayendo récords de inversión que le han permitido financiar su déficit exterior y compensar el bajísimo nivel de ahorro (el déficit financiero de las familias ha alcanzado un 7,2% del PIB). Esto ha sido posible por la gran capacidad de ahorro de otros países que invierten en EE UU y por los superávit comerciales en Asia y más recientemente en los países productores de petróleo.
España, por su parte, crece a un ritmo del 3,5%, el doble que la media de la UE. Este crecimiento envidiable se traduce en una alta recaudación fiscal que permite el equilibrio de las cuentas públicas y en una fuerte creación de empleo: las Administraciones públicas cerrarán este ejercicio con un superávit por encima del 1%, con una ratio de deuda pública del 43% del PIB, y la tasa de paro pasó del 10,6% al 8,6% en octubre, situándose por primera vez en décadas muy próxima a la media de la zona euro (8,3%).
Estos resultados, tanto a nivel global como nacional, no pueden llevar a la complacencia. Por el contrario, los desequilibrios no han desaparecido y el robusto crecimiento y la baja inflación no enmascaran los bajos niveles de inversión, los desequilibrios presupuestarios, la falta de reformas estructurales y el incremento de las desigualdades sociales en muchos países.
Por EE UU la gran preocupación sigue siendo el pinchazo de la burbuja inmobiliaria por el efecto que puede tener sobre el consumo. Los últimos datos indican una bajada de más de un 11% en las ventas de viviendas unifamiliares. Las perspectivas negativas de inflación (actualmente en torno al 4,7%) anticipan nuevas subidas de tipos por la Reserva Federal (con analistas previendo que lleguen hasta un 5%). Las subida de los intereses (y la de los precios de la gasolina) van a afectar al consumo y a la demanda, lo que tendrá un impacto en el mercado inmobiliario. Si los precios de la vivienda se congelan, el efecto sobre el consumo será limitado, pero si bajan, el daño puede ser mucho mayor y afectar a la confianza, la inversión y el empleo, ya que cuatro de cada diez empleos creados en los dos últimos años están conectados con la explosión inmobiliaria. Esta corrección, sin embargo, podría tener efectos positivos (aunque dolorosos) ya que el nivel de endeudamiento exterior actual es insostenible y una bajada del consumo permitiría reducir el déficit de cuenta corriente. Este análisis podría también ser aplicado a España.
En España, la bonanza económica también esconde unos desequilibrios preocupantes. El diferencial de inflación se sigue traduciendo sistemáticamente en un aumento de los precios superior al de los países de nuestro entorno y, por consiguiente, continuamos perdiendo competitividad frente a nuestros socios. El índice de competitividad elaborado por el Ministerio de Industria empeoró un 1,3% frente a la zona euro en el segundo trimestre de 2005, la cuota exportadora española cayó un 5,78% durante 2005 reduciéndose el peso de España en el comercio internacional y el déficit comercial ha aumentado un 29% en los 10 primeros meses de 2005.
Desafortunadamente no se han aprovechado estos años de bonanza para cambiar el patrón de crecimiento, que no sólo no es sostenible sino que tiene un potencial limitado para aumentar la renta por habitante, y para sentar la bases para un nuevo modelo que no se centre sólo en la construcción, el consumo interno y en aumentos de la población. La clave seguirá siendo el fomento de la investigación y la innovación empresarial. Hasta ahora las medidas han sido más bien tímidas. El recientemente aprobado Plan de Competitividad es sólo un pequeño inicio. Esta es una tarea colectiva que implica una concienciación general sobre los retos que se nos presentan y el papel que todos los sectores de la sociedad (familias, Gobiernos y Administraciones públicas, educadores, empresarios, sindicatos ) tienen que jugar para hacerle frente. Mucho está en juego. Es de esperar que en el nuevo año nos centremos todos en este reto y dejemos de lado otros debates estériles.