El fantasma del populismo
Desde el río Grande, en el norte, hasta la Patagonia, en el sur, desde Lima a Caracas, un telón de humanidad está de nuevo descendiendo sobre el continente latinoamericano. Curiosamente, lo que es intencionadamente una reescritura de la famosa frase con que Winston Churchill trataba de describir el descenso del telón de acero sobre la Europa de posguerra se ha convertido en un pánico que atenaza a Washington y otros centros de poder en Latinoamérica. Se sienten impotentes por esta recurrente rebelión de las masas. Puede ser casualidad, pero significativamente se produce en el 75 aniversario de la primera edición del famoso libro de Ortega y Gasset (aunque el artículo original data de 1922), al medio siglo de su muerte, como recordaba Mario Vargas Llosa en su muy leída columna.
Lo insólito del escándalo es que no es la primera vez del ascenso y amenaza del más genuino y emblemático movimiento político latinoamericano, lo cual no implica etiqueta de excelencia. Ni tampoco, inexorablemente, será la última. Como los recurrentes ciclos de desdén e intervenciones de EE UU en el Sur, el populismo es como un ave migratoria. Cíclicamente vuelve a la cita de una confabulación de factores. Entre éstos destacan sobre todo los méritos hechos precisamente por los que luego se escandalizan por su resurrección y se aprestan a continuación a su mera represión, pretendiendo que se esfume al desaparecer el líder carismático e incómodo de turno.
El problema reside en que el caudillo populista latinoamericano que parece ser la seña de identidad del continente no es la causa primordial del fenómeno, sino un actor más. Se ceba simplemente en el contexto que se le brinda como una oferta que no puede rechazar. Necesitado de una masa, a ella demuestra que en realidad son los descamisados y los de abajo los que no son nadie sin su liderazgo omnipresente y mesiánico. Despreciadas y marginadas, las masas quedan así convencidas, capturadas por los cantos de sirena.
La perspectiva de un mercado que combine el gas boliviano y el petróleo venezolano quita el sueño a no pocos
Ya lo vio certeramente Ortega en la Europa de entreguerras que lanzaría al continente al suicidio mediante el abrazo del nazismo y el fascismo, con el totalitarismo marxista como alternativa. Era precisamente en los años justamente anteriores a la aparición de las sucesivas ediciones de La rebelión de las masas cuando los conglomerados que anteriormente no contaban en las sociedades pasan a tener un impacto decisivo.
Mientras en Europa el cambio se produce con la Revolución soviética, en América Latina el toque de atención lo da la Revolución mexicana, que sitúa por lo menos a la mayoría mestiza en la sociedad, aunque el sistema siga rigiéndose como durante los aztecas, Cortés, la colonia, Maximiliano y el porfiriato, según genialmente describió Octavio Paz en un ensayo urticante. Pero en América Latina, donde las desigualdades se mantuvieron incólumes, solamente las alarmas se dispararon cuando la Revolución cubana se puso terca y peligrosa.
Su trágica supervivencia se debe a un ensamblaje lamentable de caudillismo, oportunismo de la Guerra Fría y estulticia en Washington. Ante el cáncer habanero, se optó pragmáticamente por una variante de la política de la contención. Se trataba, simplemente, de evitar una segunda Cuba, a cualquier precio. Ya incluso lo dijo Kennedy en el mismo discurso en que apremiaba a los norteamericanos a no pedir lo que el país haría por ellos, sino a pedir qué podían ellos hacer por el país.
'Cualquier precio' quería decir que se miraba con condescendencia la neutralización de todos los excesos (Chile) y se cubría la amenaza mediante el apoyo tácito o implícito a todo Gobierno autoritario militar. Ni siquiera se supo leer con sabiduría el lamentable experimento militar de Perú en los sesenta, precedente de un populismo de nuevo cuño que surgiría con fuerza en Venezuela.
El indigenismo de salón de la primera parte del pasado siglo, protagonizado predominantemente por intelectuales blancos, se ha presentado con una cara intrigante en la actual centuria. Ahora ya no parece que un líder blanco de origen italiano como Perón hable por boca de los cabecitas negras, sino que un indígena que vacila en algunas palabras del español haga temblar al orden establecido, amenazando con nacionalizar los recursos naturales y convertir la producción de la coca en una pesadilla multinacional.
Ahora, con la alarma del triunfo de Evo Morales en Bolivia, se comprueba que se ha estado perdiendo miserablemente el tiempo y que hay que empezar de nuevo. Ya no parece que se pueda optar por las medias tintas, combinando un lenguaje con resonancias democristianas (justicia social) y las demandas socialistas, sino que se propone el protagonismo de la mayoría que aparentemente sólo cuenta como legado los productos estratégicos de las entrañas de la tierra.
Mientras Europa se reconcilió compartiendo inicialmente el carbón y el acero, la perspectiva de un mercado común insólito combinando el gas boliviano y el petróleo venezolano ya quita el sueño a no pocos. El dilema es cómo parar lo que se viene encima.