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Columna
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Industria cultural en la sociedad del conocimiento

Que entramos en la sociedad del conocimiento es una obviedad por todos conocida. Los agentes económicos y políticos, sin excepción, repiten sin cesar una cantinela acertada: es preciso invertir en formación, tecnología e innovación para conseguir ser competitivos y aportar valor añadido. Hasta ahí todos de acuerdo. Pero la sociedad del conocimiento es mucho más amplia que el simple mundo del desarrollo tecnológico. Uno de sus pilares fundamentales es la industria cultural, que proporciona a la sociedad productos culturales, de entretenimiento y ocio.

Aunque para algunos el matrimonio de las expresiones industria y cultura no es más que un engendro contra natura, la realidad nos muestra que en sociedades de masas como las actuales, las empresas del sector son absolutamente imprescindibles para divulgarla. ¿Qué consideramos como industria cultural? Pues sería un sector bien amplio. Desde las más tradicionales editoriales, productoras de cine y discográficas, hasta los gestores de espectáculos, organizadores de exposiciones, gestión museística, teatro… pasando por sectores más novedosos de realidad virtual o creadores de videojuegos. Nos limitaremos a reflexionar en este artículo sobre una de ellas, la editorial.

El sector editorial español ha experimentado un creciente proceso de concentración a lo largo de los últimos años, como respuesta a un mercado global y como estrategia ante una distribución cada día más concentrada y con mayores exigencias de descuentos y plazos. Nuestros principales grupos editoriales son líderes también en América Latina, donde gozan de una espectacular penetración. Las crisis de los noventa dejó exhausto al sector editorial americano, quedando el camino expedito a la expansión española. Ahora bien, esta expansión no ha estado exenta de sobresaltos, debido a bruscas devaluaciones -caso de Argentina- o a severos retrocesos del mercado, aún no recuperado. En algunos de estos países, caso de Perú y México, el pirateo constituye un serio problema.

Aunque las editoriales españolas son fuertes en el área castellanohablante, al contrario que los grupos europeos, apenas cuentan con presencia en otras zonas

Pero a pesar de todos los pesares, las editoriales españolas han encontrado en América Latina un campo natural de desarrollo donde además de mercado encuentran cantera de autores y temas. Basta con visitar la FIL -Feria Internacional del Libro de Guadalajara (México)- para comprender que los libros que se leen en los países hispanohablantes son muy similares. Para las editoriales españolas el mercado no se rige por criterios nacionales, sino por la extensión de la lengua española. Allá donde se usa, los autores que se leen suelen ser los mismos. Por eso las empresas de libros deberán tender a alcanzar una dimensión iberoamericana.

EE UU es el gran mercado a conquistar, dado el espectacular incremento de hispanohablantes que está experimentando su población. Las editoriales norteamericanas ya se han percatado de este mercado y están lanzando sus novedades. Es de prever que una vez que se afiancen en el mismo den el salto hacia el resto del mercado iberoamericano.

Pero si nuestras editoriales son fuertes en nuestra área lingüística, apenas cuentan con implantación en otras zonas culturales. Y en esto se diferencian de los grandes grupos europeos y americanos, que tienen cabezas de puente -como Grupo Anaya y Plaza y Janés- en el mercado en español.

Las editoriales llevan al libro la previa creación intelectual de los escritores y creadores. Esa propiedad intelectual también es objeto de compraventa en el mercado de los derechos de autor. Y aquí debemos observar una evidente desproporción. Compramos muchos más derechos de autores extranjeros -sobre todo del área anglosajona- de los que somos capaces de vender. Y esos derechos son una importante fuente de recursos en una sociedad del conocimiento. Nuestra sociedad fue, desde siempre, muy creativa artística y culturalmente. Debemos aprender a exportar esa creatividad a lomos de nuestra industria cultural.

Es cierto que la preponderancia de la cultura norteamericana se expresa en cualquiera de las manifestaciones que llegan al público -libros, cine, televisión, música- pero también es cierto que sus empresas culturales -sobre todo las grandes productoras musicales y cinematográficas- hace ya mucho tiempo que aprendieron que no es cierto eso de que el buen paño en arca se vende, sino que hacen falta políticas de distribución, de marketing y de promoción. Si queremos que nuestros creadores sean conocidos más allá de nuestras fronteras lingüísticas tendremos que batallar en los mismo frentes.

En resumen, que la industria cultural española tiene un amplio horizonte por delante. Que nos vaya bien.

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