La protesta de los agricultores
Existe una cierta predisposición social a desconfiar de las quejas de los agricultores. Es cierto que su heterogeneidad como grupo empresarial, así como la diversidad regional de sus explotaciones, dificulta frecuentemente la valoración de las circunstancias que atraviesa la agricultura. No obstante, en el año actual se han acumulado un conjunto de hechos que dan credibilidad a la preocupación de los empresarios de este sector. Si el año se inició con heladas, posteriormente se convirtió en el hidrológicamente más seco desde que existen registros homogéneos y fiables. Ha sido también un año de continuo incremento en el precio de los carburantes y otros inputs agrarios. Si bien es cierto que el aumento del precio del petróleo afecta al conjunto de la sociedad, no debe olvidarse que la formación de los precios de las materias primas agrarias impide trasladar a los compradores este tipo de incremento de costes. Tan sólo cabe el recurso al abandono de la actividad cuando se alcanza el límite de la marginalidad económica.
La agricultura es una actividad rodeada de monopolios y oligopolios de oferta de inputs y de compra de outputs, por todos sus costados, menos por uno, que le liga a las Administraciones públicas. Y estas, en el caso del gasóleo practican el monopolio fiscal de un modo ejemplar.
Este año 2005 ha sido también el de la preparación del nuevo régimen de ayudas de la Política Agraria Común (PAC), que puede ser considerado como un extravagante sistema de fomento de la desprofesionalización agraria. Además, durante todo el año, desde los más variados ámbitos nacionales e internacionales se ha culpabilizado a la agricultura europea de estar en el origen del problema del hambre en el mundo, al parecer en vías de solución si se alcanza un acuerdo de desmantelamiento de la PAC en la reunión de Hong Kong de la Organización Mundial de Comercio (OMC).
De ello parecen estar seguras las 60 Corporaciones económicas más importantes del mundo (entre ellas Basf, Novartis, Pfizer, Repsol ), que se han dirigido a dicho organismo alarmadas ante la posibilidad de fracaso en dicha reunión, que podría impedir que desempeñen el papel tan notable que ya ejercen en la erradicación de la pobreza. Lo que si parece indiscutible es que ellas serán las grandes beneficiarias de los acuerdos de liberalización del comercio, en mucha mayor medida que los desposeídos del mundo.
Si al fin hay acuerdo en Hong Kong, tendremos que empezar a imitar los modos y sistemas productivos de Brasil y la India. Pero también deberían visitar aquellos países no sólo los agricultores, también los gestores fiscales y del sistema de accisas, los medioambientalistas y los del Ministerio de Trabajo. Tampoco estaría mal que les acompañe algún funcionario de Sanidad y Consumo. Es obvio que los muy competitivos precios del mercado internacional son posibles merced a unas condiciones estructurales e institucionales muy alejadas de las que regulan el mercado europeo, aunque es cierto que la progresión hacia este modelo de globalización económica tiende a aproximarlas de un modo acelerado, a la baja, avanzando hacia una economía basura donde poder ejercer las prácticas monopolistas sin trabas gubernamentales ya que, en ese escenario planetario, no existen más leyes que las del mercado, ni más autoridades que la OMC y las Naciones Unidas. ¡Vaya garantía!
Por tanto, las aguas bajan turbulentas este otoño. El ejemplo de transportistas, pescadores y mineros del carbón, incita claramente a la revuelta. Todos ellos han logrado acuerdos aparentemente satisfactorios a sus reclamaciones y, lógicamente, los agricultores se aprestan a seguir la senda por ellos marcada. En este caso surge la duda de si no se podrían atajar los daños colaterales alcanzando los acuerdos antes que se produzcan los enfrentamientos. No está la vida social española ni la europea para esperar a ver lo que ocurre.
En cualquier caso, el mal año 2005 debería finalizar con un programa de buenos propósitos para después de Navidad. Muchos de los acontecimientos que ahora nos atenazan son en cierto modo irreversibles. Lo son las periódicas limitaciones hídricas y climatológicas, lo es la escalada de precios del petróleo, lo es el final de la PAC y lo es también el proceso de gradual liberalización comercial internacional. Lo que ya es más discutible son las estrategias a adoptar ante tales realidades. Pero esa discusión, en España, apenas le interesa a nadie.